legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
de la facultad, que se toman a sí mismos demasiado en serio. Procuran darle un cariz secreto y exclusivo, con arcanos ritos de<br />
iniciación cantados en latín y otras idioteces por el estilo. Casi todos van a trabajar en grandes bufetes, o en la administración<br />
jurídica federal. Dos de ellos van a seguir sus estudios en la Facultad de Impuestos y Tributos de la Universidad de Nueva<br />
York. Son una pandilla de ostentosos.<br />
Les sirvo una jarra tras otra de cerveza y no tardan en emborracharse. El más escandaloso es un renacuajo llamado Jacob<br />
Staples, un abogado joven y prometedor que ya había dominado el arte del juego sucio, cuando ingresó hace tres años en la<br />
Facultad de Derecho. Staples ha descubierto más formas de engaño que cualquier otra persona en la historia de esta facultad.<br />
Ha robado exámenes, escondido libros de consulta, plagiado ideas de todos los demás, y mentido a los profesores para retrasar<br />
trabajos e informes. No tardará en ganar un millón de dólares. Sospecho que fue él quien copió mi informe del The Daily<br />
Report y lo distribuyó por toda la facultad. Es típico de él.<br />
Aunque procuro no prestarles atención, de vez en cuando les sorprendo mirándome fijamente. Oigo varias veces la palabra<br />
«insolvencia».<br />
Pero estoy ocupado y voy tomando algún sorbo de cerveza, disimulada en un tazón de café. Prince está en el rincón opuesto,<br />
mirando la televisión y vigilando con cautela a Los letrados. Hoy está pendiente de las carreras de galgos en un campo de<br />
Florida, y ha apostado en todas. Esta noche, su compañero de apuestas y copas es su abogado, Bruiser Stone, un individuo<br />
enormemente gordo y robusto, con una exuberante y frondosa cabellera canosa, y una larga perilla. Pesa por lo menos ciento<br />
cincuenta kilos y juntos parecen un par de osos sentados en las rocas comiendo cacahuetes.<br />
Bruiser Stone es un abogado de moralidad sumamente cuestionable. Se conocen desde hace mucho tiempo, eran condiscípulos<br />
en un instituto del sur de Memphis, y juntos han hecho muchos negocios turbios. Cuentan su dinero cuando nadie los observa.<br />
Sobornan a los políticos y a la policía. Prince da la cara, Bruiser cavila. Y cuando atrapan a Prince cometiendo algún delito,<br />
Bruiser aparece en primera página alegando que se trata de una injusticia. Es muy eficaz en los juzgados, primordialmente<br />
porque se sabe que ofrece importantes cantidades de dinero a los miembros del jurado. Prince no teme los veredictos de<br />
culpabilidad.<br />
Bruiser tiene cuatro o cinco abogados en su bufete. No puedo imaginar lo desesperado que tendría que estar para pedirle<br />
trabajo. No se me ocurre nada peor en el mundo que confesarle a la gente que trabajo para Bruiser Stone.<br />
Prince podría organizármelo. Le encantaría hacerme ese favor y demostrar su enorme influencia.<br />
No puedo creer que esté pensando algo así.<br />
DIEZ<br />
Presionado por los cuatro, Smoot acaba por ceder y nos autor¡za a regresar al Parque de los Cipreses por nuestra cuenta, sin ir<br />
en grupo ni tener que soportar otro almuerzo. Booker y yo entramos sigilosamente durante la interpretación de Hermosa<br />
América y nos sentamos en el fondo de la sala, mientras la señorita Birdie les habla de las ventajas de las vitaminas y de un<br />
buen ejercicio. Por fin se percata de nuestra presencia, e insiste en que nos acerquemos al atril para presentarnos formalmente.<br />
Concluido el programa, Booker se instala en un rincón, donde se reúne con sus clientes y les ofrece asesoramiento que no<br />
quiere que oigan los demás. Puesto que yo ya he hablado con Dot y he pasado horas charlando con la señorita Birdie de su<br />
testamento, no me queda mucho que hacer. El señor Dewayne Deweese, mi tercer cliente de la visita anterior, está en el<br />
hospital y le he mandado por correo un resumen perfectamente inútil de mis sugerencias para ayudarle en su pequeña guerra<br />
privada contra la Administración de Veteranos.<br />
El testamento de la señorita Birdie está incompleto y sin firmar. En los últimos días se ha vuelto muy susceptible respecto al<br />
mismo. Cabe la posibilidad de que quiera cambiarlo. Dice que no ha tenido noticias del reverendo Kenneth Chandler y puede<br />
que no le deje su fortuna. Yo procuro alentarla en dicho sentido.<br />
Hemos mantenido varias conversaciones sobre el dinero. Le gusta esperar a verme hasta el cogote de tierra y estiércol, cubierto<br />
de turba y empapado de sudor, para acercarse y preguntarme inesperadamente:<br />
–Podría la esposa de Delbert reclamar ante los tribunales si<br />
no les dejo nada? ¿qué me impide regalar el dinero ahora?<br />
Paro, emerjo entre las plantas, me seco la cara y procuro pensar en una respuesta inteligente. Normalmente para entonces ha<br />
cambiado de tema y desea saber por qué no crecen aquellas azaleas.<br />
He abordado el tema varias veces mientras tomamos café en el jardín, pero se pone nerviosa y agitada. Los abogados le<br />
inspiran un sano recelo.<br />
He logrado comprobar algunos datos. Es cierto que estuvo casada en segundas nupcias con Anthony Murdine. Su matrimonio<br />
duró casi cinco años, hasta que él falleció en Atlanta hace cuatro años. Al parecer, el señor Murdine dejó a su muerte una<br />
cantidad considerable de bienes, que provocaron aparentemente una gran polémica, porque el tribunal del condado de De Kalb,<br />
en Georgia, ordenó el secreto del sumario. Hasta ahí he llegado. Tengo el propósito de hablar con alguno de los abogados<br />
relacionados con dichos bienes.<br />
La señorita Birdie quiere hablar, celebrar una entrevista. Eso hace que se sienta importante ante su gente. Nos sentamos junto a<br />
una mesa cerca del piano, alejados de los demás, y acercamos nuestras cabezas a escasos centímetros la una de la otra. Se diría<br />
que no nos hemos visto desde hace un mes.<br />
–Necesito saber lo que debo hacer con su testamento, señorita Birdie –digo– Y antes de redactarlo debidamente, debo saber<br />
algo más acerca del dinero.<br />
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