legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Reisky supone lo peor, que él es la causa de la risa. Agacha la cabeza y mira fijamente al suelo. Drummond opta por no darse<br />
por enterado, aunque debe ser doloroso para él. No se ve un solo rostro entre sus brillantes halcones. Todos consultan papeles y<br />
libros. Aldy y Underhall se examinan los calcetines.<br />
Kipler también tiene ganas de reírse. Tolera unos instantes el humor y luego da unos golpes con su martillo, como para dejar<br />
constancia de que el jurado se ha reído del testimonio de Payton Reisky.<br />
Ocurre con suma rapidez. La absurda respuesta, la carcajada, la vergüenza, la risa, los movimientos de cabeza con<br />
escepticismo, todo en pocos segundos. Pero detecto cierto alivio por parte de algunos miembros del jurado. Quieren reírse,<br />
expresar su incredulidad y, al hacerlo, aunque sólo sea momentáneamente, le comunican a Reisky y a Great Benefit lo que<br />
opinan sobre lo que cuentan.<br />
Aunque breve, el momento ha sido absolutamente glorioso.<br />
Les sonrío. Me devuelven la sonrisa. Creen plenamente a mis testigos, pero nada de lo que declaran los de Drummond.<br />
–He terminado, su señoría –digo con desdén, como si estuviera harto de ese mequetrefe embustero.<br />
Drummond está evidentemente sorprendido. Creía que pasaría el resto del día interrogándole sobre los manuales y las<br />
estadísticas. Mueve papeles, le susurra algo a T. Price y luego dice:<br />
–Nuestro próximo testigo es Richard Pellrod.<br />
Pellrod era el encargado decano de reclamaciones, para el que trabajaba Jackie Lemancyzk. Fue un terrible testigo cuando le<br />
tomé declaración con anterioridad al juicio, cargado de complejos, pero no es sorprendente su presencia. Tienen que hacer algo<br />
para mancillar la reputación de Jackie. Pellrod era su inmediato superior.<br />
Tiene cuarenta y seis años, de estatura media y barrigudo, poco cabello, facciones desproporcionadas, granos en la cara y unas<br />
insípidas gafas. Ese pobre hombre no tiene ningún atractivo físico, ni evidentemente le importa. Si declara que Jackie<br />
Lemancyzk no era más que una cualquiera, que deseaba acostarse incluso con él, apuesto a que el jurado volverá a reírse.<br />
Pellrod tiene la personalidad irascible propia de alguien que ha trabajado veinte años tramitando reclamaciones. Apenas más<br />
amable que un cobrador, e incapaz de transmitir calor o confianza al jurado. Es un mero funcionario de bajo rango, que ha<br />
trabajado probablemente toda su vida en el mismo escritorio.<br />
¡Y es lo mejor que tienen! No pueden traer a Luflun, ni a Aldy, ni a Keeley, porque han perdido toda credibilidad con el jurado.<br />
Drummond tiene una lista con media docena de nombres de la oficina central, pero dudo que los llame a todos. ¿Qué pueden<br />
decir? ¿Que los manuales no existen? ¿Que su compañía no miente ni oculta documentos?<br />
Drummond y Pellrod reproducen durante media hora un diálogo perfectamente ensayado sobre el funcionamiento interno del<br />
departamento de reclamaciones, los heroicos esfuerzos de Great Benefit para tratar justamente a los asegurados, y provocan los<br />
bostezos del jurado.<br />
El juez Kipler decide poner fin al aburrimiento, e interrumpe el diálogo.<br />
Abogado, ¿le importaría darse prisa?<br />
Drummond aparenta estupor.<br />
–Con la venia de su señoría, creo que tengo derecho a examinar detenidamente al testigo –responde ofendido.<br />
–Por supuesto. Pero la mayor parte de lo que ha dicho hasta ahora es ya del conocimiento del jurado. Es repetitivo.<br />
A Drummond le parece increíble que le llamen la atención. Finge, en vano, que el juez le tiene ojeriza.<br />
–No recuerdo que le haya llamado la atención al abogado de la acusación.<br />
Acaba de cometer un error. Intenta prolongar la discusión y se ha equivocado de juez.<br />
–El señor Baylor ha mantenido despierto al jurado, señor Drummond. Prosiga.<br />
La carcajada de la señora Hardaway y la subsiguiente risa han relajado al jurado. Ahora están más animados y dispuestos a<br />
reírse de nuevo a costa de la <strong>defensa</strong>.<br />
Drummond mira fijamente a Kipler, como para indicarle que hablarán de ello más tarde. Vuelve a concentrarse en Pellrod, que<br />
está sentado ahí como un sapo, con los ojos medio abiertos y la cabeza ladeada. Admite, con un mínimo vestigio de<br />
remordimiento, pero no mucho, que se cometen errores. Y, asombrosamente, atribuye la mayoría de ellos a Jackie Lemancyzk,<br />
una joven perturbada.<br />
Habla de nuevo de la ficha Black y comenta algunos de los documentos más inofensivos. No llega a hablar de las cartas de<br />
denegación, pero dedica mucho tiempo a documentos insignificantes que carecen de interés.<br />
–Señor Drummond –interrumpe gravemente Kipler–. Le he pedido que prosiguiera. Esos documentos están a disposición del<br />
jurado. Y este testimonio ya ha sido cubierto por otros testigos. Prosiga.<br />
Drummond está realmente ofendido. Está siendo atosigado por un injusto juez. Tarda un poco en recuperar su compostura. Sus<br />
dotes de actor no son las habituales.<br />
Optan por otra estrategia respecto al manual de reclamaciones. Pellrod afirma que no es más que un libro, ni más ni menos.<br />
Personalmente, no lo ha consultado desde hace años. Lo modifican con tanta frecuencia que la mayoría de los encargados de<br />
reclamaciones veteranos lo ignoran por completo. No significa nada para él. No significa nada para la mayoría de los<br />
encargados de reclamaciones que trabajan a sus órdenes. Drummond le muestra la sección «u» y ese hijo de perra afirma que<br />
nunca la había visto. Asegura que no conoce a ningún encargado de reclamaciones que se moleste en consultar el manual.<br />
¿Cómo se tramitan entonces las reclamaciones? Pellrod nos lo cuenta. Con la ayuda de Drummond, habla de una reclamación<br />
hipotética y describe los canales normales. Paso a paso, formulario por formulario, circular por circular. La voz de Pellrod es<br />
sumamente monótona y aburre soberanamente al jurado. Lester Days, miembro número ocho del jurado, sentado en la última<br />
fila, se queda dormido. Hay bostezos y ojos que se mantienen difícilmente abiertos, en un esfuerzo por no dormirse.<br />
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