legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Sí.<br />
–Ahora todo parece maravilloso, pero podríamos acabar en la cárcel.<br />
–Por supuesto, pero tenía que contártelo, compréndelo –responde, descartándolo con un ademán, como si no se atreviera<br />
siquiera a pensar en ello.<br />
El camarero deja un plato de tiras de maíz fritas sobre la mesa, y se retira.<br />
He pensado en el hecho de que, con toda seguridad, debo de ser la única persona que ha trabajado para ambos fugitivos, pero<br />
francamente nunca se me había ocurrido que los federales me vigilaran. Me quedo sin apetito. Mi garganta está seca. El más<br />
mínimo sonido me produce un sobresalto.<br />
Adoptamos ambos una actitud meditabunda y nos dedicamos a observar los objetos de la mesa. No volvemos a hablar hasta<br />
que llega la pizza y comemos en silencio. Me gustaría conocer los detalles: ¿Cómo se ha puesto Bruiser en contacto con Deck?<br />
¿Quién ha pagado el viaje a Las Vegas? ¿Ha sido ésta la primera vez que han hablado desde su desaparición? ¿Será la última?<br />
¿Por qué se interesa Bruiser todavía por mí?<br />
Dos ideas emergen de las tinieblas. En primer lugar, si Bruiser dispone de suficiente ayuda para vigilar a Deck hasta Las Vegas<br />
y saber que le han seguido todo el camino, sin duda puede contratar a alguien para que traslade el dinero desde Memphis. ¿Por<br />
qué preocuparse de nosotros? Porque no le importa que nos atrapen, he ahí el porqué. En segundo lugar, los federales no se han<br />
molestado en interrogarme porque no quieren ponerme sobre aviso. Les resulta mucho más fácil vigilarme, porque no me<br />
preocupo por ellos.<br />
Y algo más. No cabe la menor duda de que mi compañero, al otro lado de la mesa, ha abierto la puerta a una discusión seria<br />
sobre dinero. Deck sabe más de lo que me ha contado y ha iniciado esta entrevista con un proyecto en mente.<br />
No soy tan ingenuo como para suponer que se ha dado por vencido con tanta facilidad.<br />
La correspondencia diaria es algo que he aprendido a temer. Deck la recoge después del almuerzo, como de costumbre, y la<br />
trae al despacho. Hay un grueso sobre tamaño folio de los buenazos de Tinley Britt y aguanto la respiración cuando lo abro. Es<br />
la instancia preliminar a las conclusiones de Drummond, en la que formula una serie de preguntas, solicita todos los<br />
documentos conocidos por el acusado o su abogado, y una serie de admisiones. Lo último es un ingenioso método para obligar<br />
a la parte contraria a admitir o negar ciertos hechos por escrito, en el plazo de treinta días. Todo lo que no se niega, se<br />
considera definitivamente admitido. Incluye también una solicitud para tomarles declaración a Dot y Buddy Black en mi<br />
despacho, dentro de dos semanas. Normalmente, según tengo entendido, los abogados charlan por teléfono y deciden<br />
conjuntamente la fecha, la hora y el lugar de la declaración. Se denomina cortesía profesional, tarda unos cinco minutos, y<br />
contribuye enormemente a la placidez del proceso. Evidentemente, Drummond ha olvidado sus buenos modales o ha decidido<br />
jugar duro. Sea como fuere, estoy decidido a cambiar de fecha y lugar. No porque me parezcan inoportunos, sino por principio.<br />
Asombrosamente, en el sobre no hay ninguna petición. Veremos mañana.<br />
La solicitud preliminar a las conclusiones debe responderse en un plazo de treinta días, y ambas partes pueden presentarla<br />
simultáneamente. La mía está casi lista y el recibo de la de Drummond me incita a actuar. Estoy decidido a mostrarle al «señor<br />
prócer» que también sé jugar a la guerra del papeleo. Le dejaré impresionado, o comprenderá una vez más que trata con un<br />
abogado que no tiene otra cosa que hacer.<br />
Casi ha oscurecido cuando aparco silenciosamente frente a la casa. Junto al Cadillac de la señorita Birdie hay dos coches<br />
inusuales, dos relucientes Pontiac con el anagrama de Avis en el parachoques trasero. Oigo voces cuando rodeo sigilosamente<br />
la casa con la esperanza de llegar a mi piso sin ser visto.<br />
Me he quedado hasta bastante tarde en el despacho, principalmente con el propósito de no encontrarme con Delbert y Vera.<br />
Pero no tendré tanta suerte. Están en el jardín con la señorita Birdie, tomando té. Y no están solos.<br />
–Ahí está –exclama Delbert al verme, al tiempo que yo acelero el paso y miro hacia el jardín–. Acérquese, Rudy.<br />
Es una orden, más que una invitación.<br />
Se levanta lentamente cuando me acerco y otro individuo también se pone de pie.<br />
–Rudy, le presento a mi hermano Randolph.<br />
–Mi esposa June –dice Randolph después de estrecharnos la mano, mientras gesticula en dirección a otra apergaminada<br />
mujerzuela al estilo de Vera, con el cabello teñido.<br />
La saludo con la cabeza y ella me lanza una mirada que fundiría el plomo.<br />
–Señorita Birdie –digo educadamente para saludar a la propietaria de mi casa.<br />
–Hola, Rudy–responde. cariñosamente, sentada en un sofá de mimbre junto a Delbert.<br />
–Siéntese –dice Randolph, al tiempo que me ofrece una silla.<br />
–No, gracias –respondo–. Debo ir a mi casa para comprobar si la ha visitado algún intruso –agrego, mirando a Vera, que está<br />
sentada detrás del sofá, separada de los demás, probablemente lo más lejos posible de June.<br />
June tiene entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Su marido, si mal no recuerdo, cerca de los sesenta. Ahora me acuerdo de<br />
que es ella a quien la señorita Birdie denomina pécora.<br />
La tercera esposa de Randolph. Interesándose siempre por el dinero.<br />
–No hemos estado en su piso –responde Delbert en tono quisquilloso.<br />
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