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Mujeres

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> que corren con los lobos<br />

¿Cómo se evoca el alma? Hay muchas maneras: por medio de la meditación<br />

o con los ritmos de la carrera, el tambor, el canto, la escritura, la composición<br />

musical, las visiones hermosas, la plegaria, la contemplación, el rito y los rituales,<br />

el silencio e incluso los estados de ánimo y las ideas que nos fascinan. Todas<br />

estas cosas son llamadas psíquicas que hacen salir el alma de su morada.<br />

No obstante, yo soy partidaria de los métodos que no requieren ningún accesorio<br />

y que se pueden poner en práctica tanto en un minuto como en un día<br />

entero. Lo cual exige la utilización de la mente para evocar el yo del alma. Todo el<br />

mundo está familiarizado por lo menos con un estado mental en el que puede alcanzar<br />

esta clase de soledad. En mi caso, la soledad es algo así como un bosque<br />

plegable que llevo conmigo dondequiera que voy y que extiendo a mi alrededor<br />

cuando lo necesito. Allí me siento bajo los viejos y grandes árboles de mi infancia.<br />

Desde esta posición estratégica hago mis preguntas, recibo las respuestas y después<br />

reduzco de nuevo mi bosque al tamaño de un billetito amoroso hasta la<br />

próxima vez. La experiencia es inmediata, breve e informativa.<br />

En realidad, lo único que hace falta para alcanzar una soledad deliberada<br />

es la capacidad para desconectarse de las distracciones. Una mujer puede aprender<br />

a aislarse de otras personas, ruidos y conversaciones, aunque se encuentre<br />

en medio de las discusiones de un consejo de administración, aunque la persiga<br />

la idea de que tiene que limpiar una casa que está patas arriba, aunque esté rodeada<br />

de ochenta locuaces parientes que se pasan tres días peleándose, cantando<br />

y bailando en un velatorio. Cualquier persona que conozca lo que es la adolescencia<br />

sabe muy bien cómo desconectar. Si ha sido usted madre de un niño insomne<br />

de dos años sabe muy bien cómo alcanzar la soledad deliberada. No es<br />

difícil de hacer. Lo que cuesta es acordarse de hacerlo.<br />

Aunque probablemente todas preferiríamos visitar nuestro hogar de una<br />

manera más prolongada, marcharnos sin que nadie supiera dónde estamos y regresar<br />

mucho después, también es útil practicar la soledad en una sala ocupada<br />

por mil personas. Puede resultar raro al principio, pero lo cierto es que las personas<br />

conversan constantemente con el alma. Sin embargo, en lugar de entrar en<br />

este estado de una forma conciente, muchas caen en él de golpe a través de un<br />

ensueño o "estallan" de repente y se "encuentran" en él sin más.<br />

Pero, puesto que normalmente se considera una circunstancia desafortunada,<br />

hemos aprendido a camuflar este intervalo de comunicación espiritual designándolo<br />

con términos mundanos tales como "hablar con una misma", estar<br />

"perdida en los propios pensamientos", tener "la mirada perdida en la distancia" o<br />

"pensar en las musarañas". Muchos segmentos de nuestra cultura nos inculcan<br />

este lenguaje eufemístico, pues por desgracia ya en la infancia se nos enseña a<br />

avergonzarnos si nos sorprenden conversando con el alma, sobre todo, en ambientes<br />

tan pedestres como el lugar de trabajo o la escuela.<br />

En cierto modo, el mundo educativo y empresarial considera que el tiempo<br />

que una persona pasa siendo "ella misma" es improductivo cuando, en realidad,<br />

es el más fecundo. El alma salvaje canaliza las ideas hacia nuestra imaginación,<br />

donde nosotras las clasificamos para decidir cuáles de ellas pondremos en práctica<br />

y cuáles son más aplicables y fructíferas. La unión con el alma nos hace brillar<br />

de resplandor espiritual y nos induce a afirmar nuestras cualidades cualesquiera<br />

que éstas sean. Esta breve e incluso momentánea unión deliberada nos ayuda a<br />

vivir nuestras vidas interiores de tal forma que, en lugar de enterrarlas en el autotrastocamiento<br />

de la vergüenza, el temor a la represalia o al ataque, el letargo,<br />

la complacencia u otras reflexiones y excusas limitadoras, dejemos que nuestras<br />

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