legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Por Dios, Rudy. Ni todo el dinero del mundo podría resucitar al muchacho. Debe procurar que su cliente sea razonable. Creo<br />
que ella desea llegar a un acuerdo. Llega un momento en el que el abogado debe actuar como tal y responsabilizarse de la<br />
situación. Esa pobre mujer no tiene ni idea de lo que sucederá en el juicio.<br />
–Hablaré con ella.<br />
–Llámela ahora mismo. Lo esperaré una hora antes de salir. Llámela.<br />
Probablemente ese taimado cabrón tiene nuestros micrófonos conectados a su despacho. Le encantaría que la llamara para<br />
escuchar nuestra conversación.<br />
–Le llamaré, señor Drummond. Buenos días.<br />
Cuelgo el teléfono, rebobino la cinta y escuchamos la grabación.<br />
Deck se acomoda en una silla, con la boca completamente abierta y exhibiendo sus cuatro dientes relucientes.<br />
–Han intervenido nuestros teléfonos –dice estupefacto, cuando acabamos de escuchar la grabación.<br />
Contemplamos el magnetófono, como si por sí mismo lo explicara todo. Durante varios minutos permanezco literalmente<br />
aturdido y paralizado de estupor. Nada se mueve. Nada funciona. De pronto suena el teléfono, pero ninguno de nosotros lo<br />
levanta. En este momento nos tiene a ambos aterrados.<br />
–Supongo que debemos comunicárselo a Kipler –digo por fin, con lentitud y parsimonia.<br />
–No lo creo –responde Deck después de quitarse sus gruesas gafas y frotarse los ojos.<br />
–¿Por qué no?<br />
–Reflexionemos. Sabemos, o por lo menos creemos saber, que Drummond, o tal vez su cliente, ha pinchado nuestros teléfonos.<br />
Es evidente que Drummond está al corriente, porque acabamos de sorprenderlo. Pero no hay forma de demostrarlo<br />
irrefutablemente, de sorprenderlo con las manos en la masa.<br />
–Lo negará hasta el día de su muerte.<br />
–Exactamente. En cuyo caso, ¿qué puede hacer Kipler? ¿Acusarlo sin pruebas contundentes? ¿Ensañarse un poco más con él?<br />
–A estas alturas ya está acostumbrado.<br />
–Y no surtirá efecto alguno en el juicio. No se le puede comunicar al jurado que el señor Drummond y su cliente han jugado<br />
sucio durante la instrucción del caso.<br />
Seguimos contemplando un rato el magnetófono mientras digerimos la noticia e intentamos abrirnos paso entre las tinieblas. El<br />
año pasado, en una clase de ética, leímos el caso de un abogado que fue severamente sancionado por grabar en secreto una<br />
conversación telefónica con otro abogado. Soy culpable, pero mi delito es insignificante comparado con la repugnante actitud<br />
de Drummond. Sin embargo, el problema estriba en que si muestro la grabación me inculpo automáticamente, mientras que<br />
Drummond nunca será condenado, porque no habrá forma de demostrar su responsabilidad. ¿A qué nivel está involucrado?<br />
¿Ha sido idea suya la de intervenir nuestros teléfonos? ¿O se limita a utilizar información robada que le facilita su cliente?<br />
Una vez más, nunca lo sabremos. Además, curiosamente, no importa. Y él lo sabe.<br />
–Podemos utilizarlo en beneficio propio –digo.<br />
–Eso era exactamente lo que yo estaba pensando.<br />
–Pero debemos ser cautelosos, para no despertar sus sospechas.<br />
–Sí, reservémoslo para el juicio. Esperemos el momento perfecto, cuando nos convenga mandar a esos payasos a la caza de<br />
fantasmas.<br />
Empezamos ambos a sonreír.<br />
Espero dos días y llamo a Drummond para comunicarle la triste noticia de que mi cliente no quiere su asqueroso dinero. Actúa<br />
de un modo un poco extraño, le confieso. Un día tiene miedo de asistir al juicio y al día siguiente quiere pelear en la sala. En<br />
este momento, quiere pelea.<br />
No sospecha en absoluto. Adopta su acostumbrada actitud de hombre duro, con la amenaza de que se retirará permanentemente<br />
la oferta y de que será un juicio desagradable hasta las últimas consecuencias. Estoy seguro de que eso debe gustarles a los que<br />
escuchan desde Cleveland. Me pregunto cuánto deben tardar en escuchar estas conversaciones.<br />
Deberíamos aceptar el dinero. Dot y Buddy cobrarían más de cien mil, una cantidad superior a la que podrían gastar en el resto<br />
de su vida. Su abogado recibirá casi sesenta mil, una auténtica fortuna. Pero el dinero no significa nada para los Black. Nunca<br />
lo han tenido y no sueñan con hacerse ricos. Dot sólo pretende que quede constancia oficial de lo que Great Benefit le ha hecho<br />
a su hijo. Quiere un juicio definitivo que le otorgue la razón y afirme que Donny Ray ha muerto porque Great Benefit lo ha<br />
asesinado.<br />
En lo que a mí concierne, me asombra mi propia habilidad para despreocuparme del dinero. Es tentador, qué duda cabe, pero<br />
no me obsesiona. No me muero de hambre. Soy joven y habrá otros casos.<br />
Además, estoy convencido de que si Great Benefit está lo suficientemente asustada para intervenir nuestros teléfonos, ocultan<br />
indudablemente secretos muy nefastos. A pesar de lo preocupado que estoy, me sorprendo a mí mismo soñando con el juicio.<br />
Booker y Charlene me invitan a comer con la familia Kane el día de Acción de Gracias. Su abuela vive en una pequeña casa al<br />
sur de Memphis y evidentemente ha estado cocinando toda la semana. Llueve, hace frío, y nos vemos obligados a pasar la tarde<br />
dentro de la casa. Somos por lo menos cincuenta, de edades que oscilan entre los seis meses y los ochenta años, y el único<br />
rostro blanco es el mío. Pasamos varias horas comiendo, los hombres apretujados en la sala de estar viendo un partido tras otro<br />
por televisión. Booker y yo nos comemos nuestra tarta y tomamos café en el garaje, sobre el capó del coche, temblando<br />
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