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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

llos encendidos en un cenicero, se ponga a llorar sin poder contenerse, vague sin<br />

rumbo por las calles con el cabello enmarañado, abandone bruscamente a su familia.<br />

Es posible que experimente tentaciones suicidas y que se mate accidentalmente<br />

o de manera deliberada. Pero lo más probable es que la mujer se sienta<br />

muerta. Que no se sienta ni bien ni mal; simplemente que no sienta nada.<br />

¿Qué ocurre por tanto con las mujeres cuando sus vibrantes colores psíquicos<br />

se confunden? ¿Qué ocurre cuando se mezclan el escarlata con el zafiro y<br />

el topacio? Los artistas lo saben. Cuando se mezclan los colores vibrantes se obtiene<br />

un color terroso. Pero no de tierra fértil sino de una tierra estéril, incolora y<br />

extrañamente muerta que no emite luz. Cuando a los pintores les sale un color<br />

terroso en la tela tienen que volver a empezar desde el principio.<br />

Ésta es la parte más difícil; es el momento en que se tienen que cortar los<br />

zapatos. Duele separarse de una adicción a la autodestrucción. Nadie sabe por<br />

qué. Cabría suponer que una persona capturada tendría que lanzar un suspiro<br />

de alivio tras haber doblado esta esquina. Lo más lógico sería pensar que se ha<br />

sentido salvada justo en el momento preciso. Cabría pensar que se alegra, pero<br />

no es así. En su lugar, se acobarda, oye un rechinar de dientes y descubre que es<br />

ella la que hace aquel ruido. Tiene la sensación de que está sangrando, aunque<br />

no haya sangre. Pero sí hay dolor, esta separación, este "no tener un pie en el que<br />

apoyarte" por así decirlo, este no tener un hogar al que regresar es justo lo que se<br />

necesita para empezar de nuevo, para empezar de cero, para regresar a la vida<br />

hecha a mano, esa que creamos con conciente cuidado cada día.<br />

Sí, el hecho de que le corten a una los zapatos rojos es muy doloroso, pero<br />

la única esperanza que le queda a la mujer es la de separarse de golpe de su<br />

adicción. Esta separación está llena de beneficios. Los pies volverán a crecer, nos<br />

recuperaremos, correremos, saltaremos y volveremos a brincar algún día. Para<br />

entonces nuestra vida hecha a mano ya estará preparada. Nos deslizaremos<br />

hacía ella y nos asombraremos de haber tenido la suerte de que se nos ofreciera<br />

una segunda oportunidad.<br />

El regreso a la vida hecha a mano,<br />

la curación de los instintos dañados<br />

Cuando un cuento de hadas termina como éste, con la muerte o el descuartizamiento<br />

del protagonista, nos preguntamos: ¿de qué otra forma hubiera podido<br />

terminar?<br />

Desde un punto de vista psíquico, es bueno hacer un alto en el camino,<br />

crearse un lugar donde descansar y recuperarse tras haber escapado de una carestía<br />

alimenticia. No es demasiado tomarse uno o dos años para examinar las<br />

propias heridas, buscar una guía, aplicar medicinas y pensar en el futuro. Uno o<br />

dos años son muy poco tiempo. La fiera es una mujer que regresa. Está aprendiendo<br />

a despertar, a prestar atención, a dejar de ser ingenua y desinformada.<br />

Asume la responsabilidad de su propia vida. Para reaprender los profundos instintos<br />

femeninos reviste vital importancia comprender ante todo de qué manera<br />

éstos fueron decomisados.<br />

Tanto si las lesiones se infligieron al arte, las palabras, los estilos de vida,<br />

los pensamientos o las ideas, y aunque la mujer se haya metido a sí misma en un<br />

enredo, conviene que se abra paso a través de la maraña y siga adelante. Más allá<br />

del deseo y del anhelo, más allá de los métodos cuidadosamente razonados acerca<br />

de los cuales nos gusta hablar y hacer proyectos, una simple puerta está espe-<br />

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