legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Ambas partes podemos nombrar a las personas que esperamos que se presenten al juicio. Ott parece dudoso, pero si lo<br />
encontramos, quiero poder llamarlo como testigo. Una vez más le he pedido a Butch que lo buscara.<br />
Hablamos de los peritos. Sólo tengo dos, el doctor Walter Kord y Randall Gaskin, administrador de la clínica oncológica.<br />
Drummond ha incluido a uno en su lista, el doctor Milton Juffy, de Syracuse. He decidido no tomarle declaración por dos<br />
razones. En primer lugar, sería demasiado caro viajar hasta allí para hacerlo y, lo que es más importante, sé lo que va a decir.<br />
Declarará que los trasplantes de médula son demasiado experimentales para ser considerados como un tratamiento médico<br />
adecuado y razonable. Walter Kord está furioso y me ayudará a preparar el interrogatorio.<br />
Kipler duda que llegue a declarar.<br />
Discutimos sobre documentos durante una hora. Drummond le asegura al juez que han actuado con toda honradez y entregado<br />
todos los documentos. A cualquiera le parecería convincente, pero yo sospecho que miente. También lo sospecha Kipler.<br />
–¿Qué me dice de la información solicitada por la acusación sobre el total de pólizas en existencia durante los dos Últimos<br />
años, el total de reclamaciones durante el mismo periodo y el total de reclamaciones denegadas?<br />
Drummond respira hondo y parece sumamente perplejo.<br />
–Estamos en ello, su señoría, se lo juro. La información está dispersa por distintas agencias regionales a lo largo y ancho del<br />
país. Mi cliente tiene treinta y una agencias estatales, diecisiete agencias provinciales, cinco regionales, es difícil...<br />
–¿Tiene su cliente ordenadores?<br />
–Por supuesto –responde frustrado–. Pero no se trata simplemente de pulsar unas teclas y ¡ahí está la información!<br />
–El juicio empieza dentro de tres semanas, señor Drummond. Quiero esa información.<br />
–Estamos intentándolo, su señoría. cliente todos los días.<br />
–¡Obténgala! –exclama Kipler, señalando incluso al gran Leo F. Drummond.<br />
Morehouse, Hill, Plunk y Grone se hunden simultáneamente unos centímetros en sus asientos, pero sin dejar de tomar notas.<br />
Pasamos a asuntos menos delicados. Estamos todos de acuerdo en que debemos reservar dos semanas para el juicio, aunque<br />
Kipler me ha confiado que se propone presionar todo lo posible para resolverlo en cinco días. Concluimos la vista en dos horas.<br />
–Bien, caballeros, ¿alguna negociación para llegar a un acuerdo? –pregunta el juez.<br />
Evidentemente, ya le he hablado de la última oferta de ciento setenta y cinco mil. También sabe que Dot Black no tiene ningún<br />
interés en llegar a un acuerdo. No quiere el dinero. Quiere sangre.<br />
–¿Cuál es su mejor oferta, señor Drummond?<br />
Hay expresiones de satisfacción entre los cinco componentes de la <strong>defensa</strong>, como si algo dramático estuviera a punto de<br />
ocurrir.<br />
–Bien, su señoría, desde esta mañana mi cliente me ha autorizado a ofrecer doscientos mil dólares para saldar el caso –<br />
responde Drummond, con un pequeño esfuerzo melodramático.<br />
–Señor Baylor.<br />
–Lo siento. Mi cliente me ha ordenado no aceptar su oferta. –¿Por cualquier cantidad?<br />
–Exactamente. Quiere un jurado en ese palco y que el mundo sepa lo que le ha ocurrido a su hijo.<br />
Estupefacción y desconcierto al otro lado de la mesa. Nunca había visto tanto movimiento de cabezas. Incluso el juez parece<br />
perplejo.<br />
Apenas he hablado con Dot desde el funeral. Nuestras escasas conversaciones han sido satisfactorias. Está afligida y enojada, y<br />
es perfectamente comprensible. Responsabiliza a Great Benefit, a la administración, a los médicos, a los abogados, e incluso a<br />
veces a mí de la muerte de Donny Ray. Y también lo comprendo. No necesita ni quiere el dinero. Lo que quiere es justicia.<br />
Como dijo en la puerta de su casa la última vez que nos vimos: Quiero arruinar a esos hijos de puta.<br />
–Esto es espantoso –dice con dramatismo Drummond.<br />
–Habrá juicio, Leo –respondo–. Prepárese.<br />
Kipler señala una carpeta y su secretaria se la acerca. Entonces le entrega a Drummond algún tipo de lista y otra a mí.<br />
–Aquí están los nombres y direcciones de los componentes potenciales del jurado. Creo que hay noventa y dos, aunque puede<br />
que algunos hayan cambiado de domicilio o se hayan trasladado.<br />
Cojo la lista y empiezo a leer inmediatamente los nombres. Hay un millón de habitantes en este condado. ¿Espero realmente<br />
conocer a alguien de la lista? Todos desconocidos.<br />
–Elegiremos el jurado una semana antes del juicio, estén preparados para el primero de febrero. Pueden investigar a los<br />
candidatos pero, evidentemente, cualquier contacto directo constituiría una falta grave.<br />
–¿Dónde están las fichas? –pregunta Drummond.<br />
Cada miembro potencial del jurado rellena una ficha con ciertos datos básicos como su edad, raza, sexo, lugar de trabajo, tipo<br />
de trabajo y nivel de educación. A menudo ésa es toda la información que el abogado posee cuando se inicia el proceso de<br />
selección.<br />
–Estamos elaborándolas. Saldrán por correo mañana. ¿Algo más?<br />
–No, señor –respondo.<br />
Drummond mueve la cabeza.<br />
–Quiero esa información sobre pólizas y reclamaciones cuanto antes, señor Drummond.<br />
–Estamos intentándolo, su señoría.<br />
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