legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
A mi izquierda, tras la barrera que separa la galería pública del estrado, el palco del jurado y las mesas de los letrados, distingo<br />
a un grupo de individuos que se esfuerzan por verme. Todos tienen el mismo aspecto y visten por un igual: cabello corto, traje<br />
oscuro, camisa blanca, corbata a rayas, ceño y sonrisa de desdén.<br />
La sala está silenciosa. Me siento como un intruso. Incluso la relatora y el alguacil parecen mirarme con desaire.<br />
Me pesan los pies, siento un temblor en las rodillas y me encuentro desprovisto por completo de seguridad en mí mismo. Me<br />
acerco al estrado. Mi garganta parece de pergamino, mi voz seca y débil.<br />
–Discúlpeme, señor, estoy aquí para asistir a la vista del caso Black.<br />
La expresión del juez permanece inmutable. Sigue tamborileando con los dedos.<br />
–¿Y quién es usted?<br />
–Mi nombre es Rudy Baylor. Trabajo para Bruiser Stone.<br />
–¿Dónde está el señor Stone? –pregunta.<br />
–No estoy seguro. Se suponía que debía reunirse aquí conmigo.<br />
Oigo voces y actividad entre los abogados que están a mi izquierda, pero no miro. El juez Hale deja de golpear con los dedos,<br />
separa la mano de su barbilla y mueve con frustración la cabeza.<br />
–Por qué no me sorprende? –declara frente al micrófono.<br />
Puesto que Deck y yo nos independizamos, estoy decidido a llevarme el caso de los Black. ¡Es mío! Nadie puede<br />
arrebatármelo. El juez Hale no tiene forma de saber en este momento que yo seré el abogado acusador en este caso, y no<br />
Bruiser. A pesar de lo asustado que estoy, decido que éste es el momento de establecerme.<br />
–Supongo que quiere una prórroga –dice el juez.<br />
–No, señor. Estoy preparado para el debate de la petición –respondo con todas mis fuerzas.<br />
Cruzo la puerta y coloco el sumario sobre la mesa a mi derecha.<br />
–¿Es usted abogado? –pregunta.<br />
–Acabo de aprobar el examen de colegiatura.<br />
–Pero no ha recibido todavía su licencia?<br />
No sé por qué dicha distinción no se me había ocurrido hasta ahora. Supongo que me sentí tan orgulloso de mí mismo que lo<br />
había olvidado. Además, Bruiser era quien iba a hablar hoy, puede que con alguna pequeña intervención por mi parte para<br />
practicar un poco.<br />
–No, señor. Tomamos juramento la semana próxima.<br />
Uno de mis enemigos se aclara ruidosamente la garganta para llamar la atención del juez. Vuelvo la cabeza y veo a un<br />
distinguido caballero con un traje azul marino que se levanta parsimoniosamente de su silla.<br />
–Con la venia de la sala –dice, como si lo hubiera repetido un millón de veces– Para que conste en acta, mi nombre es Leo F.<br />
Drummond, de Tinley Britt, abogado defensor de Great Benefit Life.<br />
Habla en un tono sobrio, dirigiéndose a su amigo de toda la vida y compañero de piso en Yale. La relatora ha vuelto a<br />
concentrarse en sus uñas.<br />
–Y nos oponemos a que este joven esté presente en este asunto –agrega en un tono lento y grave, al tiempo que hace un<br />
ademán hacia mí y despierta inmediatamente mi odio. Cielos, ni siquiera está colegiado.<br />
Lo detesto por su tono paternalista y su absurda minuciosidad. Esto es sólo una vista, no un juicio.<br />
–Con la venia de su señoría, la semana próxima estaré colegiado –replico, con mi voz reforzada enormemente por la ira.<br />
–Eso no basta, su señoría –exclama Drummond, con los brazos abiertos, como si la idea fuera completamente absurda.<br />
¡Menuda osadía!<br />
–He aprobado el examen, su señoría.<br />
–¿Hemos de suponer que es una gran hazaña? –exclama Drummond mirándome.<br />
Yo lo miro a los ojos. Lo acompañan otras cuatro personas, tres sentadas a la mesa con cuadernos delante y la cuarta a su<br />
espalda. Todos están pendientes de mí.<br />
–Es una gran hazaña, señor Drummond. Pregúnteselo a Shell Boykin –respondo.<br />
Drummond frunce sus facciones y hace una detectable mueca. En realidad, todos sus compañeros han fruncido también sus<br />
facciones.<br />
Ha sido un golpe bajo, pero no he podido resistirlo. Shell Boykin es uno de los dos estudiantes de mi curso, lo suficientemente<br />
privilegiados para haber sido contratados por Trent & Brent. Nos hemos odiado durante tres años y el mes pasado hicimos<br />
juntos el examen. Su nombre no aparecía en el periódico del domingo. Estoy seguro de que el prestigioso bufete debe sentirse<br />
avergonzado de que uno de sus brillantes novicios haya suspendido el examen.<br />
Drummond frunce aún más el entrecejo y le respondo con una sonrisa. En los breves momentos en que nos observamos<br />
mutuamente aprendo una valiosa lección. No es más que un hombre. Puede ser legendario en los juzgados, con muchas<br />
muescas en su cinturón, pero es simplemente otro ser humano. No va a cruzar el pasillo y abofetearme, porque le daría una<br />
paliza. No puede lastimarme, ni tampoco pueden hacerlo su pequeña banda de corchetes.<br />
Ambos lados de la sala están al mismo nivel. Mi mesa es tan grande como la suya.<br />
–¡Siéntense! –exclama su señoría cerca del micrófono Los dos –agrega, mientras yo encuentro una silla y me instalo– Una<br />
pregunta, señor Baylor. ¿Quién se ocupará de este caso en su bufete?<br />
–Lo haré yo, su señoría.<br />
–¿Y qué me dice del señor Stone?<br />
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