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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

por la calle, agitando la carta como unos imbéciles. Infinidad de anécdotas que entonces parecían divertidas, pero que ahora<br />

han perdido todo su humor.<br />

Han transcurrido treinta días y la carta todavía no ha llegado. He dado la dirección de mi casa, para no arriesgarme a que<br />

alguien la abriera en el bufete de Bruiser.<br />

El treinta y uno cae en sábado, día de la semana en que se me permite dormir hasta las nueve, antes de que mi capataz llame a<br />

mi puerta con una brocha en la mano. De pronto ha decidido que el garaje debajo de mi piso necesita una capa de pintura,<br />

aunque a mí no me lo parece. Me tienta a que abandone la cama con la noticia de que ha preparado unos huevos con tocino,<br />

que se enfriarán si no me doy prisa.<br />

El trabajo progresa satisfactoriamente. La pintura produce unos resultados inmediatos, que son bastante gratificantes. La<br />

mejoría es palpable. El sol se oculta tras unas altas nubes y mi ritmo de trabajo es relajado en el mejor de los casos.<br />

A las seis de la tarde da la jornada laboral por concluida, dice que ya he trabajado bastante, y anuncia una noticia maravillosa<br />

para la cena: ¡va a preparar una pizza vegetariana!<br />

He trabajado en Yogi's hasta la una de la madrugada y de momento no me apetece volver allí. Por consiguiente y como de<br />

costumbre, no tengo nada que hacer en este sábado por la noche. Y lo peor es que tampoco he pensado en ello.<br />

Lamentablemente, me apetece la idea de compartir una pizza vegetariana con una anciana de ochenta años.<br />

Después de ducharme, me pongo un pantalón deportivo y unas zapatillas. Un extraño olor emana de la cocina cuando entro en<br />

la casa. La señorita Birdie anda ajetreada de un lado para otro. Hasta ahora nunca había preparado una pizza, me comunica,<br />

como si la noticia debiera alegrarme.<br />

No está mal. El calabacín y los pimientos amarillos están un poco duros, pero la ha condimentado con abundantes setas y queso<br />

de cabra. Además, estoy muerto de hambre. Comemos en la sala de estar, mientras vemos una película de Cary Grant y Audrey<br />

Hepburn. La señorita Birdie llora casi constantemente a lo largo de la cinta.<br />

La segunda película es de Bogart y Bacall, y se me empiezan a entumecer los músculos. Tengo sueño. Sin embargo, la señorita<br />

Birdie se sienta al borde del sofá, pendiente de cada una de los palabras de aquella película, que ha visto repetidamente a lo<br />

largo de cincuenta años.<br />

De pronto se incorpora de un brinco.<br />

–¡He olvidado algo! –exclama, y se dirige apresuradamente a la cocina, donde oigo que hurga entre papeles.<br />

Regresa a la sala de estar con uno en la mano, se detiene dramáticamente delante de mí y proclama:<br />

–iRudy! ¡Has aprobado el examen de colegiatura!<br />

Sostiene una sola hoja de papel blanco que yo le quito de la mano. Procede del tribunal de exámenes de Derecho de Tennessee,<br />

dirigida naturalmente a mí, y en el centro de la página destacan en negrita las majestuosas palabras: «Felicidades. Ha aprobado<br />

usted el examen de colegiatura. »<br />

Vuelvo la cabeza para mirar a la señorita Birdie y, momentáneamente, siento el deseo de abofetearla por una invasión tan<br />

flagrante de mi intimidad. Debió habérmela entregado antes y no tenía derecho alguno a abrir la carta. Pero todos sus dientes<br />

grises y amarillos están a la vista. Tiene los ojos llenos de lágrimas, las manos en la cara, y está casi tan emocionada como yo.<br />

Mi enojo no tarda en transformarse en júbilo.<br />

–¿Cuándo ha llegado? –pregunto.<br />

–Hoy, cuando estabas pintando. El cartero ha llamado a la puerta y ha preguntado por ti, pero le he dicho que estabas ocupado<br />

y he firmado yo el recibo.<br />

Firmar es una cosa, abrirla otra.<br />

–No debió haberla abierto –digo, pero sin malicia, porque es imposible estar enojado en un momento como éste.<br />

–Lo siento. He pensado que desearías que lo hiciera. ¿Pero no es emocionante?<br />

Realmente lo es. Me traslado a la cocina sonriendo como un idiota y llenándome los pulmones de aire puro. Todo es<br />

maravilloso. ¡El mundo es estupendo!<br />

–Celebrémoslo –dice con una pícara sonrisa.<br />

–Desde luego –respondo.<br />

Siento el deseo de correr por el jardín, hablando a voces con las estrellas.<br />

Abre la puerta de un armario, hurga en su interior, sonríe y saca lentamente una curiosa botella.<br />

–La guardo para ocasiones especiales.<br />

–¿Qué es? –pregunto después de examinar la botella, nunca había visto nada parecido en Yogi's.<br />

–Coñac de melón. Es bastante fuerte –responde con una risita.<br />

En este momento bebería cualquier cosa. Encuentra dos tazas de café iguales, ya que en esta casa nunca se sirven bebidas, y<br />

vierte en las mismas un líquido espeso y pegajoso. El aroma me recuerda la consulta del dentista.<br />

Brindamos por mi buena fortuna, juntamos nuestras tazas del Banco por Tennessee y tomamos un sorbo. Sabe a jarabe infantil<br />

para la tos y arde como el vodka puro. La señorita Birdie hace chasquear los labios.<br />

–Será mejor que nos sentemos –dice.<br />

Después de unos cuantos sorbos, ronca en el sofá. Apago el volumen de la película y sirvo otra taza. Es un licor potente y<br />

después del impacto inicial, las papilas gustativas se sienten menos agredidas. Me lo tomo en el jardín, a la luz de la luna,<br />

todavía con una sonrisa de agradecimiento al cielo por la divina noticia.<br />

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