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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

mujer que conocí hace seis meses en el Parque de los Cipreses parece haberse dado por vencida. Entonces creía sinceramente<br />

que un abogado, cualquier abogado, incluso yo, podía asustar a Great Benefit para que actuara correctamente. Cabía todavía la<br />

posibilidad de un milagro. Ahora, ya no queda esperanza alguna.<br />

Dot se culpará siempre a sí misma por la muerte de Donny<br />

Ray. Me ha dicho en más de una ocasión que debió consultar inmediatamente a un abogado cuando Great Benefit denegó por<br />

primera vez la reclamación. Pero optó por escribirles ella misma. Ahora tengo la sensación de que Great Benefit habría<br />

reaccionado con rapidez si se les hubiera amenazado con un pleito, y facilitado el tratamiento necesario. Lo creo, en primer<br />

lugar, porque su actitud es completamente improcedente, y ellos lo saben. Y, en segundo lugar, porque ofrecieron setenta y<br />

cinco mil dólares cuando yo, un novato sin experiencia, acababa de iniciar los trámites del proceso. Están asustados. Sus<br />

abogados están asustados. Los muchachos de Cleveland están asustados.<br />

Dot me sirve una taza de café instantáneo descafeinado y luego me deja para comprobar cómo sigue su marido. Me llevo el<br />

café a la casa, a la habitación de Donny Ray, que está dormido entre las sábanas, acurrucado sobre su lado derecho. La única<br />

luz es la de una pequeña lámpara en el rincón. Me siento cerca de la misma, de espaldas a la ventana abierta donde sopla una<br />

fresca brisa. El barrio está tranquilo y la habitación silenciosa.<br />

Su testamento es un sencillo documento de dos párrafos, en el que se lo cede todo a su madre. Lo redacté hace una semana. No<br />

debe ni posee nada, y el testamento es innecesario. Pero hizo que se sintiera mejor. También ha planeado su funeral y Dot lo ha<br />

organizado. También quiere que yo sea uno de los dolientes.<br />

Levanto el mismo libro que leo intermitentemente desde hace dos meses, un compendio de cuatro novelas. Tiene treinta años y<br />

es uno de los pocos libros en la casa. Lo dejo en el mismo lugar y leo unas cuantas páginas en cada visita.<br />

Gime y se mueve ligeramente. Me pregunto cómo reaccionará Dot cuando entre una mañana y Donny Ray no despierte.<br />

Nos deja solos cuando estoy con él. Oigo que lava los platos. Creo que Buddy está ahora en la casa. Paso una hora leyendo y<br />

miro de vez en cuando a Donny Ray. Si despierta charlaremos, o tal vez encenderé el televisor. Lo que le apetezca.<br />

Oigo una voz extraña en la sala de estar, seguida de un golpe en la puerta. Se abre lentamente y tardo unos segundos en<br />

reconocer al joven que acaba de aparecer. Es el doctor Kord, que ha venido a visitar a su paciente. Nos estrechamos la mano,<br />

hablamos en voz baja al pie de la cama y luego nos acercamos a la ventana.<br />

–Pasaba por aquí –dice todavía en un susurro, como si circulara todos los días por aquel barrio.<br />

–Siéntese –digo ofreciéndole una silla.<br />

Nos sentamos de espaldas a la ventana, con nuestras rodillas tocándose y la mirada fija en el joven moribundo a menos de dos<br />

metros.<br />

–¿Cuánto hace que está aquí? –pregunta. –Un par de horas. He cenado con Dot. –¿Ha despertado?<br />

–No.<br />

Permanecemos sentados en la penumbra, con una fresca brisa en nuestros cogotes. El reloj marca el ritmo de nuestras vidas,<br />

pero en este momento ha desaparecido la sensación del tiempo.<br />

–He estado pensando –dice Kord, casi para sus adentros–, sobre ese juicio. ¿Alguna idea de cuándo se celebrará? –El ocho de<br />

febrero.<br />

–¿Definitivamente?<br />

–Eso parece.<br />

–¿No sería preferible que declarara en persona, en lugar de dirigirme al jurado mediante un vídeo o una declaración jurada por<br />

escrito?<br />

–De eso no cabe la menor duda.<br />

Hace varios años que Kord ejerce como médico, y sabe lo que son los juicios y las declaraciones.<br />

–Entonces olvidémonos de la declaración escrita –dice después de inclinarse hacia delante y apoyar los codos sobre las<br />

rodillas–. Lo haré personalmente y no cobraré un centavo. –Eso es muy generoso.<br />

–No tiene importancia. Es lo menos que puedo hacer. Reflexionamos durante un buen rato. De vez en cuando se oye un<br />

pequeño ruido en la cocina, pero la casa está silenciosa.<br />

A Kord no le molestan los silencios prolongados.<br />

–¿Sabes en qué consiste mi trabajo? –pregunta por fin. –¿En qué?<br />

–En hacer un diagnóstico y luego preparar a las personas para la muerte.<br />

–¿Por qué elegiste la oncología? –¿Quieres que te diga la verdad? –Claro. ¿Por qué no?<br />

–Hay demanda de oncólogos. Es fácil de comprender, ¿no es cierto? Es una de las especialidades menos solicitadas.<br />

–Supongo que alguien tiene que hacerlo.<br />

–En realidad no está tan mal. Me encanta mi trabajo –dice antes de hacer una pausa para mirar a su paciente–. Pero éste es un<br />

caso duro. Ver a un paciente que no recibe el tratamiento adecuado. Si los trasplantes de médula no fueran tan caros, tal vez<br />

habríamos podido hacer algo al respecto. Yo estaba dispuesto a donar mi tiempo y mi trabajo, pero sigue siendo una operación<br />

de doscientos mil dólares. Ningún hospital ni clínica del país puede permitirse un gasto semejante.<br />

–Le despierta a uno el odio por la compañía de seguros, ¿no crees?<br />

–Sí, qué duda cabe –responde–. Démosles su merecido –agrega después de una prolongada pausa.<br />

–Estoy intentándolo.<br />

–¿Estás casado? –pregunta, después de erguir la espalda y consultar su reloj.<br />

–No. ¿Y tú?<br />

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