legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Procuro desesperadamente actuar con serenidad, a pesar de encontrarme en terreno ajeno y rodeado de enemigos. Hay varias<br />
razones por las que no deseo empezar por el portavoz de la compañía, primordialmente porque eso es lo que quieren ellos. Son<br />
mis declaraciones, no dejo de repetirme.<br />
–¿Usted perdone? –exclama T. Pierce.<br />
–Me ha oído perfectamente. Quiero empezar por Jackie Lemancyzk, la encargada de reclamaciones. Pero antes quiero la ficha.<br />
El núcleo de cualquier caso de mala fe es la ficha de reclamaciones: conjunto de cartas y documentos que el encargado de<br />
reclamaciones guarda en la oficina central. En un buen caso de mala fe, la ficha de reclamaciones es una asombrosa relación<br />
cronológica de chapuza tras chapuza. Tengo acceso legal a la misma y debí haberla recibido hace diez días. Drummond se<br />
declaró inocente y acusó a su cliente de actuar con suma lentitud. Kipler ordenó categóricamente en una orden judicial que la<br />
ficha estuviera a mi disposición a primera hora de esta mañana.<br />
–Consideramos que seria preferible empezar por el señor Underhall –repite sin autoridad T. Pierce.<br />
–No me importa lo que ustedes consideren –respondo, sumamente perturbado e indignado, con la confianza de que el juez es<br />
mi amigo–. ¿Quiere que llamemos al juez? –pregunto en tono de desafío, como un auténtico chulo.<br />
Aunque Kipler está ausente, su presencia domina el ambiente. Su orden especifica con toda claridad que los seis testigos que he<br />
solicitado deben estar a mi disposición a las nueve de esta mañana y que el orden de las declaraciones se hará sólo a mi<br />
discreción. Deben permanecer disponibles hasta que haya concluido con ellos. La orden también deja abierta la posibilidad de<br />
declaraciones adicionales, si la investigación y respuestas obtenidas así lo aconsejan. No he podido evitar amenazarlos con una<br />
llamada a su señoría.<br />
–Bueno... el caso es que tenemos un problema con Jackie Lemancyzk –responde T. Pierce mientras mira con nerviosismo a los<br />
cuatro individuos de traje oscuro, que han retrocedido para acercarse a la puerta y tienen todos la mirada fija en sus zapatos.<br />
T. Pierce está frente a mí, al otro lado de la mesa, y tiene dificultades.<br />
–¿Qué clase de problema? –pregunto. –Ya no trabaja en la empresa.<br />
Se me abre inadvertidamente la boca. Estoy auténticamente estupefacto y durante unos momentos no se me ocurre nada. Lo<br />
miro e intento recapacitar.<br />
–¿Cuándo se marchó? –pregunto.<br />
–Al final de la semana pasada.<br />
–¿Cuándo exactamente? Estuvimos en el juzgado el jueves. ¿Lo sabían entonces?<br />
–No. Se marchó el sábado.<br />
–¿Ha sido un despido? –Ha dimitido. –¿Dónde está ahora?<br />
–Ya no trabaja para la compañía, ¿comprende? No podemos presentarla como testigo.<br />
Examino momentáneamente mis notas, en busca de otros nombres.<br />
–De acuerdo, ¿qué me dice de Tony Krick, segundo encargado de reclamaciones?<br />
Más contorsiones, tics y nervios.<br />
–También se ha marchado –responde T. Pierce–. Ha sido despedido.<br />
Mi segundo bofetón. Pienso desesperadamente en cómo reaccionar.<br />
En realidad, Great Benefit ha despedido a ciertas personas para evitar que hablaran conmigo.<br />
–Vaya coincidencia –exclamo sin saber cómo proceder.<br />
Plunk, Hill y Grone se niegan a levantar la mirada de sus cuadernos. Me pregunto qué escriben.<br />
–En este momento nuestro cliente atraviesa un período de reducción de empleo –declara T. Pierce, con el rostro perfectamente<br />
impasible.<br />
–¿Qué me dice de Richard Pellrod, el encargado decano de reclamaciones? Deje que lo adivine, también lo han despedido. –<br />
No. Está aquí.<br />
–¿Y Russell Krokit?<br />
–El señor Krokit ha ido a trabajar en otra compañía.<br />
–De modo que no lo han despedido. –No.<br />
–Ha dimitido, como Jackie Lemancyzk. –Exactamente.<br />
Russell Krokit era el encargado decano de reclamaciones cuando escribió la «estúpida carta». A pesar de los nervios y el miedo<br />
que me producía este viaje, esperaba con anhelo su declaración.<br />
–¿Y Everett Lufkin, vicepresidente de reclamaciones? ¿Despedido?<br />
–No. Está aquí.<br />
Se hace un silencio increíblemente largo, durante el que todo el mundo finge hacer algo, hasta que las aguas vuelven a su<br />
cauce. Mi pleito ha causado víctimas. Escribo cuidadosamente en mi cuaderno una lista de lo que debo hacer a continuación.<br />
–¿Dónde está la ficha? –pregunto.<br />
T. Pierce levanta un montón de papeles que tiene a su espalda y me los acerca por encima de la mesa. Es un conjunto de<br />
pulcras copias, sujetas con gruesas gomas elásticas.<br />
–¿Están por orden cronológico? –pregunto, puesto que así lo ha ordenado Kipler.<br />
–Eso creo –responde T. Pierce, al tiempo que mira a los cuatro funcionarios de Great Benefit, como si estuviera dispuesto a<br />
estrangularlos.<br />
La ficha mide casi once centímetros de grosor.<br />
–Concédanme una hora –digo sin retirar las gomas elásticas–. Luego proseguiremos.<br />
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