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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Tal como se desenvolverían los acontecimientos, mi breve entrevista con Roderick Nunley sería una de mis tentativas más<br />

productivas.<br />

Son casi las diez. Dentro de treinta minutos tengo una clase de lecturas selectas del Código napoleónico, a la que debo asistir<br />

porque no me he presentado desde hace siete días. Podría olvidar la asignatura durante las próximas tres semanas y a nadie le<br />

importaría, ya que no hay examen de fin de curso.<br />

Ahora circulo libremente por la facultad, sin avergonzarme de mostrar la cara. Cuando ya sólo faltan pocos días para el fin de<br />

curso, la mayoría de los estudiantes de tercero abandonan el lugar. La carrera de derecho empieza con un aluvión de intenso<br />

trabajo y complejos exámenes, pero acaba con simples coloquios e insignificantes proyectos. Todos dedicamos mucho más<br />

tiempo al examen de colegiatura que a preocuparnos por nuestras últimas clases.<br />

La mayoría nos preparamos para ingresar en el campo laboral.<br />

Madeline Skinner se ha hecho cargo de mi caso como si fuera el suyo propio, y sufre casi tanto como yo, porque la suerte no<br />

nos acompaña. Puede que un senador de Memphis, que tiene un bufete en Nashville, necesite un abogado para redactar<br />

legislación por treinta mil más beneficios, pero debe estar colegiado y tener dos años de experiencia. Una pequeña empresa<br />

busca a un abogado licenciado en economía; yo estudié historia. –Puede que en agosto aparezca una vacante para un abogado<br />

en el departamento de Bienestar Social del condado de Shelby –dice mientras mueve los papeles de su escritorio, procurando<br />

desesperadamente encontrar algún trabajo. –¿Abogado del Bienestar Social? –repito. –Interesante, ¿no cree? –¿Cuánto pagan?<br />

–Dieciocho mil. –¿En qué consiste el trabajo? –Localizar a padres que no pagan la pensión asignada, recuperar el dinero, casos<br />

de paternidad... Lo habitual. –Parece peligroso. –Es un trabajo. –¿Y qué puedo hacer hasta agosto? –Prepararse para el examen.<br />

–Y si estudio mucho y apruebo, podré trabajar para el departamento de Bienestar Social por un sueldo mínimo. –Escúcheme,<br />

Rudy... –Lo siento. Ha sido un día muy duro. Prometo volver mañana para mantener una conversación que será,<br />

indudablemente, una repetición de ésta.<br />

OCHO<br />

Booker encontró los formularios en algún lugar recóndito del bufete Shankle. Dijo que había un miembro asociado con un<br />

despacho en el sótano que de vez en cuando se ocupaba de casos de insolvencia y disponía del papeleo necesario.<br />

Es bastante sencillo. La lista de bienes en una página, muy fácil y rápida de rellenar en mi caso. La lista de obligaciones en<br />

otra. Espacios para información laboral, denuncias pendientes, etcétera. Es lo que se conoce como capítulo siete, o insolvencia<br />

simple, donde se confiscan los bienes para cubrir las deudas, que también desaparecen.<br />

Ya no consto como empleado de Yogi's. Sigo trabajando allí, pero ahora cobro al contado, sin documento alguno y, por lo<br />

tanto, sin nada que controlar ni confiscar. No me veré obligado a compartir mis depauperados ingresos con Texaco. Le hablé<br />

de mi problema a Prince, le conté lo mal que estaban las cosas, lo atribuí al coste de los estudios y a las tarjetas de crédito, y le<br />

encantó la idea de pagarme al contado y engañar al gobierno. Es un ferviente entusiasta de la economía al contado y sin<br />

impuestos.<br />

Prince me ha ofrecido un préstamo para saldar mis deudas, pero no funcionaría. Cree que pronto ganaré una fortuna como<br />

joven abogado de éxito, y no he tenido el valor de confesarle que probablemente seguiré con él algún tiempo.<br />

Tampoco le he revelado lo cuantioso que debería ser el préstamo. Texaco me reclama seiscientos doce dólares con ochenta y<br />

ocho centavos, incluidos los costes jurídicos y los honorarios de los abogados. El propietario de mi casa me ha denunciado por<br />

ochocientos nueve dólares, incluidos también costes y honorarios. Pero los verdaderos buitres esperan entre bastidores. Me<br />

escriben cartas abusivas, con la amenaza de poner el caso en manos de sus abogados.<br />

Tengo una tarjeta MasterCard y otra Visa, expedidas por diferentes bancos de Memphis. Entre el día de Acción de Gracias y la<br />

Navidad del año pasado, durante un breve período de felicidad después de haberme asegurado que tendría un buen trabajo al<br />

cabo de unos meses y cuando estaba vanamente enamorado de Sara, decidí hacerle un par de encantadores regalos para las<br />

vacaciones. Con la tarjeta MasterCard le compré un brazalete de oro y diamantes por mil setecientos dólares y con la Visa unos<br />

antiguos pendientes de plata, que me costaron mil cien dólares. El día que me comunicó que no deseaba volver a verme jamás,<br />

fui a una tienda de exquisiteces y compré una botella de Dom Pérignon, un cuarto de kilo de foie gras, un poco de caviar, unos<br />

excelentes quesos y otras chucherías para nuestra celebración navideña. Me costó trescientos dólares, pero qué diablos, la vida<br />

es breve.<br />

Los insidiosos bancos que me habían expedido las tarjetas habían elevado inexplicablemente el límite de mi crédito pocas<br />

semanas antes de las vacaciones. De pronto podía gastar a mi antojo, y con la licenciatura y el empleo a pocos meses vista<br />

sabía que me las arreglaría para pagar las pequeñas cantidades mensuales exigidas hasta el verano. De modo que no dejé de<br />

gastar, arrastrado por el sueño de una vida de felicidad con Sara.<br />

Ahora me siento como un imbécil, pero con un papel y un lápiz en la mano lo he calculado todo. No ha sido difícil.<br />

El foie gras se pudrió cuando lo dejé una noche encima del frigorífico, después de una desagradable velada con cerveza barata.<br />

El día de Navidad comí queso y tomé champán a solas en mi piso con las cortinas cerradas. El caviar permaneció intacto.<br />

Sentado en mi sofá torcido, contemplé las joyas sobre el suelo. Mientras comía grandes trozos de Brie y saboreaba una copa de<br />

Dom, contemplé los regalos de Navidad para mi amada y lloré.<br />

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