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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

juicio y, bueno, el caso es que le preocupa mi capacidad y la de mis clientes para hacer frente a los mismos, en el supuesto de<br />

que perdamos y el tribunal nos ordene pagarlos.<br />

–Permítame que le interrumpa un momento, señor Drummond –dice parsimoniosamente el juez Kipler, con una voz potente y<br />

mesurada– Aquí tengo su petición y el informe que la acompaña –agrega después de levantar dichos documentos y agitarlos en<br />

dirección a Drummond– Ha hablado durante cuatro minutos y ha dicho exactamente lo mismo que tengo aquí por escrito.<br />

¿Tiene algo nuevo que agregar?<br />

–El caso es, su señoría, que tengo derecho...<br />

–¿Sí o no, señor Drummond? Soy perfectamente capaz de leer y comprender y, dicho sea de paso, usted redacta muy bien. Pero<br />

si no tiene nada que agregar, ¿qué estamos haciendo aquí?<br />

Estoy seguro de que esto nunca le había ocurrido al gran Leo Drummond, pero reacciona como si se tratara de algo<br />

perfectamente cotidiano.<br />

–Sólo me propongo facilitar la labor del tribunal, su señoría.<br />

–Denegado –dice categóricamente Yipler– Prosiga.<br />

Drummond sigue sin inmutarse.<br />

–Muy bien. Nuestra próxima petición hace referencia a sanciones. A nuestro parecer...<br />

–Denegado –dice Kipler.<br />

–Con la venia de su señoría.<br />

–Denegado.<br />

Oigo la risita de Deck a mi espalda. Las cuatro cabezas de la mesa de la acusación se agachan simultáneamente para registrar el<br />

suceso. Supongo que todos escriben en mayúsculas la palabra «denegado».<br />

–Ambas partes han solicitado sanciones y ambas peticiones quedan denegadas –dice Kipler mirando fijamente a Drummond,<br />

pero dándome al mismo tiempo una ligera bofetada.<br />

Es cosa grave interrumpir el discurso de un abogado que habla por trescientos cincuenta dólares por hora. Drummond mira<br />

fijamente a Yipler, que está divirtiéndose de lo lindo.<br />

Pero Drummond es un profesional curtido. Nunca delataría que le irritaba un simple juez de circuito.<br />

–Muy bien. Paso a nuestra petición para transferir el caso a un tribunal federal.<br />

–Adelante –dice Kipler–. Pero antes, dígame, ¿por qué no intentó transferirlo cuando el caso estaba en manos del juez Hale?<br />

Drummond tiene la respuesta preparada.<br />

–Entonces el caso era nuevo, su señoría, y todavía investigábamos la participación del acusado Bobby Ott. Ahora que hemos<br />

tenido tiempo para analizarlo, somos del parecer de que Ott ha sido incluido con el único propósito de eludir la jurisdicción<br />

federal.<br />

–¿De modo que siempre ha deseado presentar el caso ante un tribunal federal?<br />

–Sí, señor.<br />

–¿Incluso cuando Harvey Hale era responsable del mismo?<br />

–Exactamente, su señoría –responde sinceramente Drummond.<br />

La expresión de Yipler refleja claramente que no se lo cree. No hay una sola persona en la sala que se lo crea. Pero es un<br />

detalle sin importancia y Yipler ha expresado claramente su opinión.<br />

Drummond prosigue impertérrito con su argumento. Ha presenciado el ir y venir de un centenar de jueces, y no siente el más<br />

mínimo miedo ante ninguno de ellos. Tendrán que transcurrir muchos años, y muchos juicios en muchas salas, para que yo deje<br />

de sentirme intimidado por esos individuos de toga negra.<br />

Habla durante unos diez minutos y está insistiendo en los mismos puntos señalados en su informe cuando Kipler le interrumpe:<br />

–Discúlpeme, señor Drummond, ¿recuerda usted que hace unos minutos le he preguntado si tenía algo nuevo para presentar<br />

ante este tribunal?<br />

Drummond queda paralizado, con la palabra en la boca, y mira fijamente a su señoría.<br />

–¿Lo recuerda usted? –insiste Kipler–. Ha sucedido hace menos de quince minutos.<br />

–Creía que habíamos venido a debatir estas peticiones –responde Drummond con un vestigio de nerviosismo en el tono de su<br />

voz.<br />

–Eso es precisamente de lo que se trata. Si tiene algo nuevo que añadir, o tal vez algún punto confuso que desee aclarar, me<br />

encantaría oírlo. Pero usted se está limitando a repetir lo que ya tengo en mis manos.<br />

Miro de reojo a mi izquierda y veo unos rostros terriblemente compungidos. Su héroe está siendo humillado. Es un triste<br />

espectáculo.<br />

De pronto me percato de que esos muchachos se lo toman más a pecho de lo normal. El verano pasado estuve rodeado de<br />

muchos abogados cuando trabajé como pasante en un bufete, y para ellos todos los casos eran por un igual. Se trataba de<br />

trabajar duro, acumular unos buenos honorarios y aceptar serenamente los resultados. Siempre hay una docena de casos a la<br />

espera.<br />

Percibo una sensación de pánico en su campo y estoy seguro de que no se debe a mi presencia. Es habitual, en los pleitos<br />

contra compañías de seguros, que nombren a dos abogados para su <strong>defensa</strong>. Se presentan siempre por parejas.<br />

Independientemente del caso, los hechos, las circunstancias y el trabajo necesario, siempre son dos.<br />

¿Pero cinco? Parece una exageración. Algo sucede en su campo. Esos individuos están asustados.<br />

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