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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Cuando se apaga la luz de su dormitorio desciendo sigilosamente por la desvencijada escalera y cruzo de puntillas el húmedo<br />

césped con los pies descalzos, hasta una hamaca hecha trizas que cuelga precariamente entre dos pequeños árboles. Hace unos<br />

días pasé una hora acostado en la misma y no sufrí ningún percance. Entre los árboles, la hamaca ofrece una espléndida vista<br />

de la luna llena. Me mezo suavemente. La noche es cálida.<br />

He estado deprimido desde la visita de esta mañana a Van Landel en el hospital. Cuando ingresé en la Facultad de Derecho,<br />

hace algo menos de tres años, lo hice con la noble aspiración de utilizar algún día mi título para contribuir a una pequeña<br />

mejora de la sociedad y ejercer una honorable profesión gobernada por cánones éticos, que en mi opinión todos los abogados<br />

luchaban por defender. Estaba realmente convencido de ello. Sabía que no podía cambiar el mundo, pero soñaba con trabajar<br />

en un ambiente intenso, rodeado de personas ingeniosas, fieles a ilustres valores. Deseaba trabajar intensamente y crecer en mi<br />

profesión, para atraer a los clientes por mi reputación y no mediante una publicidad engañosa. Y conforme aumentaran mi<br />

pericia y mis honorarios, podría aceptar casos y clientes de escasa popularidad sin preocuparme del dinero. Estos sueños no son<br />

inusuales entre los neófitos en la Facultad de Derecho.<br />

Un mérito innegable de la facultad fueron las horas dedicadas al estudio y comentarios de la ética. Se hizo tanto hincapié en el<br />

tema que supusimos que nuestro colectivo pretendía celosamente imponer un riguroso código de conducta. Ahora me deprime<br />

la realidad. Durante el último mes, un auténtico abogado tras otro han mutilado progresivamente mi ilusión. He quedado<br />

reducido a cazador furtivo en las cafeterías de los hospitales por mil dólares mensuales. Me produce náuseas y tristeza<br />

comprobar en lo que me he convertido, y me azora la velocidad de mi caída.<br />

Mi mejor amigo en la universidad era Craig Balter. Compartimos piso durante dos años. El año pasado asistí a su boda. Craig<br />

tenía un objetivo cuando ingresó en la universidad, que era el de convertirse en profesor de historia en una escuela secundaria.<br />

Era muy inteligente y la universidad demasiado fácil para él. Charlamos largo y tendido sobre cómo enfocar nuestras vidas en<br />

el futuro. Me daba la impresión de que la enseñanza era un objetivo demasiado humilde para él y se enojaba conmigo cuando<br />

comparaba mi futura profesión con la suya. Yo aspiraba a obtener un alto nivel de éxito y fortuna. Él iba encaminado a trabajar<br />

en las aulas, donde su salario dependería de factores ajenos a su control.<br />

Craig consiguió un master y se casó con una maestra. Ahora da clases de historia y ciencias sociales en un instituto. Su esposa<br />

está embarazada y trabaja en un parvulario. Viven en una bonita casa de campo con un par de hectáreas de terreno y jardín, y<br />

son las personas más felices que conozco. Entre ambos ganan probablemente alrededor de cincuenta mil anuales.<br />

Pero a Craig no le importa el dinero. Hace exactamente lo que siempre ha deseado. Sin embargo, yo no tengo ni idea de lo que<br />

estoy haciendo. El trabajo de Craig es enormemente gratificante porque afecta la mente de los jóvenes. Puede prever los<br />

resultados de sus esfuerzos. Yo, por otra parte, iré mañana al despacho con la esperanza de atrapar, a tuertas o a derechas, a<br />

algún cliente desorientado, inmerso en algún grado de sufrimiento. Si los abogados ganaran lo mismo que los maestros se<br />

cerrarían inmediatamente el noventa por ciento de las Facultades de Derecho.<br />

Las cosas deben mejorar. Pero antes de que eso suceda, hay por lo menos otros dos desastres en perspectiva. En primer lugar,<br />

podrían detenerme o crearme otros problemas por lo del incendio del bufete Lake, y en segundo lugar, podría suspender el<br />

examen de colegiatura.<br />

Ambas perspectivas me mantienen inquieto en la hamaca hasta altas horas de la madrugada.<br />

Bruiser llega temprano a su despacho, con los ojos irritados y resaca, pero impecablemente ataviado: elegante traje de lana,<br />

camisa blanca de algodón perfectamente almidonada y una distinguida corbata de seda. Incluso su frondosa melena parece<br />

haber recibido un trato especial esta mañana, está limpia y reluciente.<br />

Debe presentarse en el juzgado para participar en la discusión preliminar de un caso de tráfico de drogas, y está nervioso y<br />

ajetreado. Me ha llamado a su despacho para recibir instrucciones.<br />

–Buen trabajo con Van Landel –dice' rodeado de sumarios y documentos, mientras Dru circula atareada por el despacho, bajo<br />

la mirada iracunda de los tiburones– He hablado hace unos minutos con la compañía de seguros. Amplia cobertura. La<br />

culpabilidad parece clara. ¿Cómo está la víctima?<br />

Anoche pasé una hora angustiosa con Dan Van Landel y su esposa en el hospital. Me formularon un sinfín de preguntas,<br />

primordialmente en torno a la cuantía de la compensación. No pude responderles nada concreto, pero hice una admirable<br />

exhibición de jerga jurídica. De momento siguen con nosotros. –Fracturas múltiples de pierna, brazo y costillas, además de<br />

abundantes laceraciones. Su médico dice que permanecerá diez días en el hospital.<br />

Bruiser sonríe.<br />

–Sigue trabajando en el caso. Ocúpate de investigar. Escucha a Deck. Existe la perspectiva de una buena compensación.<br />

Muy interesante para Bruiser, pero yo no participaré de los beneficios. Este caso no cuenta como generador de honorarios<br />

para mí.<br />

–La policía quiere tomarte declaración sobre el incendio –menciona mientras levanta un sumario– Hablé con ellos anoche. Lo<br />

harán aquí, en este despacho, en mi presencia.<br />

Lo dice como si ya estuviera organizado y yo no tuviera otra alternativa.<br />

_¿Y si me niego? –pregunto.<br />

–Probablemente te llevarán a la comisaría para interrogarte. Si no tienes nada que ocultar, sugiero que declares. Yo estaré aquí.<br />

Puedes consultarme lo que desees. Habla con ellos y luego te dejarán tranquilo.<br />

–e–De modo que consideran el incendio intencionado?<br />

–Están bastante convencidos.<br />

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