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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–No lo sé. Pero este caso es mío, son mis clientes. El señor Stone se ha limitado a firmar en mi nombre hasta que aprobara el<br />

examen.<br />

–Muy bien. Prosigamos. Conste en acta –dice al tiempo que mira a la relatora, que ya ha empezado a teclear–. Ésta es una<br />

petición del acusado para sobreseer el caso, de modo que hablará primero el señor Drummond. Les concederé quince minutos a<br />

cada uno para presentar sus argumentos y luego deliberaré. No quiero pasar aquí toda la mañana. ¿Me han comprendido?<br />

Todo el mundo asiente. Los defensores parecen patos de madera en una caseta de tiro en la feria, con todas sus cabezas<br />

moviéndose simultáneamente. Leo Drummond se acerca a un atril portátil en el centro del estrado y empieza su discurso. Es<br />

lento, meticuloso y al cabo de cinco minutos aburrido. Resume los puntos principales ya expresados en su prolongado informe,<br />

cuya esencia es la de que el pleito contra Great Benefit es injusto porque la póliza no cubre el trasplante de médula. Luego está<br />

la cuestión de si Donny Ray Black es beneficiario de la póliza, teniendo en cuenta que es adulto y ha dejado de formar parte del<br />

núcleo familiar.<br />

Francamente, esperaba más de ellos. Creí que el gran Leo Drurmnond nos obsequiaría con algo casi mágico. Hasta ayer,<br />

descubrí que estaba emocionado ante la perspectiva de esa escaramuza inicial. Esperaba presenciar una buena pelea entre<br />

Drummond, el sofisticado letrado, y Bruiser, el vocinglero de los juzgados.<br />

Pero si no estuviera tan nervioso, me quedaría dormido. Pasa de los quince minutos sin una sola pausa. El juez Hale tiene la<br />

cabeza baja, está leyendo algo, probablemente una revista. Veinte minutos. Deck dice que Drurmnond cobra doscientos<br />

cincuenta dólares por hora en su despacho y trescientos cincuenta en el juzgado. Eso es bastante inferior a las tarifas de Nueva<br />

York y Washington, pero muy elevado para Memphis. Tiene buenas razones para hablar lentamente y repetirse con frecuencia.<br />

Compensa ser meticuloso, e incluso tedioso, cuando la minuta es de dicha cuantía.<br />

Sus tres asociados toman incesantemente notas en sus cuadernos con el evidente propósito de registrar palabra por palabra el<br />

discurso de su líder. Es casi cómico y, en otras circunstancias, soltaría una carcajada. Primero se han ocupado de la<br />

investigación, luego han redactado el informe, a continuación lo han reescrito varias veces, acto seguido han respondido a mi<br />

informe y ahora escriben los argumentos de Drummond, extraídos directamente de sus informes. Pero cobran por hacer eso.<br />

Deck calcula que los honorarios de los asociados son de unos ciento cincuenta en el despacho y algo más en las vistas y juicios.<br />

Si está en lo cierto, cada uno de esos personajes clónicos se embolsa unos doscientos dólares en una hora por hacer garabatos.<br />

Seiscientos dólares. Más trescientos cincuenta para Drummond. Eso suponen casi mil dólares por hora, por lo que estoy<br />

viendo.<br />

El cuarto hombre, sentado tras los asociados, es de edad más avanzada, aproximadamente la misma que Drummond. No toma<br />

notas, por consiguiente no puede ser abogado. Probablemente está aquí en representación de Great Benefit, puede que sea uno<br />

de los abogados de la compañía.<br />

Me olvido de Deck hasta que me golpea en el hombro con un cuaderno. Está a mi espalda y extiende la mano por encima de la<br />

barrera. Quiere mandarme un mensaje. En su cuaderno ha escrito una nota: «Este individuo es más pesado que el plomo.<br />

Ajústate a tu informe. No hables más de diez minutos. ¿Se sabe algo de Bruiser?»<br />

Muevo la cabeza sin volverla. Como si Bruiser pudiera estar en la sala sin ser visto.<br />

Después de treinta y un minutos, Drummond concluye su monólogo. Lleva las gafas colgadas en la punta de la nariz. Es el<br />

catedrático que pronuncia una conferencia ante sus alumnos. Regresa a su mesa inmensamente satisfecho de su lógica<br />

aplastante y su asombrosa capacidad de síntesis. Sus clónicos agachan simultáneamente la cabeza y susurran cumplidos por su<br />

maravillosa presentación. ¡Menudo puñado de lameculos! A quién puede sorprenderle que sea tan engreído.<br />

Coloco mi cuaderno en el atril y levanto la cabeza para mirar al juez Hale, que en este momento parece interesarse<br />

enormemente por lo que diga. Estoy muerto de miedo, pero sólo cabe seguir adelante.<br />

Esto no es más que un pleito. La negativa de Great Benefit le ha impedido a mi cliente recibir el único tratamiento que podía<br />

haberle salvado la vida. La actuación de la compañía acabará por matar a Donny Ray Black. Nosotros tenemos razón y ellos no<br />

la tienen. Me alienta la imagen de su rostro demacrado y su cuerpo marchito. Me pone furioso.<br />

Los abogados de Great Benefit recibirán un montón de dinero para generar confusión, embrollar los hechos, con la esperanza<br />

de embaucar al juez y luego al jurado con artimañas. Ésa es su misión y la razón por la que Drummond ha divagado durante<br />

treinta y un minutos sin decir nada.<br />

Mi versión de los hechos y de la ley será siempre más breve. Mis informes y argumentos serán siempre claros y precisos.<br />

Espero que alguien, en algún momento, lo reconozca.<br />

Empiezo por mencionar con nerviosismo algunos puntos básicos sobre las peticiones de sobreseimiento en general, y el juez<br />

Hale me mira con incredulidad, como si yo fuera el imbécil más supino que ha oído en su vida. Su rostro muestra incredulidad,<br />

pero por lo menos mantiene la boca cerrada. Procuro eludir su mirada.<br />

Las peticiones de sobreseimiento raramente se conceden cuando existe una clara disputa entre ambas partes. Puede que esté<br />

nervioso y hable con torpeza, pero tengo la seguridad de que proseguirá el proceso.<br />

Sigo mis notas sin revelar nada nuevo. Su señoría no tarda en cansarse de mi discurso, como lo hizo con el de Drummond, y<br />

vuelve a su lectura. Cuando termino, Drurmnond solicita cinco minutos para rebatir mis palabras y su amigo hace un ademán<br />

en dirección al atril.<br />

Drummond habla durante otros once valiosos y costosos minutos, aclara lo que le preocupaba, aunque nos deja a los demás<br />

sumidos en las tinieblas, y vuelve a sentarse.<br />

–Quiero ver a los letrados en mi despacho –dice Hale antes de levantarse y desaparecer inmediatamente por una puerta a su<br />

espalda.<br />

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