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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–Pues... no. Todavía no.<br />

–Debe hacerlo. Busque a un abogado en la ciudad con un buen historial de condenas. Alguien que tenga experiencia en casos<br />

de mala fe. He pensado mucho en este caso y cada vez me resulta más apasionante. Tiene mucho atractivo para el jurado.<br />

Imagino a los miembros del jurado enojados, con el deseo de castigar a la compañía de seguros. Alguien tiene que hacerse<br />

cargo de este caso y darse toda la prisa posible.<br />

Corro tanto como puedo.<br />

Se incorpora de un brinco y estira los brazos.<br />

–¿En qué clase de bufete va a trabajar? –pregunta. Está de puntillas, haciendo algún tipo de ejercicio de yoga para tonificar las<br />

pantorrillas– Porque éste es un caso maravilloso para que lo lleve personalmente. Se me ha ocurrido que tal vez debería<br />

llevárselo a su bufete y ocuparse usted mismo de todo el trabajo básico. Indudablemente habrá alguien con experiencia judicial<br />

en el bufete. Llámeme si lo desea. Estaré en Detroit todo el verano trabajando en un caso importantísimo contra Allstate, pero<br />

esto me interesa. Creo que puede convertirse en un gran caso, que hará época. Me encantaría ver cómo los machaca.<br />

–¿Qué ha hecho Allstate? –pregunto intentando desviar la atención de mi bufete.<br />

En su boca se dibuja una radiante sonrisa y cruza insólitamente las manos sobre la cabeza.<br />

–Increíble –responde, y empieza a relatarme con pelos y señales lo maravilloso del caso.<br />

Lamento habérselo preguntado. En mi limitada experiencia con abogados he descubierto que todos cojean del mismo pie.<br />

Una de sus costumbres más desagradables es la de contar batallitas. Si han participado en un juicio importante, quieren que lo<br />

sepas. Si tienen entre manos un caso espectacular con el que van a enriquecerse, necesitan compartirlo con otras mentes<br />

parecidas. A Max le quita el sueño la perspectiva de dejar a Allstate en la bancarrota.<br />

–De todos modos –dice, volviendo a la realidad–, tal vez pueda ayudarle en este caso. No voy a regresar el próximo otoñó, pero<br />

mi número de teléfono y mi dirección están en la caja. Llámeme si me necesita.<br />

Levanto la caja de Wild Turkey. Es pesada y el fondo se hunde parcialmente.<br />

–Gracias –digo mirándole a la cara– Le estoy muy agradecido.<br />

–Quiero ayudarle, Rudy. No hay nada más emocionante que vencer a una compañía de seguros. Créame.<br />

–Haré todo lo posible. Gracias.<br />

Suena el teléfono y lo agarra inmediatamente. Abandono sigilosamente el despacho con mi pesado cargamento.<br />

La señorita Birdie y yo llegamos a un peculiar acuerdo. No es una gran negociadora y, evidentemente, no necesita el dinero,<br />

Logro que rebaje el alquiler a ciento cincuenta dólares mensuales, servicios incluidos. También suministra los muebles<br />

necesarios para cuatro habitaciones.<br />

Además de pagar el alquiler, me comprometo a realizar varios trabajos en la finca, principalmente ocuparme de cortar el césped<br />

y cuidar el jardín. De ese modo se ahorrará treinta dólares semanales. Podaré los setos, barreré las hojas, etcétera. Se ha<br />

hablado vagamente de eliminar los hierbajos, pero no hemos concretado nada ni me lo he tomado en serio.<br />

Para mí es un buen trato y me siento orgulloso de mi experto enfoque. El piso merece un alquiler de trescientos cincuenta<br />

mensuales como mínimo, de modo que me ahorro doscientos dólares. Calculo que podré desenvolverme trabajando cinco horas<br />

semanales, veinte mensuales. No está mal, dadas las circunstancias. Después de vivir tres años en la biblioteca, necesito el aire<br />

fresco y el ejercicio. Nadie sabrá que hago de jardinero. Además, estaré cerca de la señorita Birdie, mi cliente.<br />

Nuestro trato es verbal, de mes a mes, de modo que si no funciona me trasladaré.<br />

No hace mucho vi unos pisos muy bonitos, ideales para un abogado joven y prometedor. No llegaban a los noventa metros<br />

cuadrados, tenían dos habitaciones, costaban setecientos dólares mensuales y yo estaba dispuesto a pagarlos. Las cosas han<br />

cambiado mucho desde entonces.<br />

Ahora voy a instalarme en una reflexión tardía bastante espartana, concebida por la señorita Birdie y luego olvidada durante<br />

diez años. Dispone de una modesta sala de estar, con una moqueta afelpada color naranja y paredes verde pálido. Hay un<br />

dormitorio, una pequeña cocina funcional y un comedor aparte. Los techos inclinados, en todas las habitaciones, proporcionan<br />

un efecto bastante claustrofóbico a mi pequeño ático.<br />

Es perfecto para mí. Siempre y cuando la señorita Birdie guarde las distancias, todo funcionará a pedir de boca. Me ha hecho<br />

prometer que no habría fiestas escandalosas, música fuerte, mujeres fáciles, bebida, drogas, perros ni gatos. Lo ha limpiado ella<br />

misma, ha fregado los suelos y las paredes, y ha retirado toda la basura que ha podido. Se ha pegado literalmente a mi lado<br />

cuando subía por la escalera con mis escasas pertenencias. Estoy seguro de que le daba pena.<br />

Cuando acababa de subir la última caja y antes de poder empezar a desempaquetar, ha insistido en que tomáramos un café en el<br />

jardín.<br />

Hemos permanecido sentados unos diez minutos, el tiempo necesario para que yo dejara de sudar, y entonces ha declarado que<br />

había llegado el momento de ocuparse de los parterres. He arrancado hierbajos hasta tener agujetas en la espalda. Durante unos<br />

minutos ha trabajado conmigo, pero luego se ha situado a mi espalda para darme órdenes.<br />

Sólo logro huir del trabajo del jardín refugiándome al amparo de Yogi's. Hoy me toca atender la barra hasta la hora de cerrar,<br />

poco después de la una de la madrugada.<br />

Esta noche el local está lleno y me cae el alma a los pies al comprobar que en dos largas mesas de un rincón delantero hay un<br />

montón de condiscípulos. Es la última reunión de una de las diversas sociedades de la facultad, a la que nadie me invitó a<br />

pertenecer. Se denomina Los letrados y la constituyen un grupo de importantes estudiantes, de los que participan en la revista<br />

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