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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

sar, como si eso fuera lo que tuviera que hacer, el hombre saltó a la roca y robó<br />

una de las pieles de foca que allí había. Se ocultó detrás de una formación rocosa<br />

y escondió la piel de foca en su qutnguq, su parka.<br />

Muy pronto una de las mujeres llamó con una voz que era casi lo más bello<br />

que el hombre jamás en su vida hubiera escuchado, como los gritos de las ballenas<br />

al amanecer, no, quizá como los lobeznos recién nacidos que bajaban rodando<br />

por la pendiente en primavera o, pero no, era algo mucho mejor que todo eso,<br />

aunque, en realidad, daba igual porque, ¿qué estaban haciendo ahora las mujeres?<br />

Pues ni más ni menos que cubrirse con sus pieles de foca y deslizarse una<br />

a una hacia el mar entre alegres gritos de felicidad.<br />

Todas menos una. La más alta de ellas buscaba por todas partes su piel de<br />

foca, pero no había manera de encontrarla. El hombre se armó de valor sin saber<br />

por qué. Salió de detrás de la roca y llamó a la mujer.<br />

—Mujer.. sé... mi... esposa. Soy.. un hombre... solitario.<br />

—No puedo ser tu mujer —le contestó ella—, yo soy de las otras, de las que<br />

viven temeqvanek, debajo.<br />

—Sé... mi... esposa —insistió el hombre—. Dentro de siete veranos te devolveré<br />

tu piel de foca y podrás irte o quedarte, como tú prefieras.<br />

La joven foca le miró largo rato a la cara con unos ojos que, de no haber sido<br />

por sus verdaderos orígenes, hubieran podido parecer humanos, y le dijo a<br />

regañadientes:<br />

—Iré contigo. Pasados los siete veranos, tomaré una decisión.<br />

Así pues, a su debido tiempo tuvieron un hijo al que llamaron Ooruk. El<br />

niño era ágil y gordo. En invierno su madre le contaba a Ooruk cuentos acerca de<br />

las criaturas que vivían bajo el mar mientras su padre cortaba en pedazos un oso<br />

o un lobo con su largo cuchillo. Cuando la madre llevaba al niño Ooruk a la cama<br />

le mostraba las nubes del cielo y todas sus formas a través de la abertura para la<br />

salida del humo. Sólo que, en lugar de hablarle de las formas del cuervo, el oso y<br />

el lobo, le contaba historias de la morsa, la ballena, la foca y el salmón... pues<br />

ésas eran las criaturas que ella conocía.<br />

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la carne de la madre empezó<br />

a secarse. Primero se le formaron escamas y después grietas. La piel de los párpados<br />

empezó a desprenderse. Los cabellos de la cabeza se le empezaron a caer al<br />

suelo. Se volvió naluaq, de un blanco palidísimo. Su gordura empezó a marchitarse.<br />

Trató de disimular su cojera. Cada día, y sin que ella lo quisiera, sus ojos<br />

se iban apagando. Empezó a extender la mano para buscar a tientas el camino,<br />

pues se le estaba nublando la vista.<br />

Y llegó una noche en que unos gritos despertaron al niño Ooruk y éste se<br />

incorporó en la cama, envuelto en sus pieles de dormir. Oyó un rugido como el de<br />

un oso, pero era su padre regañando a su madre. oyó un llanto como de plata<br />

restregada contra la piedra, pero era su madre.<br />

—Me escondiste la piel de foca hace siete largos años y ahora se acerca el<br />

octavo invierno. Quiero que me devuelvas aquello de lo que estoy hecha —gritó la<br />

mujer foca.<br />

—Pero tú me abandonarías si te la diera, mujer —tronó el marido.<br />

—No sé lo que haría. Sólo sé que necesito lo que me corresponde.<br />

—Me dejarías sin esposa y dejarías huérfano de madre al niño. Eres mala.<br />

Dicho lo cual, el marido apartó a un lado el faldón de cuero de la entrada y<br />

se perdió en la noche.<br />

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