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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–¡Coge el revólver, Kelly!<br />

Se recupera con fuerza y rapidez y yo. logro conservar el equilibrio.<br />

–¡Voy a matarte! –exclama al tiempo que intenta golpearme de nuevo con el bate.<br />

Eludo el golpe por los pelos. Su segundo intento ha encontrado sólo aire.<br />

–¡Hijo de puta! –repite.<br />

Decido que no tendrá una tercera oportunidad. Antes de que acabe de levantar el bate, le lanzo un gancho de derecha que<br />

aterriza en su mandíbula y lo aturde lo suficiente para poder darle una fuerte patada en la horcajadura. Le he dado en el punto<br />

perfecto, porque oigo y siento la explosión de sus testículos, al tiempo que emite un quejido agonizante. Baja el bate, lo agarro,<br />

doy un tirón y se lo arrebato de las manos.<br />

Le propino un soberano golpe con el bate sobre la oreja izquierda y el ruido es casi nauseabundo. Huesos que crujen y se<br />

rompen. Cae de gatas al suelo, con la cabeza colgando momentáneamente, y luego la vuelve para mirarme y empieza a<br />

incorporarse. Mi segundo golpe empieza en el techo y desciende con toda la fuerza a mi alcance. Le ataco con todo el odio y el<br />

miedo imaginables en plena cabeza.<br />

Cuando empiezo a levantar nuevamente el bate, Kelly me sujeta el brazo.<br />

–¡Para, Rudy!<br />

Paro, la miro a ella y luego a Cliff. Está boca abajo en el suelo, estremeciéndose y gimiendo. Lo observamos horrorizados<br />

cuando deja de moverse. Hay un pequeño estremecimiento e intenta decir algo, pero de su garganta sólo emerge un<br />

nauseabundo sonido gutural. Intenta mover la cabeza, que sangra abundantemente.<br />

–Voy a matar a ese cabrón, Kelly –digo con la respiración muy alterada, todavía asustado e iracundo. –No.<br />

–Sí. Él nos habría matado a nosotros. –Dame el bate –dice Kelly.<br />

–¿Cómo?<br />

–Dame el bate y márchate.<br />

Me asombra lo calmada que está en este momento. Sabe exactamente lo que hay que hacer.<br />

–¿Cómo...? –intento preguntarle viendo cómo lo mira. Me arrebata el bate de las enanos.<br />

–Para mí no es la primera vez. Márchate. Escóndete. Tú no has estado aquí esta noche. Te llamaré más tarde.<br />

Permanezco inmóvil contemplando los esfuerzos de ese moribundo en el suelo.<br />

–Por favor, Rudy dice Kelly al tiempo que me empuja suavemente hacia la puerta–. Te llamaré luego.<br />

–De acuerdo, de acuerdo.<br />

Entro en la cocina, recojo mi revólver y regreso a la sala de estar. Nos miramos antes de volver la mirada al suelo. Salgo a la<br />

calle, cierro sigilosamente la puerta a mi espalda y miro a mi alrededor, por si veo a algún vecino curioso. No hay nadie.<br />

Titubeo unos instantes y no oigo ruido alguno en el interior de la casa.<br />

Siento náuseas. Me alejo en la oscuridad, de pronto empapado de sudor.<br />

Tarda diez minutos en llegar el primer coche de policía. Llega otro casi inmediatamente. Luego una ambulancia. Estoy<br />

acurrucado en mi Volvo, en un aparcamiento abarrotado de coches, observando lo que sucede. Los enfermeros entran en la<br />

casa. Otro coche de policía. Las luces rojas y azules iluminan la noche y atraen a los curiosos. Pasan los minutos y no hay<br />

rastro de Cliff. Aparece un enfermero en la puerta y se dirige pausadamente a recoger algo de la ambulancia. No tiene prisa.<br />

Kelly está allí sola, asustada, respondiendo a un sinfín de preguntas sobre lo sucedido, y yo estoy aquí, convertido de pronto en<br />

el señor Gallina, oculto tras el volante con la esperanza de que nadie me vea. ¿Por qué la he dejado sola? Me siento mareado, se<br />

me turba la visión y me ciegan las luces azules y rojas.<br />

No puede estar muerto. Tal vez malherido, pero no muerto.<br />

Creo que volveré a la casa.<br />

Se me pasa el susto y el miedo se apodera de mí. Quiero que saquen a Cliff en una camilla y se lo lleven a toda prisa al hospital<br />

para curarlo. De pronto quiero que viva. Puedo tratar con él si sigue vivo, aunque esté loco. Vamos, Cliff. Vamos, muchacho.<br />

Levántate y anda.<br />

No puedo haberlo matado.<br />

Crece la muchedumbre y un policía obliga a la gente a retroceder.<br />

Pierdo la noción del tiempo. Llega una furgoneta del forense y eso excita los rumores de la muchedumbre. Cliff no viajará en la<br />

ambulancia. Cliff será trasladado al depósito de cadáveres.<br />

Abro ligeramente la puerta y vomito tan discretamente como puedo, junto al coche. Nadie me oye. Luego me seco la boca y me<br />

acerco a la muchedumbre.<br />

–Por fin la ha matado –oigo que dice alguien.<br />

Los policías entran y salen de la casa. Estoy a treinta metros, perdido en un mar de rostros. La policía coloca una cinta amarilla<br />

alrededor del edificio. Desde la calle se ve repetidamente el resplandor del flash de la cámara dentro de la casa.<br />

Esperamos. Necesito verla, aunque no hay nada que yo pueda hacer. Circula otro rumor entre la muchedumbre y en esta<br />

ocasión es cierto. Él está muerto. Y creen que ella lo ha matado. Escucho atentamente lo que dicen, porque si alguien ha visto<br />

salir a un desconocido de la casa, después de oír gritos y gemidos, quiero saberlo. Circulo despacio entre la gente, prestando<br />

atención a lo que dicen. No oigo nada. Me retiro unos segundos y vomito de nuevo tras unos matorrales.<br />

Hay mucha actividad junto a la puerta y salen los enfermeros con una camilla. El cuerpo está en una bolsa plateada. Lo llevan<br />

cuidadosamente por la acera hasta la furgoneta del forense y se lo llevan. Al cabo de unos minutos aparece Kelly con un policía<br />

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