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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

tiempos.<br />

Mi cliente adopta una estrategia que me encanta. Les explica a todos, extraoficialmente, que tiene un problema de vejiga, nada<br />

grave, pero ya saben, tiene casi sesenta años. Y el caso es que conforme avanza el día, se ve obligada a acudir al retrete con<br />

mayor frecuencia. Drummond, como era de suponer, le formula un sinfín de preguntas sobre la vejiga, pero Kipler le<br />

interrumpe. De modo que cada quince minutos Dot se disculpa y abandona la sala. No se apresura en volver.<br />

Estoy seguro de que no tiene ningún problema en la vejiga y lo que hace es fumar como una chimenea. Su estrategia le permite<br />

relajarse y acaba por agotar a Drummond.<br />

A las tres treinta, seis horas y media después de haber empezado, Kipler decide que la declaración ha concluido.<br />

Por primera vez desde hace más de dos semanas han desaparecido todos los coches de alquiler. El único coche frente a la casa<br />

es el Cadillac de la señorita Birdie. Aparco detrás del mismo, en mi lugar habitual, y rodeo la casa. No hay nadie.<br />

Por fin se han marchado. No he hablado con la señorita Birdie desde el día en que llegó Delbert y tenemos cosas que aclarar.<br />

No es que esté enojado, pero debemos charlar.<br />

Al llegar a la escalera de mi piso, oigo una voz. No es la de la señorita Birdie.<br />

–Rudy, ¿dispone de un minuto? –pregunta Randolph, que acaba de levantarse de una mecedora en el jardín.<br />

Dejo mi maletín y mi chaqueta sobre los peldaños y me acerco.<br />

–Siéntese –dice–. Tenemos que hablar –agrega, aparentemente de muy buen humor.<br />

–¿Dónde está la señorita Birdie? –pregunto, después de comprobar que la casa está a oscuras.<br />

–Ha salido de viaje por algún tiempo. Quiere pasar una temporada con nosotros en Florida. Ha cogido un avión esta mañana.<br />

–¿Cuándo regresa? –no puedo evitar preguntar, aunque no es de mi incumbencia.<br />

–No lo sé. Puede que no IQ haga. De ahora en adelante, Delbert y yo nos ocuparemos de sus negocios. Supongo que<br />

últimamente nos habíamos despreocupado bastante de ella, pero quiere que la cuidemos.<br />

»Por otra parte, deseamos que se quede usted aquí. A decir verdad, queremos hacerle una propuesta. Se queda aquí, cuida de la<br />

casa y la propiedad, y no paga alquiler alguno.<br />

–¿A qué se refiere cuando dice cuidar de la propiedad?<br />

–Al mantenimiento general, nada extraordinario. Mamá nos ha contado que este verano se ha ocupado muy adecuadamente del<br />

jardín. Siga haciendo lo mismo. No deberá ocuparse del correo, porque se lo mandarán directamente a Florida. Si aparece<br />

algún problema de mayor importancia, llámeme. Es un buen trato, Rudy.<br />

Sin duda lo es.<br />

–Acepto.<br />

–Bien. A mamá realmente le gusta usted, dice que es un joven excelente en quien se puede confiar. A pesar de ser abogado –<br />

dice y suelta una carcajada.<br />

–¿Qué piensa hacer con el coche?<br />

–Mañana me lo llevo a Florida –responde, al tiempo que me entrega un grueso sobre–. Aquí tiene las llaves de la casa, los<br />

números de teléfono de la compañía aseguradora, del sistema de alarma y cosas por el estilo. También está mi dirección y<br />

número de teléfono.<br />

–¿Dónde se hospeda?<br />

–Con nosotros, cerca de Tampa. Tengo una bonita casa con una habitación para huéspedes. Cuidaremos de ella. Dos de mis<br />

hijos viven cerca, de modo que no le faltará compañía.<br />

Ya los veo a todos ahora esforzándose para cuidar a la abuelita. Les encantará tratarla a cuerpo de rey durante algún tiempo, a<br />

condición de que no viva demasiado. No pueden esperar a que muera para ser ricos. Es difícil reprimir una sonrisa.<br />

–Me alegro –respondo–. Se ha sentido muy sola.<br />

–Usted realmente le gusta, Rudy. Ha sido muy bueno con ella –dice en un tono suave y sincero.<br />

Me conmueve su tristeza.<br />

Nos estrechamos la mano y nos despedimos.<br />

Me mezo en la hamaca, ahuyento los mosquitos y contemplo la luna. Dudo seriamente de que vuelva a ver a la señorita Birdie<br />

y siento la extraña soledad que provoca la pérdida de una amiga. Esa gente la mantendrá vigilada hasta el día de su muerte para<br />

asegurarse de que no altere su testamento. Me siento ligeramente culpable por conocer la verdad respecto a su riqueza, pero es<br />

un secreto que no puedo compartir.<br />

Por otra parte, me alegro de su destino. Ha abandonado esta vieja casa solitaria y ahora está rodeada de su familia. De pronto la<br />

señorita Birdie se ha convertido en el centro de atención, cosa que siempre ha anhelado. Pienso en ella en el Parque de los<br />

Cipreses, organizando a los demás, dirigiendo el coro, haciendo discursos, cuidando de Bosco y los demás ancianos. Tiene un<br />

corazón de oro, pero también aspira a que le presten atención.<br />

Espero que le siente bien el sol. Deseo que sea feliz. Me pregunto quién la sustituirá en el Parque de los Cipreses.<br />

TREINTA Y DOS<br />

Sospecho que la razón por la que Booker ha elegido este restaurante tan elegante es porque tiene buenas noticias. Los cubiertos<br />

son de plata y las servilletas de lino. Debe de tener un cliente que paga la cuenta.<br />

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