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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

pediría prestada a su novio, y un pantalón corto color caqui, arremangado. Su cabellera oscura desciende más allá de los<br />

hombros.<br />

–¿Es bueno? –pregunto.<br />

–Como cualquier otro.<br />

–e había visitado antes?<br />

–No empieces, Rudy. No quiero hablar de ello. Creo que deberías marchar–te –dice con firmeza, pero sin levantar la voz.<br />

–Es curioso, ¿sabes? He estado pensándolo. A decir verdad, he pasado mucho tiempo pensando en ti y en lo que debería hacer.<br />

Hago una pausa en el momento en que pasa un hombre en una silla de ruedas.<br />

–¿Y bien? –pregunta.<br />

–Todavía no lo sé.<br />

–Creo que deberías marcharte.<br />

–No lo dices en serio.<br />

–Sí.<br />

–No puedo creerlo. Tú quieres que no me aleje, que me mantenga en contacto, que te llame de vez en cuando, de modo que la<br />

próxima vez que te rompas algún hueso tengas a alguien que se preocupe por ti. Eso es lo que deseas.<br />

–No habrá una próxima vez.<br />

–¿Por qué no?<br />

–Porque ahora ha cambiado. Intenta dejar de beber. Ha prometido no volver a ponerme la mano encima.<br />

–¿Y te lo crees?<br />

–Sí.<br />

–No es la primera vez que te lo promete.<br />

–¿Por qué no te marchas? Y no me llames, ¿vale? Sólo sirve para empeorar la situación.<br />

–Por qué? ¿Por qué empeora la situación?<br />

Titubea unos instantes, deja la revista sobre las rodillas y me mira.<br />

–Porque conforme pasan los días pienso menos en ti.<br />

Es ciertamente agradable saber que ha pensado en mí. Saco una tarjeta de visita del bolsillo con mi antigua dirección, la del<br />

local actualmente precintado por diversas autoridades gubernamentales, escribo mi número de teléfono en el reverso de la<br />

misma y se la entrego.<br />

–De acuerdo. No volveré a llamar–te. Si me necesitas, éste es el número de mi casa. Si te lastima, quiero saberlo.<br />

Coge la tarjeta. Le doy un fugaz beso en la mejilla y abandono la sala de espera.<br />

En el sexto piso del mismo edificio hay una extensa unidad de oncología. El doctor Walter Kord es el médico de Donny Ray,<br />

que actualmente se limita a recetarle píldoras y otros medicamentos a la espera de la muerte. Kord fue quien prescribió la<br />

primera sesión de quimioterapia y realizó `las pruebas necesarias para determinar que Ron Black era el donante ideal para el<br />

trasplante de médula ósea a su hermano gemelo. Será un testigo fundamental para el juicio, en el supuesto de que llegue a<br />

celebrarse.<br />

Dejo una carta de tres páginas a su recepcionista. Deseo hablar con él cuando le parezca oportuno, preferiblemente sin que me<br />

cobre la visita. Por regla general, los médicos detestan a los abogados y exigen cantidades exorbitantes de dinero para hablar<br />

con nosotros. Pero Kord. y yo estamos en el mismo bando, y no tengo nada que perder al intentar establecer un diálogo con él.<br />

Estoy sumamente nervioso cuando avanzo por esta calle, en este conflictivo barrio de la ciudad, sin prestar atención al tráfico, e<br />

intentando en vano leer los números descoloridos de las casas. La zona da la sensación de haber sido abandonada, con buena<br />

razón, pero ahora está en proceso de rehabilitación. Todos los edificios son de dos o tres pisos de altura, con media manzana de<br />

profundidad y fachadas de ladrillo y cristal. La mayoría están adosados y sólo de vez en cuando los separa un callejón. Muchos<br />

siguen tapiados y algunos se incendiaron tiempo atrás. Paso frente a un par de restaurantes, uno de ellos con mesas en la acera<br />

bajo una marquesina, pero sin clientes, una tintorería y una floristería.<br />

La tienda de antigüedades Buried Treasures está en una esquina, en un edificio bastante pulcro de ladrillo gris oscuro, con<br />

toldos rojos sobre las ventanas. Tiene dos plantas y cuando levanto la cabeza para mirar el primer piso, tengo la sensación de<br />

haber encontrado mi nuevo domicilio.<br />

Puesto que no veo otra puerta, entro en la tienda de antigüedades. En su diminuto vestíbulo veo una escalera, con una tenue luz<br />

arriba.<br />

Deck me espera cargado de orgullo, con una radiante sonrisa.<br />

–¿Qué te parece? –pregunta, a pesar de que todavía no he tenido oportunidad de ver nada––. Cuatro habitaciones, unos noventa<br />

metros, más los servicios. No está mal –dice dándome unos golpecitos en el hombro. Avanza, se vuelve y abre los brazos de<br />

par en par– He pensado que ésta podría ser la sala de recepción y tal vez el despacho de una secretaria, cuando la tengamos.<br />

Sólo necesita una capa de pintura. Todos los suelos son de madera noble –agrega, y da un taconazo, como si no pudiera verlo–<br />

El techo está a tres metros y medio de altura. Las planchas de yeso que recubren las paredes facilitan su pintura –añade con un<br />

gesto para que lo siga y salimos por una puerta a un pequeño pasillo– Un cuarto a cada lado. Éste es el mayor y creo que es el<br />

que tú necesitas.<br />

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