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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Procuran alentarme. Quieren invitarnos a una suculenta cena, pero tenemos que trabajar. Lo último que necesito esta noche es<br />

una copiosa cena, con vino y copas.<br />

Cenamos por fin en el despacho, con bocadillos y refrescos. Obligo a Deck a sentarse en una silla de mi despacho y ensayo mis<br />

conclusiones ante el jurado. He memorizado tantas versiones que emergen mezcladas. Utilizo una pequeña pizarra y escribo<br />

nítidamente las cifras esenciales. Suplico ecuanimidad y, al mismo tiempo, pido una cantidad descabellada de dinero. Deck me<br />

interrumpe con frecuencia y discutimos como colegiales.<br />

Ninguno de nosotros ha pronunciado un discurso ante un jurado, pero él ha escuchado más que yo y eso le convierte en el<br />

experto. Hay momentos en los que me siento invencible, verdaderamente arrogante de haber llegado hasta aquí en tan buena<br />

forma. Deck lo detecta y me corta inmediatamente la cresta. Me recuerda repetidamente que todavía podemos perder o ganar el<br />

caso mañana por la mañana.<br />

Sin embargo, la mayor parte del tiempo estoy simplemente asustado. El miedo es controlable, pero nunca me abandona. Me<br />

motiva y me incita a seguir adelante, pero me alegraré cuando desaparezca.<br />

Apagamos las luces a eso de las diez y nos vamos a casa. Me tomo una cerveza como somnífero y surte efecto. Poco después<br />

de las once me quedo dormido, con visiones de triunfo en la mente.<br />

Al cabo de menos de una hora suena el teléfono. Es una voz femenina desconocida, joven y muy angustiada.<br />

–Usted no me conoce, pero soy amiga de Kelly –dice casi en un susurro.<br />

–¿Qué ocurre? –pregunto, inmediatamente despierto. –Kelly tiene problemas. Necesita su ayuda. –¿Qué ha sucedido?<br />

–Le ha dado otra paliza. Regresó borracho, como de costumbre.<br />

–¿Cuándo? –pregunto de pie junto a mi cama, intentando encontrar el interruptor.<br />

–Anoche. Necesita ayuda, señor Baylor. –¿Dónde está?<br />

–Aquí conmigo. Cuando la policía se llevó a Cliff, acudió a urgencias para que la viera un médico. Afortunadamente, no tiene<br />

nada roto. Yo fui a recogerla y está escondida aquí, en mi casa.<br />

–¿Está muy malherida?<br />

–Es bastante aparatoso, pero no tiene ningún hueso fracturado. Cortes y contusiones.<br />

Me da su nombre y dirección, cuelgo y me visto apresuradamente. Es un gran complejo de pisos en los suburbios, no muy lejos<br />

del de Kelly, y entro en varias calles sin salida antes de encontrar el edificio indicado.<br />

Robin, la amiga, entreabre la puerta sin quitar la cadena, y me obliga a identificarme claramente antes de permitir que entre en<br />

su casa. Me da las gracias por haber venido. Robin, a su vez, no es más que una niña, probablemente divorciada y trabajando<br />

por poco más del sueldo mínimo. Entro en la sala de estar, un pequeño cuarto con muebles de alquiler. Kelly está en el sofá,<br />

con una bolsa de hielo en la cabeza.<br />

Su ojo izquierdo está completamente hinchado y su abultada piel está adquiriendo ya unos tonos azulados. Lleva un vendaje<br />

sobre la ceja, ligeramente manchado de sangre. Tiene las dos mejillas abultadas. Su labio inferior, cortado, sobresale de un<br />

modo grotesco. Lleva sólo una holgada camiseta y tiene morados en los muslos y alrededor de las rodillas.<br />

Me agacho, le doy un beso en la frente y me siento en un taburete frente a ella. Veo una lágrima en su ojo derecho.<br />

–Gracias por haber venido –musita, con una voz entorpecida por sus mejillas y labios lastimados. .<br />

Le doy unos suaves golpecitos en la rodilla y me acaricia el reverso de la mano.<br />

Podría matarlo.<br />

–Es preferible que no hable –dice Robin, después de sentarse junto a ella–. El médico dice que debe moverse lo menos posible.<br />

En esta ocasión la ha golpeado con los puños, no encontró el bate de béisbol.<br />

–¿Qué ha ocurrido? –le pregunto a Robin, pero sin dejar de mirar a Kelly.<br />

–Se han peleado por una tarjeta de crédito. Había que saldar las cuentas de Navidad. Ha estado bebiendo mucho. El resto ya lo<br />

conoce –cuenta someramente Robin, que parece haber vivido lo suyo y me percato de que no lleva ninguna alianza. Se pelean,<br />

como de costumbre él gana y los vecinos llaman a la policía. Él va a la cárcel y ella al hospital. ¿Quiere una Coca–cola o algo<br />

por el estilo?<br />

–No, gracias.<br />

–La traje aquí anoche y esta mañana la he acompañado a un centro para mujeres maltratadas. Ha hablado con una asesora que<br />

le ha dicho lo que debía hacer y le ha dado un montón de folletos. Están ahí si quiere verlos. En resumen, debe solicitar el<br />

divorcio y salir corriendo.<br />

–¿Te han fotografiado? –pregunto al tiempo que le acaricio la rodilla.<br />

Kelly asiente. Las lágrimas han emergido del ojo abultado y le ruedan por ambas mejillas.<br />

–Sí, le han tomado un montón de fotografías. Hay mucho más de lo que ve. Muéstraselo, Kelly. Es tu abogado. Debe verlo.<br />

Con la ayuda de Robin, se levanta cuidadosamente, se vuelve de espaldas y se levanta la camiseta por encima de la cintura. No<br />

lleva nada debajo, a excepción de cardenales en sus piernas y trasero. Asciende la camiseta y veo más morados en la espalda.<br />

Desciende la camiseta y vuelve a sentarse con todo cuidado en el sofá.<br />

–La ha azotado con un cinturón –aclara Robin–. La ha colocado sobre sus rodillas y le ha dado una soberana paliza.<br />

–¿Tienes un pañuelo? –le pregunto a Robin mientras seco cuidadosamente las lágrimas de las mejillas de Kelly.<br />

–Por supuesto –responde, y me entrega una caja de pañuelos de papel.<br />

–¿Qué quieres hacer, Kelly? pregunto.<br />

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