legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Se lo mencionaré al señor Lake –dice, cediendo un poco, Tiene unas normas bastante rígidas en lo concerniente al personal.<br />
No estoy autorizado a contratar un pasante que no se ajuste a nuestras especificaciones.<br />
–Por supuesto –respondo con tristeza.<br />
Otra patada en el trasero. En realidad, ya empiezo a acostumbrarme. He descubierto que los abogados, aunque estén muy<br />
ocupados, sienten cierta compasión por un recién licenciado que no encuentra trabajo. Una compasión muy limitada.<br />
–Puede que dé su aprobación, en cuyo caso el trabajo es suyo –dice para suavizar el golpe.<br />
–Hay algo más –insisto– Tengo un caso. Un caso muy bueno.<br />
Eso le provoca un gran recelo.<br />
–¿Qué clase de caso? –pregunta.<br />
–De mala fe, por parte de una compañía de seguros.<br />
–¿Es usted el cliente?<br />
–No. Soy el abogado. Me he tropezado casualmente con él.<br />
–¿Cuánto hay en juego?<br />
Le entrego un resumen de dos páginas del caso de los Black, abundantemente modificado y más sensacionalista. Desde hace<br />
algún tiempo, cada vez que algún abogado lee la sinopsis y me rechaza, la perfecciono gradualmente.<br />
Barry X. la lee atentamente, con mayor concentración que todos los que la han visto hasta ahora. Mientras la lee por segunda<br />
vez, yo admiro las paredes de ladrillo envejecido y sueño con un despacho parecido.<br />
–No está mal –dice cuando termina, con un destello en la mirada que parece delatar que está más emocionado de lo que<br />
aparenta– Deje que lo adivine. Usted quiere el empleo y una participación en el negocio.<br />
–No. Sólo el empleo. El caso es suyo. Me gustaría trabajar en el mismo y es imprescindible que trate con el cliente. Pero los<br />
honorarios son suyos.<br />
–Una porción de los honorarios. El señor Lake se queda con la mayor parte –afirma con una torcida sonrisa.<br />
En todo caso y con toda franqueza, no me importa cómo se repartan el dinero. Lo único que quiero es un empleo. Sólo de<br />
pensar en la perspectiva de trabajar para Jonathan Lake, en un entorno tan suntuoso, me da vueltas la cabeza.<br />
He decidido reservar para mí a la señorita Birdie. Como cliente no tiene tanto atractivo, porque no gasta nada en abogados.<br />
Además, probablemente llegará a los ciento veinte, de modo que carece de utilidad como comodín. Estoy seguro de que existen<br />
abogados expertos que le mostrarían las diversas formas de darles dinero, pero eso no interesaría al bufete de Lake. Su<br />
especialidad son los pleitos. Lo suyo no es redactar testamentos y valorar bienes.<br />
Vuelvo a ponerme de pie. Ya he abusado bastante del tiempo de Barry.<br />
–Sé que está muy ocupado –digo con toda la franqueza posible– Le he hablado con absoluta sinceridad. Puede pedir referencias<br />
en la Facultad de Derecho. Llame a Madeline Skinner si le parece bien.<br />
–La loca de Madeline. ¿Sigue todavía ahí?<br />
–Sí, y en este momento es mi mejor amiga. Ella responderá por mí.<br />
–Claro. Me pondré en contacto con usted lo antes posible.<br />
Estoy seguro de que lo hará.<br />
Me pierdo dos veces cuando intento encontrar la puerta principal. Puesto que nadie me observa, admiro tranquilamente los<br />
despachos desparramados por el edificio. En un momento dado me detengo al borde de la biblioteca y contemplo los tres<br />
niveles de pasillos y corredores. No existen dos despachos que se parezcan en lo más mínimo. Las salas de conferencias están<br />
repartidas irregularmente. Secretarias, administrativos y auxiliares se desplazan silenciosamente sobre suelos de madera.<br />
Trabajaría aquí por mucho menos de veintiún mil.<br />
Aparco silenciosamente detrás del largo Cadillac: y me apeo sin hacer ruido alguno. No estoy de humor para trasplantar<br />
crisantemos. Rodeo sigilosamente la casa y me encuentro con un gran montón de enormes sacos de plástico blanco. Docenas y<br />
docenas. Toneladas de estiércol. Cada saco contiene cincuenta kilos. Ahora recuerdo que hace unos días la señorita Birdie<br />
mencionó algo relacionado con la fertilización de los parterres, pero no tenía ni idea.<br />
Me apresuro a alcanzar la escalera que conduce a mi piso y cuando ya casi estoy arriba oigo que me llama.<br />
–Rudy. Rudy querido, vamos a tomar un café –dice junto al monumento de estiércol, con una sonrisa que exhibe sus dientes<br />
grises y amarillos.<br />
Se siente realmente feliz de verme. Está a punto de oscurecer y le encanta tomar café en el jardín durante la puesta del sol.<br />
–Claro –respondo, al tiempo que dejo la chaqueta doblada sobre la barandilla y me quito la corbata.<br />
–¿Cómo estás, querido?<br />
Hace aproximadamente una semana que ha empezado a llamarme «querido». Querido eso y querido lo otro.<br />
–Muy bien. Cansado. Me duele la espalda.<br />
Hace varios días que me quejo de la espalda, pero todavía no ha captado la indirecta.<br />
Me instalo en mi silla habitual mientras ella prepara su horrenda infusión en la cocina. Es casi la hora del crepúsculo y el jardín<br />
empieza a quedar sumido en la sombra. Cuento los sacos de estiércol. Ocho de anchura, cuatro de profundidad y ocho de<br />
altura. Eso son doscientos cincuenta y seis sacos, a cincuenta kilos por saco, supone un total de doce mil ochocientos kilos de<br />
estiércol, que alguien debe esparcir. Yo.<br />
Tomamos café, a diminutos sorbos en mi caso, y me pregunta por todo lo que he hecho hoy. Miento y le cuento que he hablado<br />
con unos abogados sobre unos pleitos, antes de dedicarme a estudiar para el examen de colegiatura. Lo mismo que mañana.<br />
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