legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Ya ha oscurecido cuando aparco en Greenway Plaza. La mayoría de los coches han desaparecido. Al otro lado de la calle, las<br />
llamativas luces del club Amber han atraído el conjunto habitual de camionetas y coches alquilados por las grandes empresas.<br />
El neón rodea la totalidad del tejado del edificio e ilumina toda la zona.<br />
El comercio carnal, sin que sea fácil explicar por qué, está en auge en Memphis. Ésta es una ciudad muy conservadora y con<br />
muchas iglesias, en pleno corazón del cinturón bíblico. Aquí, los aspirantes a cargos públicos se adhieren rápidamente a un<br />
riguroso código moral, que los electores suelen recompensar con sus votos. No puedo imaginar que elijan a un candidato que<br />
sea tolerante con el comercio carnal.<br />
Veo a un grupo de negociantes que se apean de un coche y entran en el club Amber. Se trata de un norteamericano<br />
acompañado de cuatro japoneses que van a culminar indudablemente un día de negociaciones con unas copas y una agradable<br />
inspección de los últimos adelantos en silicona norteamericana.<br />
La música está ya muy fuerte. El aparcamiento se llena con rapidez.<br />
Me dirijo apresuradamente a la puerta principal del bufete y la abro. Los despachos están vacíos. Maldita sea, probablemente se<br />
han trasladado todos al otro lado de la calle. Esta tarde he tenido la clara impresión de que el bufete de J. Lyman Stone no es un<br />
lugar para fanáticos del trabajo.<br />
Todas las puertas están cerradas, supongo que con llave. Aquí nadie confía en los demás. Sin duda pienso cerrar también la<br />
mía.<br />
Me quedaré unas horas. Debo llamar a Booker y ponerle al corriente de mis últimas aventuras. Hemos descuidado nuestros<br />
estudios para el examen de colegiatura. A lo largo de tres años hemos logrado estimularnos y motivarnos mutuamente. La<br />
fecha del examen asoma amenazante por el horizonte, como una cita con el pelotón de ejecución.<br />
DIECISÉIS<br />
Sobrevivo durante la noche sin que me detengan, pero duermo poco. Entre las cinco y las seis de la madrugada, impulsado por<br />
los pensamientos confusos que invaden atropelladamente mi cerebro, me levanto de la cama. He dormido menos de cuatro<br />
horas en los dos últimos días.<br />
Su número está en la guía y llamo a las seis menos cinco. Estoy tomando mi segunda taza de café. Llama diez veces antes de<br />
que responda una voz adormecida.<br />
–Diga.<br />
–Con Barry Lancaster, por favor –digo.<br />
–Soy yo.<br />
–Hola Barry, soy Rudy Baylor.<br />
Se aclara la garganta y le imagino incorporándose en la cama.<br />
–¿Qué ocurre? –pregunta en un tono mucho más decidido.<br />
–Lamento llamarle tan temprano, pero sólo quería mencionarle un par de cosas.<br />
–¿A saber?<br />
–A saber, que los Black presentaron ayer una demanda contra Great Benefit. Le mandaré una copia cuando dispongan de unas<br />
nuevas dependencias. También firmaron un documento de rescisión, de modo que han prescindido de sus servicios. Ya no tiene<br />
por qué preocuparse de–ellos.<br />
–¿Cómo se las ha arreglado para presentar una demanda?<br />
–A decir verdad, eso no es en absoluto de su incumbencia.<br />
–Maldita sea, claro que lo es.<br />
–Le mandaré una copia de la demanda y lo comprenderá. No tiene un pelo de tonto. ¿Tienen ya una nueva dirección, o<br />
funciona todavía la antigua?<br />
–Nuestro apartado de correos no ha sufrido daño alguno.<br />
–Claro. Por cierto, le agradecería que no me involucrara en ese asunto del incendio intencionado. No tuve nada que ver con el<br />
incendio y si insiste en implicarme, me veré obligado a llevarle ante los tribunales.<br />
–Tiemblo de miedo.<br />
–Se le nota. Limítese a dejar mi nombre tranquilo.<br />
Cuelgo antes de que pueda responder. Observo el teléfono durante cinco minutos, pero no me llama. Menudo cobarde.<br />
Siento una enorme curiosidad por ver cómo hablan del incendio los periódicos de la mañana, y decido tomar una ducha,<br />
vestirme y salir rápidamente al amparo de la oscuridad. El tráfico es escaso cuando conduzco hacia el sur en dirección al<br />
aeropuerto, hasta Greenway Plaza, donde empiezo a sentirme como en mi casa. Aparco en el mismo lugar que abandoné hace<br />
siete horas. El club Amber, en cuyo aparcamiento hay montones de basura y latas de cerveza, está oscuro y silencioso.<br />
El pequeño local de la planta baja, junto a donde creo que se encuentra mi despacho, está alquilado por una corpulenta alemana<br />
llamada Trudy que dirige un café barato. La conocí anoche, cuando entré en su local para comprar un bocadillo, y me dijo que<br />
abría a las seis para servir cafés y buñuelos.<br />
Cuando entro está sirviendo. Charlamos unos momentos mientras me tuesta un bollo y me sirve un café. Ya hay una docena de<br />
clientes apretujados alrededor de las pequeñas mesas y Trudy está preocupada. El repartidor de buñuelos lleva retraso.<br />
Compro un periódico y me instalo en una mesa junto a la ventana, está empezando a salir el sol. En primera plana de la sección<br />
metropolitana hay una gran fotografía del almacén del señor Lake en llamas. Un breve artículo describe la historia del edificio,<br />
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