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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Así de simple, Deck establece quiénes son los malos. Evidentemente, no somos nosotros, sino los muchachos de los seguros.<br />

Da un paso de gigante para ganarse su confianza. Somos nosotros contra ellos.<br />

–No –farfulla Van Landel.<br />

–Estupendo. No lo haga. Lo único que pretenden es estafarle –le aconseja Deck, que se ha acercado todavía un poco más–<br />

Hemos examinado el informe del accidente. Un caso claro en el que no se respetó un semáforo en rojo. Dentro de una hora<br />

aproximadamente iremos a examinar los coches –agrega al tiempo que consulta su reloj, para darse importancia–, tomaremos<br />

fotografías, hablaremos con testigos y, bueno, ya sabe, haremos todo lo necesario. Debemos actuar con rapidez, antes de que<br />

los peritos de la compañía de seguros presionen a los testigos. No sería la primera vez que los sobornan para que declaren en<br />

falso, ¿comprende? Tenemos que darnos prisa, pero necesitamos su autorización. ¿Tiene abogado?<br />

Me aguanto la respiración. Si Van Landel responde que su hermano es abogado, me encontraré de patitas en la calle.<br />

–No –responde.<br />

Deck entra a matar.<br />

–Bueno, como ya le he dicho, debemos actuar con rapidez. Nosotros nos ocupamos de más siniestros que cualquier otro bufete<br />

de Memphis y obtenemos compensaciones astronómicas. Las compañías de seguros nos temen. No cobramos un centavo. Nos<br />

quedamos con el tercio habitual de la compensación –dice mientras saca un contrato de las páginas centrales de un cuaderno.<br />

Es un contrato breve, de tres párrafos en una sola página, cuyo único propósito es el de atrapar al cliente. Deck lo agita frente a<br />

la cara de Van Landel, de forma que éste se ve obligado a cogerlo. Lo sujeta con la mano de su brazo sano e intenta leerlo.<br />

Alabado sea. Acaba de pasar la peor noche de su vida, tiene suerte de seguir vivo, y ahora, con la mirada turbia y la mente<br />

confusa, se supone que debe examinar un documento legal y tomar una decisión inteligente.<br />

–¿No puede esperar a que venga mi esposa? –casi suplica.<br />

¿Estamos a punto de ser sorprendidos? Me agarro al pie de la cama y toco inadvertidamente un cable que sacude una polea, que<br />

levanta su pierna un par de centímetros.<br />

–¡Ay! –gime.<br />

–Lo siento –digo retirando inmediatamente las manos.<br />

A juzgar por su forma de mirarme, Deck sería capaz de estrangularme.<br />

–¿Dónde está su esposa? –pregunta después de recuperar el control.<br />

–¡Ay! –gime de nuevo el pobre hombre.<br />

–Lo siento –repito instintivamente.<br />

Tengo los nervios destrozados. Van Landel me mira aterrado y meto las manos firmemente en mis bolsillos.<br />

–Volverá en seguida –responde con dolor evidente en cada sílaba.<br />

Deck tiene una respuesta para todo.<br />

–Hablaré con ella más tarde en mi despacho. Necesito que me facilite un montón de información –dice al tiempo que coloca el<br />

cuaderno bajo el contrato, para facilitar la firma, y destapa la pluma.<br />

Van Landel farfulla algo, luego agarra la pluma y firma. Deck guarda el contrato en el cuaderno y le entrega una tarjeta de<br />

visita al nuevo cliente, que le identifica como pasante del bufete de J. Lyman Stone.<br />

–Sólo un par de advertencias –agrega Deck en tono autoritario––. No hable con nadie a excepción de su médico. Acudirán los<br />

representantes de la compañía de seguros, con toda probabilidad hoy mismo, e intentarán hacerle firmar formularios y<br />

documentos. Incluso puede que le ofrezcan una suma de dinero. No les diga absolutamente nada bajo ninguna circunstancia.<br />

Tiene mi número de teléfono. Llámeme a cualquier hora del día o de la noche. En el reverso está el número de mi compañero<br />

aquí presente, Rudy Baylor, a quien también puede llamar a cualquier hora. Nos ocuparemos juntos de su caso. ¿Alguna<br />

pregunta? Bien –prosigue antes de darle a su interlocutor la oportunidad de gemir o refunfuñar–, Rudy volverá por la mañana<br />

con unos documentos. Dígale a su esposa que nos llame esta tarde. Es muy importante que hablemos con ella –añade al tiempo<br />

que le da unos golpecitos en la pierna sana, decidido a marcharse antes de que cambie de opinión– Le conseguiremos un<br />

montón de dinero –asegura.<br />

Nos despedimos antes de desaparecer rápidamente.<br />

–Y así es como se hace, Rudy –dice Deck cargado de orgullo cuando llegamos al vestíbulo– Coser y cantar.<br />

Nos apartamos para cederle el paso a una mujer en una silla de ruedas y a un paciente que trasladan en una camilla. El<br />

vestíbulo está abarrotado de gente.<br />

–¿Y si ya hubiera tenido un abogado? –pregunto cuando empiezo a recuperar el aliento.<br />

–No tenemos nada que perder, Rudy. Eso es lo que debes recordar. Hemos llegado con las manos vacías. Si por cualquier razón<br />

nos hubiera echado de la habitación, ¿qué habríamos perdido?<br />

Cierta dignidad, un poco de autorespeto. Su razonamiento es perfectamente lógico. No respondo. Camino con paso firme y<br />

decidido, procurando no mirar cómo avanza a trompicones.<br />

–Lo cierto, Rudy, es que en la facultad no te enseñan lo que necesitas saber. Son todo libros, teorías y nobles conceptos sobre<br />

el ejercicio de la abogacía como profesión, entre caballeros, ya sabes. Una vocación honorable, regida por un extenso código<br />

ético<br />

–¿Qué tiene la ética de malo?<br />

–Nada, supongo. Es decir, creo que un abogado debe atenerse a lo básico: luchar por su cliente, abstenerse de robar v procurar<br />

no mentir.<br />

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