legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Estoy muy ocupado –responde.<br />
–Lo sé. No es para mí, sino para Donny Ray.<br />
Frunce el entrecejo y resopla, como si le resultara físicamente doloroso.<br />
–Cobro quinientos dólares por hora para hacer declaraciones.<br />
No me sorprende, porque me lo esperaba. En la facultad había oído hablar de médicos que cobraban incluso más. Pero ahora he<br />
venido a suplicar.<br />
–No puedo permitírmelo, doctor Kord. Abrí el bufete hace seis semanas y estoy a punto de morirme de hambre. Éste es el<br />
único caso decente que tengo.<br />
Es asombrosa la fuerza de la verdad. Ese individuo, que gana probablemente un millón de dólares anuales, sucumbe<br />
inmediatamente ante mi ingenuidad. Veo compasión en sus ojos. Titubea unos instantes, piensa tal vez en Donny Ray y en la<br />
frustración de no poder ayudarlo, o puede que se apiade de mí. ¿Quién sabe?<br />
–Le mandaré la cuenta. Págueme cuando pueda. –Gracias, doctor.<br />
–Hable con mi secretaria para elegir la fecha. ¿Podemos hacerlo aquí?<br />
–Desde luego.<br />
–Bien. Debo marcharme.<br />
Deck tiene un cliente en su despacho cuando regreso. Es una mujer madura, corpulenta y bien vestida. Me hace una seña<br />
cuando me ve aparecer y me presenta a la señora Madge Dresser, que quiere divorciarse. Ha estado llorando y cuando me<br />
apoyo en la mesa junto a Deck, éste me pasa una nota que dice: «Tiene dinero.»<br />
Pasamos una hora con Madge y nos cuenta una lúgubre historia: alcohol, palizas, otras mujeres, apuestas, hijos malvados y ella<br />
no ha hecho nada de malo. Solicitó el divorcio hace un par de años y su marido rompió a balazos la ventana del bufete de su<br />
abogado. Juega con armas y es peligroso. Miro a Deck cuando nos lo cuenta. Él elude mi mirada.<br />
Nos paga seiscientos dólares al contado y promete pagar más. Mañana presentaremos la petición de divorcio. Deck le asegura<br />
que en el bufete de Rudy Baylor está en buenas manos.<br />
Cuando apenas acaba de retirarse, suena el teléfono. Un voz masculina pregunta por mí y me identifico.<br />
–Hola, Rudy, me llamo Roger Rice y soy abogado. Creo que no nos conocemos.<br />
Conocí a casi todos los abogados de Memphis cuando buscaba trabajo, pero no recuerdo a Roger Rice.<br />
–No, creo que no. Soy nuevo.<br />
–Sí, he tenido que llamar a información para conseguir su número. El caso es que tengo en mi despacho a dos hermanos,<br />
Randolph y Delbert Birdsong, acompañados de su madre, Birdie. Tengo entendido que los conoce.<br />
Me la imagino sentada entre sus dos hijos, con una estúpida sonrisa en los labios, diciendo «estupendo».<br />
–Por supuesto, conozco bien a la señorita Birdie –respondo, como si hubiera estado todo el día pendiente de aquella llamada.<br />
–He salido a la sala de conferencias para poder hablar. Estoy redactando su testamento y la verdad es que hay un montón de<br />
dinero en juego. Según ellos, usted había intentado elaborarlo.<br />
–Es cierto. Redacté un borrador hace varios meses, pero la verdad es que no ha mostrado mucho interés por firmarlo.<br />
–¿Por qué no?<br />
Es amable, se limita a hacer su trabajo y no es culpa suya que estén en su despacho. De modo que le resumo brevemente el<br />
proyecto de la señorita Birdie, de dejar su fortuna al reverendo Kenneth Chandler.<br />
–¿Tiene realmente el dinero? –pregunta.<br />
Simplemente no puedo revelarle la verdad. Quebrantaría todo código ético divulgar cualquier información sobre la señorita<br />
Birdie sin su previo consentimiento. Además, la información que Rice me solicita fue obtenida por medios, aunque no ilegales,<br />
sí cuestionables.<br />
–¿Qué le ha contado? –pregunto.<br />
–Poca cosa. Algo acerca de una fortuna en Atlanta, una herencia de su segundo marido, pero cuando intento concretar responde<br />
con vaguedades.<br />
Resulta ciertamente familiar.<br />
–¿Por qué quiere un nuevo testamento? –pregunto.<br />
–Quiere dejarlo todo a su familia: hijos y nietos. Lo único que deseo saber es si tiene el dinero.<br />
–No estoy seguro acerca del dinero. Hay un sumario de homologación testamentaria en Atlanta, declarado secreto por el<br />
tribunal, y eso es todo lo que sé.<br />
Todavía no está satisfecho y no puedo decirle más. Prometo mandarle por fax el nombre y número de teléfono del abogado de<br />
Atlanta.<br />
Hay todavía más coches alquilados frente a la casa cuando regreso después de las nueve. Me veo obligado a aparcar en la calle<br />
y eso realmente me molesta. Avanzo sigilosamente en la oscuridad y cruzo inadvertido el jardín.<br />
Deben de ser los nietos. Junto a la ventana de mi pequeña sala de estar me como una tarta de pollo a oscuras y escucho las<br />
voces. Distingo las de Delbert y Randolph. Algún comentario aislado de la señorita Birdie se desplaza por el húmedo aire. Las<br />
otras voces son más jóvenes.<br />
Todos parecen haber respondido como a una llamada de urgencia. ¡Daos prisa! ¡Está forrada! Sabíamos que la vieja tenía unos<br />
ahorrillos, pero no una fortuna. Una llamada condujo a otra. ¡Venid de prisa! Tu nombre figura en el testamento y junto al<br />
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