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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Intenta seguir sonriendo cuando se esfuerza por convencerme de que hoy se siente bien, todo ha mejorado. Sólo está un poco<br />

cansado, eso es todo. Su voz es grave y laboriosa, sus palabras apenas audibles. Escucha atentamente cuando relato de nuevo lo<br />

sucedido en la vista de ayer y explico lo de la oferta. Dot sostiene su mano derecha.<br />

–¿Aumentarán la cantidad? –pregunta.<br />

Es una cuestión sobre la que Deck y yo hablamos ayer durante el almuerzo. Great Benefit ha dado un salto asombroso de cero a<br />

setenta y cinco mil. Ambos sospechamos que quizá suban a cien mil, pero no me atrevería a ser tan optimista ante mis clientes.<br />

–Lo dudo –respondo– Pero podemos intentarlo. Lo único que pueden hacer es negarse.<br />

–ú cuánto te llevas? –pregunta.<br />

Le explico que según nuestro contrato me corresponde un tercio del total.<br />

–Eso significa que cincuenta mil dólares son para ti y papá –dice mirando a su madre.<br />

–¿Qué vamos a hacer con cincuenta mil dólares? –pregunta Dot.<br />

–Acabar de pagar la casa, comprar un nuevo coche y guardar un poco para cuando seáis viejos.<br />

–No quiero su maldito dinero.<br />

Donny Ray cierra los ojos y se queda momentáneamente dormido. Yo contemplo los frascos de medicamentos. Cuando<br />

despierta me toca el brazo, intenta apretarlo y dice:<br />

–ú quieres aceptar la oferta, Rudy? Par–te del dinero es tuyo.<br />

–No. No quiero aceptarla –respondo con plena convicción, mirándole primero a él y luego a su madre, que escucha<br />

atentamente–. No ofrecerían ese dinero si no estuvieran preocupados. Quiero desenmascarar a esa gentuza.<br />

Un abogado tiene la obligación de ofrecerles siempre a sus clientes el mejor consejo posible, independientemente de sus<br />

propias circunstancias económicas. No me cabe la menor duda de que podría persuadir a los Black para que aceptaran la oferta.<br />

Con poco esfuerzo, lograría convencerlos de que el juez Hale está a punto de desestimar el caso y el dinero que está ahora<br />

sobre la mesa desaparecerá para siempre. Podría pintarles un cuadro apocalíptico y esas personas a quien tanto han pisoteado<br />

no tendrían dificultad en creérselo.<br />

Sería fácil. Y yo me embolsaría unos honorarios de veinticinco mil dólares, cantidad que en estos momentos me resulta incluso<br />

difícil comprender. Pero he superado la tentación. Lo he reflexionado a primera hora de esta mañana en la hamaca y he hecho<br />

la paz conmigo mismo.<br />

No sería difícil alejarme en este momento de la profesión jurídica. Daré el próximo paso y me retiraré antes de vender a mis<br />

clientes.<br />

Dejo a madre e hijo en la habitación, con la firme esperanza de no volver mañana para comunicarles que el caso ha sido<br />

sobreseído.<br />

Hay por lo menos cuatro hospitales a poca distancia de Saint Peter. Hay también una Facultad de Medicina, una Facultad de<br />

Odontología, e incontables consultorios médicos. La comunidad médica de Memphis se ha concentrado en una zona de seis<br />

manzanas, entre Union y Madison. En el propio Madison hay un edificio de ocho plantas, exactamente frente a Saint Peter,<br />

conocido como Peabody Medical Arts Building. Un túnel elevado para peatones cruza la calle, a fin de que los médicos puedan<br />

ir y venir de sus consultorios al hospital. El edificio está consagrado exclusivamente a la medicina y uno de sus consultorios es<br />

el del doctor Eric Craggdale, cirujano ortopédico, que se encuentra en el tercer Piso.<br />

Ayer le hice una serie de llamadas anónimas y averigüé lo que deseaba. Espero en el enorme vestíbulo de Saint Peter, un piso<br />

por encima del nivel de la calle, y observo el aparcamiento alrededor del Peabody Medical Arts Building. A las once menos<br />

veinte veo un Volkswagen Rabbit que sale de Madison y entra en el abarrotado aparcamiento. Kelly se apea del vehículo.<br />

Está sola, como era de esperar. Hace una hora he llamado a su marido a su lugar de trabajo, he preguntado por él y he colgado<br />

cuando se ha puesto al teléfono. Apenas veo la parte superior de la cabeza de Kelly cuando se esfuerza por salir del coche.<br />

Camina con muletas, sor–tea numerosas hileras de coches aparcados y se dirige hacia el edificio.<br />

Subo al siguiente piso por una escalera automática y cruzo Madison por el túnel de cristal para peatones. Estoy nervioso, pero<br />

no tengo prisa.<br />

La sala de espera está llena de gente. Ella está sentada de espaldas a la pared, hojeando una revista, con una escayola en su<br />

tobillo fracturado que ahora le permite andar. La silla contigua está vacía y me instalo en la misma antes de que se percate de<br />

mi presencia.<br />

Al verme parece sobresaltada, pero me brinda inmediatamente una radiante sonrisa de bienvenida. Mira nerviosa a su<br />

alrededor. Nadie nos observa.<br />

–Sigue leyendo tu revista –susurro al tiempo que abro un ejemplar del National Geographic.<br />

–¿Qué estás haciendo aquí? –pregunta levantando la revista Vogue casi a la altura de los ojos.<br />

–Tengo molestias en la espalda.<br />

Mueve la cabeza y mira a su alrededor. La mujer que está sentada a su lado intenta mirarnos, pero un collarín le impide mover<br />

la cabeza. ¿Por qué preocuparnos, si ninguno de los presentes nos conoce?<br />

–¿Quién es tu médico? –pregunta.<br />

–Craggdale –respondo.<br />

–Muy gracioso.<br />

Kelly Riker era hermosa cuando estaba en el hospital con una simple bata, una contusión en la mejilla y sin maquillar. Ahora<br />

me resulta imposible dejar de mirarla. Lleva una camisa blanca ligeramente almidonada, como la que una joven universitaria le<br />

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