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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

importó. Roy abandonó el bufete, cruzó la calle y abrió un club de comercio carnal. Se incendió. Abrió otro club y también se<br />

incendió. Luego otro. Se desencadenó una guerra en el negocio de las tetas al aire. Bruiser es demasiado inteligente para<br />

inmiscuirse directamente, pero siempre está en la periferia. Al igual que tu amigo Prince Thomas. La guerra dura desde hace un<br />

par de años. De vez en cuando aparece un cadáver. Más incendios. Roy y Bruiser discuten por alguna razón y se enemistan. El<br />

año pasado los federales acorralaron a Roy y se rumorea que cantará. ¿Comprendes a lo que me refiero?<br />

Asiento con la cabeza tan gacha como la de Deck. Nadie puede oírnos, pero nos echan algunas miradas por lo doblados que<br />

estamos sobre la mesa.<br />

–El caso es que ayer David Roy declaró ante el gran jurado. Parece que ha hecho un trato.<br />

Dicho esto, Deck yergue la espalda y entorna los párpados, como si de pronto todo quedara explicado.<br />

–¿Y bien? –pregunto, sin levantar todavía la voz.<br />

Frunce el entrecejo, mira subrepticiamente a su alrededor y vuelve a agacharse.<br />

–Es bastante probable que delate a Bruiser. Puede que también a Prince Thomas. Incluso he oído que han puesto precio a su<br />

cabeza.<br />

–¡Un contrato!<br />

–Sí. No levantes la voz.<br />

–Por parte de quién?<br />

No será mi jefe.<br />

–Intenta adivinarlo.<br />

–No será Bruiser.<br />

–No sería la primera vez –responde con una tímida sonrisa antes de darle un descomunal mordisco a su bocadillo y empezar a<br />

masticar lentamente, sin dejar de asentir.<br />

Espero a que se haya tragado lo que tiene en la boca.<br />

–¿Entonces qué me aconsejas? –pregunto.<br />

–No cierres tus alternativas.<br />

–No tengo ninguna alternativa.<br />

–Puede que tengas que abandonar el bufete.<br />

–Acabo de llegar.<br />

–Tal vez la situación se ponga difícil.<br />

–¿Qué piensas hacer tú?<br />

–Puede que también me marche.<br />

–¿Y los demás?<br />

–No te preocupes por los demás, porque ellos tampoco se preocupan por ti. Yo soy tu único amigo.<br />

Esas palabras se me quedan grabadas durante horas. Deck sabe más de lo que cuenta, pero después de unos cuantos almuerzos<br />

me lo habrá revelado todo. Tengo la impresión de que busca dónde aterrizar si ocurre una catástrofe. He conocido a los otros<br />

abogados del bufete, Nicklass, Toxer y Ridge, pero se ocupan de sus asuntos y hablan poco. Sus puertas están siempre cerradas<br />

con llave. A Deck no le gustan y sólo puedo especular en cuanto a la reciprocidad de sus sentimientos. Según Deck, Toxer y<br />

Ridge son amigos, y puede que tengan el propósito de abrir pronto su propio bufete. Nicklass es un alcohólico que está en las<br />

últimas.<br />

Lo peor que podría ocurrir sería que acusaran oficialmente a Bruiser, lo detuvieran y lo juzgaran. El proceso duraría por lo<br />

menos un año y, entretanto, podría seguir ejerciendo en su bufete. Según tengo entendido. No se le podría expulsar del Colegio<br />

hasta que lo condenaran.<br />

Tranquilízate, me repito a mí mismo.<br />

Y si me echan a la calle, no será la primera vez. Hasta ahora he logrado sobrevivir.<br />

Conduzco en la dirección de la casa de la señorita Birdie y cruzo un parque, donde se juegan por lo menos tres partidos de<br />

béisbol a la luz de unos focos.<br />

Paro al lado de una cabina, junto a un servicio de lavado de coches, y marco el número.<br />

–Diga –responde una voz a la tercera llamada, que me produce un escalofrío.<br />

–¿Está Cliff en casa? –pregunto, después de bajar una octava el tono de mi voz.<br />

Si responde que sí, me limitaré a colgar.<br />

–No. ¿Quién llama?<br />

–Rudy –respondo en mi tono habitual.<br />

Me aguanto la respiración, con el temor de oír un clic seguido de un pitido, y también la esperanza de escuchar su suave y<br />

tranquilizadora voz. Maldita sea, no sé lo que espero.<br />

Se hace un silencio, pero no cuelga.<br />

–Te pedí que no llamaras –dice sin el menor vestigio de enojo ni frustración.<br />

–Lo siento. No he podido evitarlo. Estoy preocupado por ti. –No podemos hacerlo.<br />

–¿Hacer qué? –Adiós. Ahora oigo un clic, seguido de un pitido.<br />

He necesitado mucho valor para llamar y ahora me arrepiento de haberlo hecho. Hay personas con más valor que cerebro. Sé<br />

que su marido es un loco impulsivo, pero no sé hasta dónde es capaz de llegar. Si es celoso, y estoy seguro de que debe serlo,<br />

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