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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Alguien llama a la puerta y me sorprende enormemente ver que aparece el señor M. Wilfred Keeley. No nos hemos visto desde<br />

que le interrogué durante ocho horas el lunes. Se comporta como si estuviera encantado de verme. Nos saludamos y<br />

estrechamos la mano como viejos amigos. Se acerca a la barra y se prepara una copa.<br />

Saborean sus whiskies, mientras nos sentamos alrededor de una mesilla redonda en un rincón. El hecho de que Keeley haya<br />

regresado tan pronto sólo puede significar una cosa: quieren llegar a un acuerdo. Los escucho atentamente.<br />

El mes pasado ingresé seiscientos dólares en mi precario bufete. Drummond gana por lo menos un millón anual. Keeley dirige<br />

una compañía con un volumen de ventas de por lo menos mil millones anuales y gana probablemente más que su abogado. Y<br />

quieren hablar de negocios conmigo.<br />

–El juez Kipler me preocupa enormemente –declara de pronto Drummond.<br />

–Nunca he visto nada parecido –agrega inmediatamente Keeley.<br />

Drummond es célebre por su preparación impecable y estoy seguro de que este diálogo ha sido cuidadosamente ensayado.<br />

–Con franqueza, Rudy, me da miedo lo que pueda hacer en el juicio –dice Drummond.<br />

–Está canalizándonos –agrega Keeley mientras mueve con incredulidad la cabeza.<br />

Es comprensible que Kipler les preocupe, pero sudan sangre porque han sido sorprendidos con las manos en la masa. Han<br />

matado a un joven y su conducta asesina está a punto de ser divulgada. Decido ser amable y escuchar lo que tengan que decir.<br />

–Nos gustaría llegar a un acuerdo, Rudy –dice Drummond, después de sorber simultáneamente sus respectivas copas–.<br />

Tenemos confianza en nuestra <strong>defensa</strong> y se lo digo sinceramente. En condiciones igualitarias, estamos listos para enfrentarnos<br />

mañana mismo. No he perdido un solo caso en once años. Me encantan las buenas disputas en la sala. Pero ese juez es tan<br />

parcial, que da miedo.<br />

–¿Cuánto? –pregunto, para ahorrarme las divagaciones. Se retuercen en perfecta armonía hemorroidal. –Doblaremos la oferta<br />

inicial –responde Drummond después de unos momentos de dolor–. Ciento cincuenta mil. Usted cobrará unos cincuenta y sus<br />

clientes...<br />

–Sé contar –interrumpo.<br />

Mis honorarios no son de su incumbencia. Estoy sin blanca y con cincuenta mil sería rico.<br />

¡Cincuenta mil dólares!<br />

–¿Qué se supone que debo hacer con esta oferta? –pregunto.<br />

Se miran confundidos.<br />

–Mi cliente ha fallecido. Su madre lo enterró la semana pasada y ahora esperan que le diga que hay más dinero sobre la mesa.<br />

–La ética le obliga a decirle...<br />

–No me dé lecciones de ética, Leo. Se lo diré. Le comunicaré su oferta y apuesto a que responderá que no le interesa. –<br />

Lamentamos mucho su muerte –dice Keeley con tristeza. –Me doy cuenta de que está usted sumamente afligido, señor Keeley.<br />

Transmitiré su pésame a la familia.<br />

–Escúcheme, Rudy, estamos haciendo un esfuerzo de buena fe para llegar aun acuerdo –dice Drummond.<br />

–Ha elegido un pésimo momento.<br />

Se hace una pausa mientras todos bebemos. Drummond es el primero en empezar a sonreír.<br />

–¿Qué desea esa dama? Díganoslo, Rudy, ¿qué necesita para sentirse satisfecha?<br />

–Nada. –¿Nada?<br />

–Nada que usted pueda hacer. Su hijo ha muerto y usted no puede hacer nada para remediarlo.<br />

–¿Entonces a qué viene el juicio? –Para dar a conocer lo que han hecho.<br />

Más contorsiones. Más expresiones de dolor. Más whisky al gaznate.<br />

–Quiere dar a conocer lo que han hecho y destruirlos. –Somos demasiado grandes –dice afectadamente Keeley. –Ya lo veremos<br />

–respondo después de ponerme de pie y recoger mi maletín–. No se molesten en acompañarme.<br />

Salgo del despacho y los dejo sentados.<br />

TREINTA Y OCHO<br />

Nuestro bufete adquiere lentamente el aspecto de actividad comercial, por modesta y poco lucrativa que sea. Hay montoncitos<br />

de pequeñas fichas aquí y allá, siempre a la vista de los clientes que nos visiten. Tengo casi una docena de casos penales de<br />

oficio, todos ellos de faltas graves o delitos de poca monta. Deck asegura tener treinta fichas abiertas, pero creo que exagera.<br />

Ahora el teléfono suena con mayor frecuencia. Hay que ser muy disciplinado para hablar por un teléfono intervenido y eso es<br />

algo con lo que lucho todos los días. Me repito a mí mismo que antes de intervenir los teléfonos, alguien firmó una orden<br />

judicial autorizando dicha invasión de la intimidad. Un juez debe haberlo autorizado y por consiguiente hay cierto elemento de<br />

legitimidad en ello.<br />

El vestíbulo está todavía lleno de mesas alquiladas, cubiertas con los documentos del caso Black, y su presencia da la<br />

impresión de un trabajo monumental en progreso.<br />

Por lo menos el despacho parece más ocupado. Después de varios meses, el mísero promedio de nuestros gastos es de mil<br />

setecientos dólares mensuales. Nuestros ingresos brutos medios son de tres mil doscientos, de modo que teóricamente Deck y<br />

yo nos repartimos mil quinientos, sin deducir retenciones ni impuestos.<br />

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