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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Los amantes se retiran al cabo de unos minutos. Ella está llorando. Él es frío y despiadado. Me instalo en mi silla, desparramo<br />

mis notas sobre la mesa y procuro estudiar.<br />

Y espero.<br />

Kelly llega poco después de las diez, pero es otro individuo quien empuja hoy su silla de ruedas. Me mira fríamente y señala<br />

una mesa del centro de la sala. La conduce al lugar de su elección. Le miro. Él me mira.<br />

Supongo que se trata de Cliff. Es aproximadamente de mi altura, no más de metro ochenta y tres, robusto y con una incipiente<br />

barriga de tomar cerveza. Pero sus hombros son anchos y se le marcan los bíceps a través de una camiseta excesivamente<br />

ceñida, cuya función es la de exhibir sus músculos. Lleva vaqueros ajustados y el cabello castaño y ondulado, demasiado largo<br />

para ser elegante. Tiene abundante vello en su cara y antebrazos. Cliff es uno de esos que empiezan a afeitarse a los trece años.<br />

Tiene los ojos verdosos y un rostro atractivo, que le hacen parecer mayor de diecinueve. Da la vuelta al tobillo que fracturó con<br />

un bate de béisbol y se dirige a la barra en busca de bebidas. Ella sabe que estoy mirándola. Escudriña deliberadamente sus<br />

entornos y, en el último momento, me guiña un ojo. Casi derramo el café.<br />

No se precisa una gran imaginación para deducir lo que ha mediado entre ellos últimamente. Amenazas, disculpas, súplicas y<br />

más amenazas. Esta noche parecen pasárselo mal. Ambos están enfurruñados. Sorben sus refrescos en silencio. Intercambian<br />

de vez en cuando un par de palabras, pero su actitud es la de unos amantes juveniles en pleno enfado semanal. Uno dice algo<br />

breve y el otro responde todavía con mayor brevedad. Sólo<br />

se miran cuando es estrictamente necesario, contemplan fijamente el suelo y las paredes. Yo me oculto tras un libro.<br />

Ella se ha colocado de modo que pueda verme sin ser sorprendida. Él está casi completamente de espaldas a mí. Vuelve de vez<br />

en cuando la cabeza, pero sus movimientos se anuncian con mucha antelación. Me sobra tiempo para rascarme la cabeza y<br />

enfrascarme en mis estudios antes de que pose su mirada en mí.<br />

Después de diez minutos de silencio casi absoluto, ella dice algo que provoca una reacción agitada. Ojalá pudiera oírlos. De<br />

pronto, él está excitado y le chilla. Ella responde por un igual. Aumenta el volumen de sus voces y pronto logro discernir que<br />

discuten sobre si ella declarará o no contra él ante un juez. Parece no haberlo decidido todavía. Eso preocupa realmente a Cliff.<br />

Pierde con facilidad los estribos, lo cual no es sorprendente en un fanático sureño pagado de sí mismo, y ella le dice que baje la<br />

voz. Mira a su alrededor y deja de chillar. No oigo lo que dice.<br />

Después de provocarlo, lo tranquiliza, aunque todavía parece muy enojado. Con los nervios a flor de piel, durante un rato se<br />

ignoran mutuamente.<br />

Entonces ella vuelve al ataque. Farfulla algo y a él se le yergue la espalda. Le tiemblan las manos y su lenguaje se llena de<br />

blasfemias. Discuten un minuto, antes de que ella deje de hablar y de prestarle atención. A Cliff no le gusta ser ignorado y<br />

levanta la voz. Ella le dice que se calle, que están en público. Él levanta aún más la voz para expresar lo que hará si ella no<br />

retira la denuncia, decirle que tal vez acabe en la cárcel, etcétera.<br />

Ella responde algo que no logro oír y de pronto él le da un guantazo a su vaso de plástico y se incorpora de un brinco. La<br />

bebida se esparce por media sala, salpicando el suelo y otras mesas. Ella está empapada. Suspira, cierra los ojos y echa a llorar.<br />

Se le oye blasfemando y pataleando mientras se aleja por el pasillo.<br />

Me levanto instintivamente, pero ella mueve de inmediato la cabeza y vuelvo a sentarme. La cajera ha presenciado el<br />

espectáculo y se le acerca con una toalla. Se la entrega a Kelly y ella se seca la Coca–cola de la cara y de los brazos.<br />

–Lo siento –le dice a la cajera.<br />

Su bata está empapada. Hace un esfuerzo para no llorar mientras se seca las piernas y la escayola. Yo estoy cerca, pero no<br />

puedo ayudarla. Supongo que teme que regrese y nos sorprenda hablando.<br />

Hay muchos lugares en este hospital donde uno puede sentarse a tomar una Coca–cola o un café, pero le ha traído aquí porque<br />

quería que lo viera. Estoy seguro de que lo ha provocado para que presenciara su genio.<br />

Nos miramos prolongadamente mientras se seca la cara y los brazos. Le ruedan las lágrimas por las mejillas y se las seca.<br />

Posee la inexplicable habilidad femenina de producir lágrimas, sin dar la impresión de que esté llorando. No solloza ni se<br />

convulsiona, no le tiemblan los labios. Está simplemente ahí, en otro mundo, mirándome con los ojos empañados y<br />

acariciándose la piel con la toalla blanca.<br />

Pasan los minutos, pero pierdo la noción del tiempo. Aparece un auxiliar lisiado y friega el suelo a su alrededor. Entran tres<br />

enfermeras charlando alegremente y riéndose, pero al verla bajan inmediatamente el tono de sus voces. La miran, susurran y de<br />

vez en cuando me echan una fugaz ojeada.<br />

Hace el tiempo suficiente que se ha marchado para suponer que no vuelve y me emociona la idea de actuar como un caballero.<br />

Las enfermeras se retiran y Kelly mueve lentamente su dedo índice para llamarme. Ahora puedo acercarme.<br />

–Lo siento –dice cuando me agacho cerca de ella.<br />

–No te preocupes.<br />

Y luego dice algo que nunca olvidaré:<br />

–¿Puedes acompañarme a mi habitación?<br />

En otras circunstancias, esas palabras podrían tener amplias consecuencias, y mi mente se traslada momentáneamente a una<br />

playa exótica, donde dos jóvenes amantes deciden por fin lanzarse a la aventura.<br />

Su habitación, evidentemente, es un cubículo semiprivado cuya puerta puede abrir multitud de gente. incluso algún abogado.<br />

Empujo cuidadosamente su silla de ruedas entre las mesas hasta el pasillo.<br />

–Quinto piso –dice por encima del hombro.<br />

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