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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Procuro concentrarme en mí lectura por lo menos durante cinco minutos consecutivos, pero veo que se seca los ojos con una<br />

servilleta de papel. Ladea ligeramente la cabeza a la izquierda conforme fluyen las lágrimas de sus ojos. Solloza discretamente.<br />

Comprendo rápidamente que el llanto no tiene nada que ver con el dolor de su tobillo fracturado. Su causa no son las lesiones<br />

físicas.<br />

Mi perversa imaginación de jurista se desata. Puede que estuviera involucrada en un accidente automovilístico en el que haya<br />

fallecido su marido y ella haya resultado herida. Es demasiado joven para tener hijos, sus padres viven lejos y llora la muerte<br />

de su esposo. Podría ser un caso extraordinario.<br />

Alejo esos terribles pensamientos de mi mente y procuro concentrarme en el libro que tengo delante. Ella no deja de sollozar en<br />

silencio. Varios clientes vienen y van, pero ninguno de ellos se sienta a su mesa ni a la mía. Vacío mi taza de café, me levanto<br />

sigilosamente y paso exactamente por delante de ella en dirección a la barra. La miro, ella me mira, nuestras miradas<br />

permanecen enlazadas un prolongado segundo y casi tropiezo con una silla metálica. Me tiemblan ligeramente las manos<br />

cuando pago el café. Respiro hondo y me detengo junto a su mesa.<br />

Levanta lentamente sus hermosos ojos húmedos.<br />

–No me gusta entrometerme –digo–, pero ¿puedo ayudarte en algo? ¿Te duele? –pregunto al tiempo que muevo la cabeza en<br />

dirección a la escayola.<br />

–No –responde con una voz apenas audible– Gracias de todos modos –agrega con una pequeña sonrisa arrebatadora.<br />

–De acuerdo –respondo mirando hacia mi mesa, a menos de seis metros de distancia– Si necesitas algo, estoy ahí estudiando<br />

para mi examen de colegiatura.<br />

Me encojo de hombros como si no supiera qué hacer, pero manifestándole que soy atento, estoy a su disposición y suplicándole<br />

que me disculpe si me he propasado. Pero mi interés es sincero y estoy a su disposición.<br />

–Gracias –repite.<br />

Después de haber aclarado que soy una persona casi <strong>legítima</strong>, que estudia voluminosos textos con la esperanza de incorporarse<br />

pronto a una noble profesión, me acomodo en mi silla. Seguro que debe estar impresionada. Me sumerjo en mis estudios, ajeno<br />

a su sufrimiento.<br />

Transcurren varios minutos. Paso una página y aprovecho para mirarla. Ella está mirándome y me da un vuelco el corazón.<br />

Hago caso omiso de ella tanto tiempo como puedo y levanto la cabeza para mirarla. Se ha sumido de nuevo en su sufrimiento.<br />

Retuerce la servilleta. Las lágrimas ruedan por sus mejillas.<br />

Me duele el corazón de verla sufrir de ese modo. Me encantaría sentarme junto a ella, tal vez rodearla con mi brazo y charlar.<br />

Si está casada, ¿dónde diablos está su marido? Mira hacia mí, pero creo que no me ve.<br />

Su acompañante de chaqueta rosa llega exactamente a las diez y media, e intenta recuperar rápidamente su compostura. Él le<br />

acaricia suavemente la cabeza y le ofrece unas palabras de consuelo que no logro oír antes de empujar con ternura su silla de<br />

ruedas. Al marcharse me mira deliberadamente y me brinda una radiante y prolongada sonrisa.<br />

Siento la tentación de seguirla a lo lejos y averiguar el número de su habitación, pero me controlo. Luego pienso en buscar al<br />

hombre de la chaqueta rosa y pedirle los detalles, pero no lo hago. Intento olvidarla. No es más que una chiquilla.<br />

La noche siguiente llego a la cafetería y me instalo en la misma mesa. Oigo a la misma gente hablando apresuradamente de los<br />

mismos temas. Visito a los Van Landel y eludo sus interminables preguntas. Intento detectar a otros tiburones al acecho en<br />

estas aguas turbias y hago caso omiso de varios clientes potenciales a la espera de ser acosados. Estudio durante varias horas.<br />

Mi concentración es excelente y nunca he estado tan intensamente motivado.<br />

También estoy pendiente del reloj. Cerca de las diez me pongo nervioso y empiezo a mirar a mi alrededor. Intento conservar la<br />

calma y seguir estudiando, pero no puedo evitar sobresaltarme cada vez que alguien entra en la cafetería. Dos enfermeras<br />

comen en una mesa y un técnico lee un libro a solas en otra.<br />

Aparece a las diez y cinco, con el mismo anciano que empuja su silla de ruedas hasta la misma mesa de la noche anterior, y me<br />

sonríe cuando se acomoda.<br />

–Zumo de naranja –dice.<br />

Lleva todavía el cabello recogido en la nuca, pero si no me equivoco se ha puesto un poco de rímmel y maquillaje en los ojos.<br />

También lleva un poco de carmín pálido en los labios y el efecto es espectacular. No me había percatado anoche de que no<br />

llevaba maquillaje. Hoy, con sólo unos ligeros toques, está excepcionalmente hermosa. Su mirada es clara, radiante,<br />

desprovista de tristeza.<br />

Su acompañante coloca el vaso de zumo sobre la mesa y dice exactamente lo mismo que anoche:<br />

–Aquí lo tienes, Kelly. ¿Te parece bien treinta minutos?<br />

–Digamos cuarenta y cinco.<br />

–Como quieras –responde antes de retirarse.<br />

Saborea el zumo con la mirada perdida en la superficie de la mesa. Hoy he pasado mucho tiempo pensando en Kelly y hace<br />

mucho que he decidido cómo proceder. Espero unos minutos, finjo que ella no está presente mientras me concentro en mis<br />

libros y luego me levanto lentamente, como si hubiera llegado el momento de tomar otro café.<br />

–Tienes mejor aspecto esta noche –digo después de detenerme junto a su mesa.<br />

Esperaba que le dijera algo parecido.<br />

–Me siento mucho mejor –responde con una radiante sonrisa que muestra una impecable dentadura.<br />

Su rostro es encantador, a pesar de esa terrible contusión.<br />

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