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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

cho mejor regresar con regularidad a nuestros singulares ciclos espirituales, a<br />

todos y cada uno de ellos. El siguiente cuento se puede considerar un comentario<br />

acerca del más importante de los ciclos femeninos, el del regreso a casa, a la casa<br />

salvaje, a la casa del alma.<br />

En todo el mundo se narran relatos de criaturas misteriosamente emparentadas<br />

con los seres humanos, pues representan un arquetipo, una ciencia universal<br />

acerca de la cuestión del alma. A veces los cuentos de hadas y los relatos<br />

populares nacen de la conciencia de lugar, concretamente de los lugares espirituales.<br />

Este cuento se suele narrar en los fríos países del norte, en cualquier país<br />

donde haya mares helados. Circulan distintas versiones entre los celtas, los escoceses,<br />

las tribus del noroeste de Norteamérica y entre los siberianos e islandeses.<br />

Su título suele ser "La doncella Foca" o "Selkie—o, Pamrauk", es decir, Foquita;<br />

"Eyalirtaq", Carne de Foca. Esta Versión especialmente literaria que escribí para<br />

mis pacientes y para su uso en las representaciones teatrales la he titulado "Piel<br />

de foca, piel del alma". El cuento gira en torno al lugar de donde procedemos, a<br />

aquello de lo que estamos hechas y a la necesidad de que todas utilicemos nuestro<br />

instinto con regularidad para poder encontrar el camino de vuelta a casa (1).<br />

∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼<br />

Piel de foca, piel del alma<br />

En una época pasada que ahora ya desapareció para siempre y que muy<br />

pronto regresará, día tras día se suceden el blanco cielo, la blanca nieve, y todas<br />

las minúsculas manchas que se ven en la distancia son personas, perros u osos.<br />

Aquí nada prospera gratis. Los vientos soplan con tal fuerza que ahora la<br />

gente se pone deliberadamente del revés las parkas y las mamleks, las botas.<br />

Aquí las palabras se congelan en el aire y las frases se tienen que romper en los<br />

labios del que habla y fundir a la vera del fuego para que la gente pueda comprender<br />

lo que ha dicho. Aquí la gente vive en el blanco y espeso cabello de la anciana<br />

Annuluk, la vieja abuela, la vieja bruja que es la mismísima Tierra. Y fue<br />

precisamente en esta tierra donde una vez vivió un hombre, un hombre tan solitario<br />

que, con el paso de los años, las lágrimas habían labrado unos profundos<br />

surcos en sus mejillas.<br />

Un día estuvo cazando hasta después de anochecido pero no encontró nada.<br />

Cuando la luna apareció en el cielo y los témpanos de hielo brillaron, llegó a<br />

una gran roca moteada que sobresalía en el mar y su aguda mirada creyó ver en<br />

la parte superior de aquella roca un movimiento extremadamente delicado. Se<br />

acercó remando muy despacio a ella y observó que en lo alto de la impresionante<br />

roca danzaban unas mujeres tan desnudas como sus madres las trajeron al<br />

mundo. Pues bien, puesto que era un hombre solitario y no tenía amigos humanos<br />

más que en su recuerdo, se quedó a mirar. Las mujeres parecían seres<br />

hechos de leche de luna, en su piel brillaban unos puntitos plateados como los<br />

que tiene el salmón en primavera y sus manos y pies eran alargados y hermosos.<br />

Eran tan bellas que el hombre permaneció embobado en su embarcación<br />

acariciada por el agua que lo iba acercando cada vez más a la roca, Oía las risas<br />

de las soberbias mujeres, o eso le parecía; ¿o acaso era el agua la que se reía alrededor<br />

de la roca? El hombre estaba confuso y aturdido, pero, aun así, la soledad<br />

que pesaba sobre su pecho como un pellejo mojado se disipó y, casi sin pen-<br />

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