legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Mi visita es como unas pequeñas vacaciones para él y no tiene prisa para que me vaya. Hablamos unos minutos de la vida en la<br />
cárcel y empiezo a mirar hacia la puerta.<br />
Nunca había estado en el primer piso de la casa de la señorita Birdie, y es tan húmedo y polvoriento como la planta baja. Abro<br />
las puertas de todas las habitaciones, enciendo las luces, miro rápidamente a mi alrededor, apago las luces y vuelvo a cerrar las<br />
puertas. El suelo del pasillo cruje al andar. Hay una escalerilla que sube a un segundo piso, pero me produce aprensión.<br />
La casa es mucho mayor de lo que imaginaba. Y mucho más solitaria. Es difícil imaginarla aquí sola; me siento profundamente<br />
culpable de no haber pasado más tiempo con ella, de no haberla acompañado a ver sus culebrones y series repetidas por<br />
televisión, de no haber comido más bocadillos de pavo y tomado más tazas de café instantáneo con ella.<br />
La planta baja parece tan tranquila como el primer piso y cierro la puerta del jardín a mí espalda. Es extraña su ausencia. No<br />
recuerdo que me reconfortara su presencia, pero siempre era agradable saber que había alguien ahí, en esa enorme casa, por si<br />
necesitaba algo. Ahora me siento aislado.<br />
En la cocina contemplo el teléfono. Es uno de los antiguos modelos de disco giratorio y siento la tentación de llamar a Kelly. Si<br />
contesta, ya se me ocurrirá algo. Si oigo la voz de su marido, colgaré. La llamada puede ser localizada a esta casa, pero yo no<br />
vivo aquí.<br />
Hoy he pensado en ella más que ayer. Esta semana más que la anterior.<br />
Necesito verla.<br />
TREINTA Y CUATRO<br />
Me dirijo a la terminal de autobuses en la furgoneta de Deck. Es domingo, por la mañana temprano. Hace un tiempo claro y<br />
hermoso, con los primeros indicios de otoño en el aire. Memphis en octubre es un lugar encantador.<br />
El viaje de ida y vuelta en avión a Cleveland cuesta casi setecientos dólares. Calculamos que una habitación en un motel<br />
barato, pero mínimamente seguro, costaría cuarenta dólares por noche y que el gasto de la comida iba a ser insignificante,<br />
porque con poco me basta. Somos nosotros quienes tomamos la declaración y, por consiguiente, su coste corre por cuenta<br />
nuestra. La relatora más barata con la que he hablado en Cleveland cobra cien dólares por comparecer, más dos dólares por<br />
página copiada y mecanografiada. No es inusual que dichas declaraciones consten de un mínimo de cien páginas. También me<br />
gustaría grabarlas en vídeo, pero eso es impensable.<br />
También lo es, al parecer, la idea de viajar en avión. El bufete de Rudy Baylor no puede permitirse pagar el billete a Cleveland.<br />
No me atrevo en modo alguno a arriesgarme con mi Toyota por la autopista. Si se averiara me dejaría colgado y tendría que<br />
aplazar las declaraciones. Deck se ha ofrecido más o menos a prestarme su furgoneta, pero tampoco la considero fiable para un<br />
desplazamiento de mil seiscientos kilómetros.<br />
Los autocares Greyhound son seguros, aunque terriblemente lentos. Siempre acaban por llegar. No es mi transporte predilecto,<br />
pero qué le vamos a hacer. Tampoco tengo mucha prisa. Así podré contemplar el paisaje y nos ahorraremos un valioso dinero.<br />
Hemos considerado muchos aspectos.<br />
Deck conduce sin decir gran cosa. Creo que está un poco avergonzado porque no nos podemos permitir algo mejor. Además,<br />
sabe que él debería también viajar conmigo. Voy a enfrentarme a testigos hostiles y tendré que repasar montones de nuevos<br />
documentos con suma rapidez. Sería reconfortante tener otra mente cerca de mí.<br />
Nos despedimos en el aparcamiento de la estación. Promete cuidar del despacho y procurar conseguir algún trabajo. Estoy<br />
seguro de que lo intentará. Se aleja en dirección a Saint Peter.<br />
Nunca he viajado en un Greyhound. La terminal, pequeña pero limpia, está llena de viajeros de domingo por la mañana, la<br />
mayoría de los cuales son ancianos y negros. Me acerco a una ventanilla y compro mi billete. Le cuesta a mi bufete ciento<br />
treinta y nueve dólares.<br />
El autocar sale a las ocho en punto en dirección a Arkansas, y luego hacia el norte, en dirección a San Luis. Afortunadamente,<br />
logro evitar la molestia de sentarme junto a alguien.<br />
El autocar está casi lleno, con sólo tres o cuatro asientos libres. Según el horario, llegaremos a San Luis en seis horas, a<br />
Indianápolis a las siete de la tarde y a Cleveland a las once de la noche. Eso supone quince horas en este autocar. Las<br />
declaraciones comienzan a las nueve de la mañana.<br />
Estoy seguro de que mis rivales de Trent & Brent duermen todavía, tomarán un buen desayuno cuando despierten, leerán el<br />
periódico del domingo en el jardín con sus respectivas esposas, tal vez alguno de ellos vaya a la iglesia, luego comerán un<br />
suculento almuerzo y jugarán un rato al golf. A eso de las cinco, sus esposas les llevarán al aeropuerto, donde les darán un beso<br />
de despedida como Dios manda y se embarcarán en primera clase. Al cabo de una hora aterrizarán en Cleveland, donde los<br />
recibirá indudablemente un lacayo de Great Benefit, que los trasladará en coche al mejor hotel de la ciudad. Después de una<br />
exquisita cena, con copas y vino, se reunirán en una lujosa sala de conferencias donde se confabularán contra mí hasta<br />
avanzada la noche. Cuando yo llegue a mi motel barato, ellos se acostarán tranquilos, relajados y listos para la batalla.<br />
El edificio de Great Benefit está en un barrio lujoso de Cleveland, fundado por blancos adinerados. Le explico al taxista que<br />
busco un motel barato en las cercanías y sabe exactamente adónde llevarme. Para frente al Plaza Inn. Al lado está McDonald's<br />
y en frente Blockbuster Video. No es más que una calle con comercios a ambos lados: prostíbulos, comida rápida, anuncios<br />
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