legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Se oye un suspiro a mi espalda y una tensión inmediata en la mesa de la <strong>defensa</strong>. Por lo demás, todo permanece tranquilo<br />
durante unos segundos. Cae la bomba, estalla y después de un breve compás de espera, cuando todo el mundo ha comprobado<br />
que está sano y salvo, se respira de nuevo.<br />
Escribo la cifra en mi cuaderno, aunque mis garabatos son ilegibles. Me niego a sonreír, aunque para ello debo morderme<br />
fuertemente el labio inferior. Son muchas las cosas que deseo hacer. Me gustaría subirme a la mesa y dar volteretas, me<br />
acercaría al palco del jurado y les besaría los pies, iría hasta la mesa de la <strong>defensa</strong> y les restregaría el éxito por las narices, y<br />
saltaría al estrado y le dada un abrazo a Tyrone Kipler.<br />
Pero conservo la compostura y me limito a susurrarle a mi cliente:<br />
–Enhorabuena.<br />
Dot no responde.<br />
Miro al estrado y veo a su señoría inspeccionando el veredicto escrito que el secretario le acaba de entregar. La mayoría de los<br />
miembros del jurado están mirándome. En ese momento es imposible no sonreír. Asiento para darles silenciosamente las<br />
gracias.<br />
Dibujo una cruz en mi cuaderno y bajo la misma escribo el nombre de Donny Ray Black. Cierro los ojos y evoco mi imagen<br />
predilecta de él, lo veo en la silla plegable junto al campo de béisbol, comiendo palomitas de maíz y sonriendo simplemente<br />
por estar ahí. Se me forma un nudo en la garganta y se me humedecen los ojos. No tenía por qué haber muerto.<br />
–El veredicto parece correcto –anuncia su señoría.<br />
Yo diría que sumamente correcto. Se dirige al jurado para agradecerles el servicio prestado, les dice que la semana próxima<br />
recibirán sus míseros cheques, les pide que no hablen del caso con nadie y les concede permiso para retirarse. Bajo las<br />
direcciones del alguacil, abandonan por última vez la sala. Nunca volveremos a vernos. En estos momentos me gustaría poder<br />
regalarles un millón a cada uno.<br />
Kipler también se esfuerza para mantener el rostro impasible.<br />
–Hablaremos de peticiones posteriores al juicio dentro de una semana aproximadamente. Mi secretaria se pondrá en contacto<br />
con ustedes. ¿Algo más?<br />
Me limito a mover la cabeza. ¿Qué más podría pedir?<br />
–Nada, su señoría –responde Leo sin levantarse de su silla.<br />
Su equipo está de pronto atareado guardando documentos en maletines y llenando cajas con informes. Están impacientes por<br />
retirarse. Es sobradamente el mayor veredicto de la historia de Tennessee y quedarán para siempre marcados como los<br />
muchachos que lo. encajaron. Si no estuviera tan cansado y aturdido, tal vez me acercaría a ellos para tenderles la mano. Sería<br />
lo elegante, pero simplemente no me apetece. Es mucho más fácil seguir aquí, sentado junto a Dot y contemplar el nombre de<br />
Donny Ray en mi cuaderno.<br />
No soy exactamente rico. La apelación tardará un año, tal vez dos, y el veredicto es tan importante que provocará un virulento<br />
ataque. De modo que tengo mucho trabajo en perspectiva.<br />
Pero ahora estoy harto de trabajar. Quiero subirme a un avión y encontrar una playa.<br />
Kipler da unos golpes con su martillo y este juicio ha concluido oficialmente. Miro a Dot y veo lágrimas. Le pregunto cómo se<br />
siente. Deck se nos acerca inmediatamente para felicitarnos. Está pálido, pero sonriente, con sus cuatro impecables dientes<br />
relucientes. Estoy pendiente de Dot. Es una mujer fuerte que se resiste a llorar, pero está perdiendo lentamente el control. Le<br />
acaricio el brazo y le entrego un pañuelo.<br />
Booker me da un apretón en la nuca y dice que me llamará la semana próxima. Cooper Jackson, Hurley y Grunfeld se acercan a<br />
nuestra mesa, con grandes sonrisas y rebosantes de cumplidos. Tienen que coger un avión. Hablaremos el lunes. El periodista<br />
se me acerca, pero le indico con la mano que me deje tranquilo. Les presto escasa atención, porque me preocupa mi cliente, que<br />
está deshaciéndose en llanto, cada vez más desconsolada.<br />
Tampoco presto atención a Drummond y sus muchachos, que se dirigen a la puerta cargados como mulas. No intercambiamos<br />
una sola palabra. Ahora me gustaría ser una mosca en la pared de Trent & Brent.<br />
La relatora, el alguacil y la secretaria recogen sus bártulos y se retiran. Sólo quedamos Dot, Deck y yo en la sala. Tengo que<br />
hablar con Kipler y darle las gracias por llevarme de la mano y lograr que eso fuera posible. Lo haré luego. Ahora sostengo la<br />
mano de Dot mientras descarga un torrente de lágrimas. Deck está junto a nosotros sin decir nada. Yo tampoco hablo. Mis ojos<br />
están húmedos y me duele el corazón. A ella no le importa en absoluto el dinero. Sólo quiere que le devuelvan a su hijo.<br />
Alguien, probablemente el alguacil, pulsa un interruptor en el pequeño pasillo, cerca de la sala del jurado, y se apagan las luces.<br />
La sala está semioscura. Ninguno de nosotros se mueve. Cede el llanto. Se seca las mejillas con un pañuelo y a veces con los<br />
dedos.<br />
–Lo siento –digo con la voz ronca.<br />
Ahora quiere marcharse, de modo que decidimos retirarnos. Le acaricio el brazo, y Deck se encarga de guardar nuestros<br />
papeles en tres maletines.<br />
Salimos de la oscura sala al vestíbulo de mármol. Son casi las cinco del viernes por la tarde y hay poca actividad. No hay<br />
cámaras, periodistas ni muchedumbre alguna para captar unas palabras y unas imágenes del abogado del momento.<br />
A decir verdad, pasamos completamente desapercibidos.<br />
CINCUENTA<br />
184