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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Según Kipler, y también Deck, no es inusual que en estos casos las compañías de seguros les oculten algo a sus propios<br />

abogados. En realidad esto es bastante frecuente, especialmente cuando la compañía tiene trapos sucios que desea sepultar.<br />

En una clase sobre procedimientos judiciales del año pasado, estudiamos con incredulidad caso tras caso en los que grandes<br />

empresas perdieron el juicio por intentar ocultarles documentos a sus propios abogados.<br />

Al pasar a los documentos, estoy enormemente emocionado. También lo está Kipler. Drummond ha solicitado ya por escrito<br />

estos documentos para formular sus conclusiones, pero queda todavía una semana de plazo para su entrega. Quiero contemplar<br />

su rostro cuando vea la «estúpida carta». Kipler también.<br />

Suponemos que ya ha visto la mayoría, si no todos, de los documentos que están sobre la mesa frente a Dot. Ha recibido los<br />

documentos de su cliente; a mí me los han entregado los Black. Pero suponemos que casi todos son iguales. En realidad, yo<br />

también he solicitado por escrito la presentación de documentos, al igual que él. Cuando responda a mi solicitud, me mandará<br />

documentos que están en mis manos desde hace tres meses. Las huellas del papeleo.<br />

Más adelante, si todo funciona como está previsto, examinaré un nuevo conjunto de documentos de la oficina de Cleveland.<br />

Empezamos con la solicitud y la póliza. Dot se las entrega a Drummond, que las examina rápidamente antes de pasárselas a<br />

Hill, quien a su vez las entrega a Plunk y éste finalmente a Grone. Pasa el tiempo, mientras esos payasos las examinan página<br />

por página. Hace meses que obran en su poder la póliza y la solicitud. Pero el tiempo es oro. Por fin la relatora cataloga los<br />

documentos como pruebas del testimonio de Dot.<br />

El próximo documento es la primera carta de denegación, que circula por la mesa. El mismo procedimiento se sigue para las<br />

demás. Procuro desesperadamente no quedarme dormido.<br />

La próxima es la «estúpida carta». Le he dicho a Dot que se limite a entregársela a Drummond, sin comentar nada acerca de su<br />

contenido. No quiero ponerlo sobre aviso, por si no la ha visto. Es difícil para ella, porque es tan ofensiva... Drummond la coge<br />

y la lee:<br />

Querida señora Black:<br />

En siete ocasiones anteriores, esta compañía ha denegado su petición por escrito. Ahora se la denegamos por octava y última<br />

vez. ¡Usted debe de ser sumamente estúpida!<br />

Con treinta años de experiencia en los juzgados, Drummond es un actor excelente. No obstante, me percato inmediatamente de<br />

que nunca había visto esta carta, Su cliente no la había incluido en la ficha. Lo coge evidentemente por sorpresa, abre<br />

ligeramente la boca, se le forman tres profundos surcos en la frente y entorna los párpados para mirar con ira. La lee por<br />

segunda vez.<br />

Entonces hace algo que más adelante tendría que lamentar. Levanta los ojos por encima de la carta y me mira. Yo,<br />

evidentemente, lo estoy observando con una expresión irónica como para decirle: «Te he sorprendido, muchacho.»<br />

A continuación incrementa su agonía al mirar a Kipler. Su señoría está pendiente del más leve movimiento de sus facciones,<br />

sus tics y sus parpadeos, y descubre lo evidente. A Drummond le ha dejado estupefacto lo que tiene en las manos.<br />

Recupera elegantemente su compostura, pero el mal ya está hecho. Le pasa la carta a Hill; que está medio dormido e<br />

inconsciente de la bomba que le entrega su jefe. Observamos a Hill unos segundos, hasta que reacciona.<br />

–Hablemos extraoficialmente –dice Kipler, al tiempo que la relatora deja de taquigrafiar y la operadora para la cámara de<br />

vídeo–. Señor Drummond, me parece evidente que usted no había visto esta carta. Y tengo el presentimiento de que no será el<br />

primero ni el último documento que sus clientes intentan ocultarle. He acusado a suficientes compañías de seguros para saber<br />

que ciertos documentos suelen desaparecer –agrega el juez, inclinado sobre la mesa y señalando a Drummond–. Si les<br />

sorprendo a usted o a su cliente ocultando algún documento de la acusación, aplicaré sanciones contra ambos. Les impondré<br />

penas que incluirán costes y gastos jurídicos equivalentes a los honorarios que le pagan a usted sus clientes. ¿Me comprende<br />

usted, señor Drummond?<br />

La vía de las sanciones es la única que me permitirá ganar doscientos cincuenta dólares por hora.<br />

Drummond y su equipo están todavía desconcertados. Imagino el impacto que esa carta causará en el jurado y estoy seguro de<br />

que ellos piensan lo mismo.<br />

–¿Me acusa usted de ocultar documentos, su señoría?<br />

–Todavía no –responde Kipler, sin dejar de señalarle–. De momento es sólo una advertencia.<br />

–Creo que debería usted inhibirse del caso, su señoría.<br />

–¿Es una petición?<br />

–Sí, señor.<br />

–Denegada. ¿Algo más?<br />

Drummond baraja papeles y pierde unos segundos. La tensión se aplaca. La pobre Dot está aterrada, convencida probablemente<br />

de que ha hecho algo para provocar el enfrentamiento. Yo también me siento ligeramente incómodo.<br />

–Prosigamos oficialmente –dice Kipler, sin quitarle a Drummond los ojos de encima.<br />

Se hacen varias preguntas y respuestas. Circulan otros documentos. A las doce y media se hace un receso para almorzar, y al<br />

cabo de una hora regresamos para iniciar la sesión de la tarde. Dot está agotada. r<br />

Kipler le ordena a Drummond, en un tono bastante severo, que se apresure. Lo intenta, pero no es fácil. Hace tanto tiempo que<br />

lo practica y ha ganado tanto dinero haciéndolo, que podría seguir formulando preguntas literalmente hasta el fin de los<br />

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