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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–Tampoco. Divorciado. Vamos a tomar una cerveza. –De acuerdo. ¿Dónde?<br />

–¿Conoces la marisquería Murphy's? –Por supuesto.<br />

–Reunámonos allí.<br />

Pasamos de puntillas junto a la cama de Donny Ray, nos despedimos de Dot, que se mece y fuma en el portal, y de momento<br />

nos retiramos.<br />

Estoy profundamente dormido cuando suena el teléfono a las tres y veinte de la madrugada. O Donny Ray ha fallecido, o ha<br />

habido un desastre aéreo y Deck está al acecho. ¿Quién si no podría llamar a esas horas?<br />

–¿Rudy? –pregunta por teléfono una voz familiar. –¡Señorita Birdie! –exclamo al tiempo que me incorporo en la cama y<br />

enciendo la luz.<br />

–Lamento llamarte a una hora tan intempestiva. –No se preocupe. ¿Cómo está? –Me tratan como unos mezquinos.<br />

Cierro los ojos, respiro hondo y me dejo caer de nuevo sobre la cama. ¿Por qué no me sorprende?<br />

–¿Quién es mezquino con usted? –pregunto, pero sólo por que es lo que se supone que debo hacer.<br />

En este momento es difícil compadecerse.<br />

–La más ruin es June –responde, como si estuvieran catalogados–. No me quiere en la casa.<br />

–¿Vive con Randolph y June?<br />

–Sí y es horrible. Francamente horrible. Tengo miedo de comer lo que me ofrecen.<br />

–¿Por qué?<br />

–Porque temo que esté envenenado. –No exagere, señorita Birdie.<br />

–Hablo en serio. Todos esperan a que me muera, eso es todo. Hice un nuevo testamento cediéndoles lo que quieren, lo firmé en<br />

Memphis y cuando llegamos a Tampa, los primeros días, me trataron con mucho cariño. Mis nietos venían siempre a verme.<br />

Me traían flores y chocolates. Luego Delbert me llevó a un médico para que me hiciera un reconocimiento. El doctor me<br />

examinó de pies a cabeza y les dijo que mi salud era impecable. Creo que eso no era lo que esperaban. Parecían decepcionados<br />

con los resultados y cambiaron de actitud de la noche a la mañana. June volvió a comportarse como la mezquina pécora que es<br />

en realidad. Randolph volvió a dedicarse al golf y no está nunca en casa. Delbert no se mueve del canódromo. Vera odia a June<br />

y June detesta a Vera. Los nietos, la mayoría de los cuales no trabajan, se han limitado a desaparecer.<br />

–¿Por qué me llama a estas horas, señorita Birdie?<br />

–Porque sólo puedo utilizar el teléfono a escondidas. Ayer June me prohibió usarlo y cuando hablé con Randolph, me dijo que<br />

podía hacer dos llamadas diarias. Echo de menos mi casa, Rudy. ¿Cómo está?<br />

–Muy bien, señorita Birdie.<br />

–No puedo seguir mucho tiempo aquí. Vivo en una pequeña habitación, con un diminuto baño. Estoy acostumbrada a los<br />

grandes espacios, Rudy, tú lo sabes. –Sí, señorita Birdie.<br />

Espera que me ofrezca voluntario para traerla a casa, pero no es lo indicado en este momento. Hace menos de un mes que se ha<br />

marchado. Le sentará bien.<br />

–Y Randolph quiere que le firme unos poderes notariales para actuar en mi nombre. ¿Qué opinas?<br />

–Nunca le aconsejaría a un cliente que lo hiciera, señorita Birdie. No es una buena idea.<br />

Nunca he tenido un cliente con dicho, dilema, pero en su caso no es aconsejable.<br />

Pobre Randolph. Se esfuerza como un condenado para hacerse con su fortuna de veinte millones de dólares. ¿Qué hará si<br />

descubre la verdad? La señorita Birdie cree que ahora están mal las cosas. Menuda sorpresa le espera.<br />

–No sé qué hacer... –sus palabras se pierden en la lejanía.<br />

–No lo firme, señorita Birdie.<br />

–Otra cosa. Ayer, Delbert... Llega alguien. Debo cortar.<br />

Se interrumpe la comunicación. Imagino a June dándole latigazos a la señorita Birdie por hacer una llamada telefónica no<br />

autorizada.<br />

La llamada en sí no es un hecho significativo. Es casi cómico. Si la señorita Birdie desea regresar a su casa, me ocuparé de que<br />

lo haga.<br />

Logro quedarme dormido.<br />

TREINTA Y SEIS<br />

Marco el número de la institución penitenciaria y pregunto por la misma señora con la que hablé la primera vez que visité a<br />

Ott. Las normas exigen que sea ella quien autorice todas las visitas. Quiero verlo de nuevo antes de tomarle declaración.<br />

–Bobby Ott ya no está aquí –responde mientras la oigo teclear.<br />

–¿Cómo?<br />

–Salió en libertad hace tres días.<br />

–Me dijo que le quedaban dieciocho días. Y de eso hace sólo una semana.<br />

–Lo siento. Se ha marchado.<br />

–¿Dónde está? –pregunto con incredulidad.<br />

–¿Está bromeando? –exclama y me cuelga el teléfono.<br />

Ott está libre. Me mintió. Tuvimos suerte de encontrarlo por primera vez y ahora se ha vuelto a esconder.<br />

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