legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Deck y yo subimos al segundo piso del juzgado y presentamos la petición de divorcio de los Riker antes de dirigirnos al<br />
despacho de Kipler. El juez me felicita por mi buena actuación y yo le doy las gracias por enésima vez. Pero hay algo más que<br />
me preocupa y le muestro la petición de divorcio. Le hablo someramente de Kelly Riker, de las palizas de su marido demente,<br />
y le solicito una orden judicial urgente que le prohíba al señor Riker acercarse a la señora Riker. Kipler detesta los divorcios,<br />
pero he logrado despertar su interés. Lo que le pido es bastante común en casos de disputas domésticas. Confía en mí y firma la<br />
orden. No se sabe nada del jurado. Hace quince minutos que se han retirado.<br />
Butch se reúne con nosotros en el vestíbulo para recoger una copia de la petición de divorcio, la orden que acaba de firmar<br />
Kipler y la citación. Está de acuerdo en entregárselos a Cliff Riker en su lugar de trabajo. Le pido una vez más que procure<br />
hacerlo sin ponerlo en ridículo.<br />
Esperamos una hora en la sala, Drummond y su equipo agrupados en una esquina. Deck, Cooper Jackson, Hurley, Grunfeld y<br />
yo en otra. Me divierte comprobar que los ejecutivos de Great Benefit se mantienen alejados de sus abogados, o puede que sea<br />
a la inversa. Underhall, Aldy y Lufkin están sentados en la última fila, con aspecto lúgubre. Esperan al pelotón de ejecución.<br />
A las doce se manda el almuerzo a la sala del jurado y Kipler nos ordena regresar a la una y media. Con los vuelcos que me da<br />
el estómago, sería incapaz de asimilar la comida. Llamo a Kelly por el teléfono de mi coche mientras cruzo velozmente la<br />
ciudad en dirección a la casa de Robin. Kelly está sola. Lleva un holgado pantalón prestado y zapatillas. No tiene ropa consigo,<br />
ni artículos de baño. Camina con dificultad y le duele todo el cuerpo. La ayudo a llegar a mi coche, abro la puerta y la instalo<br />
en el asiento. Aprieta los dientes, pero no se queja. Los cardenales de su cara y cuello son mucho más oscuros a la luz del sol.<br />
Cuando nos alejamos del bloque de pisos, me percato de que mira a su alrededor, como si temiera que Cliff apareciera entre los<br />
matorrales.<br />
–Acabamos de presentar esto –digo al tiempo que le entrego una copia de la petición de divorcio.<br />
Levanta el documento y lo lee mientras sorteamos el tráfico. –¿Cuándo se lo entregaréis a él? –pregunta. –Estará a punto de<br />
recibirlo. –Se pondrá como un loco.<br />
–Está loco. –Irá a por ti.<br />
–Eso espero. Pero no lo hará. Los hombres que maltratan a sus esposas no son más que unos cobardes. No te preocupes.<br />
Tengo una pistola.<br />
La casa es vieja, sin ningún distintivo y no se diferencia de las demás. El jardín frontal es largo, ancho y está lleno de árboles.<br />
Los vecinos tendrían que esforzarse para llegar a ver algún movimiento. Paro al final del camino de la casa y aparco. Dejo a<br />
Kelly en el coche y llamo a una puerta lateral. Una voz por un intercomunicador me pide que me identifique. La seguridad aquí<br />
es primordial. Todas las ventanas tienen los cristales ahumados. El jardín trasero está rodeado de una valla de madera de por lo<br />
menos dos metros y medio de altura.<br />
Se entreabre la puerta y una robusta joven me observa. No pretendo discutir. Después de cinco días en la sala no estoy de<br />
ánimo para el diálogo.<br />
–Busco a Betty Norvelle –digo.<br />
–Soy yo. ¿Dónde está Kelly?<br />
Muevo la cabeza en dirección al coche.<br />
–Tráigala.<br />
Podría llevarla fácilmente en brazos, pero le duele tanto el reverso de sus piernas que le resulta más fácil andar. Avanzamos<br />
lentamente por la acera y entramos en la casa. Parece que acompañe a una anciana de noventa años. Betty le sonríe y nos<br />
acompaña a una pequeña sala, una especie de despacho, donde nos sentamos frente a una mesa. He hablado con ella esta<br />
mañana y quiere los papeles del divorcio. Los repasa rápidamente. Kelly y yo nos cogemos de la mano.<br />
–¿De modo que usted es su abogado? –pregunta Betty después de percatarse de nuestra intimidad.<br />
–Sí. Y amigo.<br />
–¿Cuándo tienes que ver de nuevo al médico?<br />
–Dentro de una semana –responde Kelly.<br />
–¿De modo que de momento no necesitas atención médica?<br />
–No.<br />
–¿Tomas algún medicamento?<br />
–Sólo analgésicos.<br />
Los documentos parecen en orden. Extiendo un cheque por doscientos dólares: cien de depósito más la tarifa del primer día.<br />
–No somos un organismo registrado –aclara Betty–. Esto es un hogar para mujeres maltratadas, cuyas vidas corren peligro. Es<br />
propiedad de una persona privada, una mujer maltratada, y hay varias como ésta en la zona. Nadie sabe que estamos aquí.<br />
Nadie sabe lo que hacemos. Y queremos que siga así. ¿Están ambos dispuestos a guardar el secreto?<br />
–Por supuesto –asentimos simultáneamente y Betty nos ofrece un formulario para que lo firmemos.<br />
–¿No será ilegal? –pregunta Kelly.<br />
La pregunta es comprensible, dado lo siniestro del entorno.<br />
–No exactamente. Lo peor que puede ocurrir es que nos clausuren el centro. Entonces nos trasladaríamos simplemente a otro<br />
lugar. Hace cuatro años que estamos aquí y nadie ha protestado. ¿Son conscientes de que siete días es el período máximo de<br />
estancia?<br />
Lo sabíamos.<br />
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