legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
He ahí la ventaja de no tener otra cosa que hacer.<br />
Los cinco abogados de la mesa de la <strong>defensa</strong> consultan apresurados sus pequeñas agendas negras, como si les pareciera<br />
remotamente posible hallar una fecha en la que estuvieran todos libres.<br />
–Mi agenda está repleta, su señoría –responde Drummond sin levantarse.<br />
La vida de un abogado importante gira en torno a una cosa:<br />
su agenda. Drummond nos está diciendo, con mucha soberbia, tanto a Kipler como a mí, que en un futuro próximo estará<br />
demasiado ocupado para perder el tiempo con una declaración.<br />
Sus cuatro lacayos asienten y se frotan la barbilla simultáneamente; para mayor asombro, sus agendas están también repletas.<br />
–¿Tiene usted una copia de la declaración jurada del doctor<br />
Kord? –pregunta Kipler.<br />
–Sí, señor –responde Drummond. –¿La ha leído?<br />
–Sí, señor. –¿Cuestiona su validez? –Pues...<br />
–Basta con un sí o un no, señor Drummond. ¿Cuestiona usted su validez?<br />
–No.<br />
–En tal caso, ese joven está a punto de morir. ¿Está usted de acuerdo en que debemos tener constancia de su testimonio para<br />
que, en su momento, el jurado sepa lo que tiene que decir? –Por supuesto, su señoría. El caso en que, en estos momentos, mi<br />
agenda....<br />
–¿Qué les parece el próximo jueves? –interrumpe Kipler. La mesa de la <strong>defensa</strong> se sume en un profundo silencio. –Me parece<br />
bien, su señoría –respondo en voz alta, sin que nadie me preste la menor atención.<br />
–Una semana a partir de hoy –declara Kipler, sin dejar de mirarlos con gran recelo.<br />
Drummond encuentra lo que buscaba y examina el documento en cuestión.<br />
–Tengo un juicio en el tribunal federal a partir del lunes, su señoría. Aquí tengo la orden, si desea examinarla. Su duración<br />
estimada será de dos semanas. –¿Dónde?<br />
–Aquí. En Memphis.<br />
–¿Probabilidades de llegar a un acuerdo?<br />
–Escasas.<br />
Kipler examina durante unos instantes su agenda.<br />
–¿Qué les parece el próximo sábado?<br />
–Me parece bien –repito, sin que una vez más nadie me preste atención.<br />
–¿Sábado?<br />
–Sí, el día veintinueve.<br />
Drummond mira a T. Pierce. Es evidente que el próximo pretexto le corresponde a él. Se levanta lentamente, con su agenda<br />
negra en la mano como si fuera de oro.<br />
–Lo siento, su señoría, tengo previsto pasar el fin de semana fuera de la ciudad.<br />
–¿Con qué propósito?<br />
–Asistir a una boda.<br />
–¿La suya?<br />
–No. La de mi hermana.<br />
Estratégicamente les conviene aplazar la declaración hasta que Donny Ray haya fallecido, evitando así que el jurado vea su<br />
rostro demacrado y oiga su voz torturada. Y no cabe la menor duda de que, entre los cinco, son capaces de encontrar suficientes<br />
excusas para postergar la declaración hasta que yo muera de viejo. Pero el juez Kipler lo sabe.<br />
–Se tomará la declaración el sábado, día veintinueve –declara–. Lamento que dicha fecha pueda resultar inconveniente para la<br />
<strong>defensa</strong>, pero Dios sabe que son bastantes para ocuparse de ello. A uno o dos no se les echará de menos –concluye mientras<br />
cierra su agenda. Se apoya sobre los codos y mira con una sonrisa a los abogados de Great Benefit–. ¿Algo más?<br />
Es casi cruel el desprecio con que los trata, pero no alberga rencor. Ha denegado cinco de las seis peticiones, aunque con buen<br />
criterio. En mi opinión es perfecto. Además, sé que habrá otras sesiones en esta sala, otras peticiones y vistas preliminares, y sé<br />
que también recibiré mis azotainas.<br />
Drummond se pone de pie, se encoge de hombros y examina los numerosos documentos desparramados delante de él sobre la<br />
mesa. Estoy seguro de que le apetece decir algo como «gracias por nada, juez», o «¿por qué no corta por lo sano y le entrega al<br />
demandante un millón de dólares?». Pero, como de costumbre, actúa como un letrado consumado.<br />
–No, su señoría, esto es todo por ahora –responde, como si Kipler le hubiera ayudado inmensamente.<br />
–¿Señor Baylor? –pregunta su señoría.<br />
–No, señor –respondo con una sonrisa.<br />
Basta por un día. He derrotado a los poderosos en mi primera escaramuza jurídica y no hay que abusar de la buena suerte.<br />
Entre yo y el bueno de Tyrone, hemos hecho un buen trabajo.<br />
–Muy bien –concluye con unos suaves golpecitos sobre la mesa–. Se levanta la sesión. Y, señor Morehouse, no olvide<br />
llamarme con el nombre de aquel caso que accedió a acelerar.<br />
T. Pierce emite un gemido de dolor.<br />
VEINTIOCHO<br />
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