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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Siento náuseas.<br />

–¿Y luego?<br />

–Luego vas al hospital y hablas con la persona en cuestión.<br />

Claro, no eres más que un novato. Lo siento. Te diré lo que vamos a hacer. Compremos un par de bocadillos, nos los<br />

comeremos en el coche de camino al hospital y le haremos firmar un contrato a ese muchacho.<br />

En realidad no me apetece. Preferiría abandonar este lugar y no volver jamás. Pero de momento no tengo otra cosa que hacer.<br />

–De acuerdo –respondo con mucha reticencia.<br />

–Reúnete conmigo en la puerta principal –dice después de ponerse de pie– Yo me ocuparé de llamar y<br />

hospital está.<br />

averiguar en qué<br />

El hospital es el de beneficencia de Saint Peter, un centro municipal sumamente ajetreado donde reciben a la mayoría de los<br />

accidentados. Entre sus numerosos servicios figura el de atención a incontables indigentes.<br />

Deck lo conoce bien. Cruzamos la ciudad en su destartalada y pequeña furgoneta, su única pertenencia después del divorcio<br />

provocado por cinco años de abuso alcohólico. Ahora está rehabilitado, es un miembro orgulloso de Alcohólicos Anónimos y<br />

ha dejado incluso de fumar. Sin embargo confiesa que le gusta apostar y los nuevos casinos que aparecen junto a la línea estatal<br />

en Mississippi le tienen preocupado.<br />

Su ex esposa y sus dos hijos siguen en California.<br />

Me informa de todos estos detalles en menos de diez minutos, mientras mastico un perrito caliente. Deck conduce con una<br />

mano, come con la otra, y hace muecas y contorsiones sin dejar de hablar con la boca llena de ensalada de pollo, mientras<br />

cruzamos medio Memphis. Soy incapaz de mirarlo.<br />

Aparcamos en el lugar reservado para médicos, porque Deck tiene una tarjeta que le identifica como doctor. El vigilante parece<br />

conocerlo y nos autoriza a entrar.<br />

Deck me conduce entonces directamente al mostrador de información en el vestíbulo principal, abarrotado de gente. A los<br />

pocos segundos ha conseguido el número de la habitación de Dan Van Landel, nuestro objetivo. Deck tiene los dedos de los<br />

pies deformados y cojea ligeramente, pero me resulta difícil seguirle cuando se dirige a los ascensores.<br />

–No actúes como un abogado –susurra entre dientes, mientras esperamos rodeados de enfermeras.<br />

¿Cómo podría alguien tomar a Deck por abogado? Subimos en silencio hasta el octavo piso y salimos del ascensor con un<br />

tropel de gente. Deck, lamentablemente, lo ha hecho ya muchas veces.<br />

A pesar de la curiosa forma de su cabeza, su renquera y sus demás idiosincrasias, pasamos inadvertidos. Avanzamos por un<br />

abigarrado pasillo, hasta que se cruza con otro en una ajetreada sala de enfermeras. Deck sabe exactamente cómo encontrar la<br />

habitación ochocientos ochenta y seis. Giramos a la izquierda y nos cruzamos con enfermeras, técnicos y un médico que<br />

examina un diagrama. Junto a la pared hay una colección de camillas desprovistas de sábanas. Las baldosas del suelo están<br />

gastadas y necesitan una buena limpieza. Entramos por la cuarta puerta a la izquierda, sin llamar, en una habitación<br />

semiprivada. Está casi a oscuras. En la primera cama hay un individuo con las sábanas hasta la barbilla pendiente de un<br />

culebrón en un pequeño televisor suspendido sobre la cama.<br />

Nos mira horrorizado, como si hubiéramos venido a extraerle un riñón, y me odio a mí mismo por estar aquí. Es injusto que<br />

vulneremos la intimidad de esas personas de un modo tan despiadado.<br />

Deck, por otra parte, está en todo. Resulta difícil creer que ese intrépido impostor sea el mismo ratonzuelo acobardado que<br />

entró en mi despacho hace menos de una hora. Entonces estaba asustado de su propia sombra. Ahora parece poseer un valor<br />

ilimitado.<br />

Avanzamos unos pasos hasta un biombo. Deck titubea unos instantes, hasta comprobar que Dan Van Landel está solo, y se<br />

acerca.<br />

–Buenas tardes, señor Van Landel –dice en un tono sincero.<br />

Van Landel tiene cerca de treinta años, aunque es difícil determinar su edad porque lleva vendajes en la cara. Uno de sus ojos<br />

está hinchado, casi cerrado, y tiene una laceración debajo del otro. Tiene un brazo fracturado y una de sus piernas en tracción.<br />

Afortunadamente está despierto y no nos vemos obligados a tocarlo ni chillarle. Yo me quedo al pie de la cama, cerca de la<br />

puerta, con la esperanza de que no nos sorprenda ningún médico, enfermera, o miembro de su familia.<br />

–Puede usted oírme, señor Van Landel? –pregunta Deck con la compasión de un sacerdote después de acercarse todavía más al<br />

paciente.<br />

Van Landel está perfectamente sujeto a la cama y no puede moverse. Estoy seguro de que le gustaría sentarse o incorporarse,<br />

pero está completamente inmovilizado. No puedo imaginar su espanto. Hasta ahora yacía con la mirada en el techo,<br />

probablemente todavía aturdido y dolorido, y de pronto tiene ante sí uno de los rostros más extraños que ha visto en su vida.<br />

Parpadea rápidamente para enfocar la mirada.<br />

–¿Quién es usted? –refunfuña sin separar los dientes, sujetos por una prótesis metálica.<br />

Esto es injusto.<br />

Deck sonríe y muestra sus cuatro dientes relucientes.<br />

–Deck Shifflet, bufete de abogados de Lyman Stone –responde con extraordinario aplomo, como si se supusiera que debía estar<br />

aquí– ¿No habrá hablado con alguna compañía de seguros?<br />

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