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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–¿Me juras que no lo hiciste?<br />

–Por favor, Prince.<br />

Reflexiona, se acaricia la barba y me percato inmediatamente de que, de pronto, le encanta hallarse en el centro de la acción.<br />

Crimen, muerte, intriga, política... un fragmento habitual de la vida en la cloaca. Si además estuvieran involucradas algunas<br />

bailarinas semidesnudas y algún soborno a la policía, habría sacado ya una botella para celebrar la ocasión.<br />

–Creo que debes hablar con un abogado –dice sin dejar de acariciarse la barba.<br />

Ésa, tristemente, es la verdadera razón por la que estoy aquí. Había pensado en llamar a Booker, pero ya le he molestado<br />

demasiado. Además, en este momento padece la misma limitación que yo, es decir, no hemos pasado el examen de colegiatura<br />

y no podemos ejercer como abogados.<br />

–No puedo permitírmelo –respondo, a la espera de las próximas palabras en su guión.<br />

Si en este momento tuviera cualquier otra alternativa, me lanzaría encantado a por ella.<br />

–Déjalo en mis manos––dice–Llamaré a Bruiser.<br />

–Gracias–asiento– ¿Crees que me ayudará?<br />

Prince sonríe y extiende los brazos.<br />

–Bruiser hará lo que le pida, ¿comprendes?<br />

–Por supuesto –respondo sumisamente.<br />

Levanta el teléfono y marca un número. Lo oigo refunfuñar con un par de personas, hasta que logra hablar con Bruiser. Se<br />

expresa con rapidez y frases entrecortadas, propias de alguien que sabe que sus teléfonos están intervenidos.<br />

–Bruiser, soy Prince. Sí, sí. Debo verte cuanto antes... Un pequeño asunto con uno de mis empleados... Sí, sí. No, en tu<br />

despacho. Treinta minutos. De acuerdo.<br />

Cuelga.<br />

Compadezco al pobre técnico del FBI que intente extraer pruebas incriminatorias de aquella conversación.<br />

Firestone acerca el Cadillac a la puerta trasera, y Prince y yo nos instalamos en el asiento posterior. El coche es negro y las<br />

ventanas intensamente ahumadas. Vive en la oscuridad. En tres años, nunca he visto que participara en actividad alguna al aire<br />

libre. Va de vacaciones a Las Vegas, donde no sale nunca de los casinos.<br />

Escucho lo que no tarda en convertirse en un abrumador relato de los mayores triunfos jurídicos de Bruiser, en casi todos los<br />

cuales está involucrado Prince. Curiosamente, empiezo a relajarme. Estoy en buenas manos.<br />

Bruiser estudió derecho por las noches y acabó la carrera a los veintidós años, lo cual, según Prince, constituye una hazaña.<br />

Son amigos de la infancia y en el instituto apostaron un poco, bebieron mucho, persiguieron a las chicas y se pelearon con los<br />

chicos. Vivían en un barrio conflictivo del sur de Memphis. Podrían escribir un libro. Al otro lado de la calle hay una cafetería<br />

que permanece abierta día y noche, y junto a la misma está el club Amber, un llamativo garito de alteme con chicas topless y<br />

un letrero de neón al estilo de Las Vegas. Es un barrio industrial de la ciudad, cerca del aeropuerto.<br />

A excepción de la palabra «abogado» pintada en negro sobre una puerta de cristal en el centro de la manzana, nada indica la<br />

profesión que se ejerce en el edificio. Una secretaria con vaqueros ceñidos y labios embadurnados de carmín nos recibe con<br />

una radiante sonrisa, pero no nos detenemos. Sigo a Prince por el vestíbulo.<br />

–Solía trabajar al otro lado de la calle –susurra Prince.<br />

Espero que fuera en la cafetería, aunque lo dudo.<br />

El despacho de Bruiser es extraordinariamente parecido al de Prince: sin ventanas ni oportunidad alguna de que penetre la luz<br />

del sol, grande, cuadrado y chabacano, y cubierto de fotografías de personajes importantes aunque desconocidos estrechando<br />

sonrientes la mano de Bruiser. Una de las paredes está reservada a armas de fuego: toda clase de rifles, mosquetones y<br />

galardones de tiro. Tras la enorme butaca de cuero giratoria de Bruiser hay un acuario elevado con lo que parecen tiburones en<br />

miniatura deslizándose por sus turbias aguas.<br />

Está hablando por teléfono y nos indica con la mano que nos sentemos frente a su largo y ancho escritorio.<br />

–Son auténticos tiburones –me comunica inmediatamente Prince después de sentamos.<br />

Auténticos tiburones en el bufete de un abogado. Menuda broma. Prince se ríe.<br />

Miro fugazmente a Bruiser, pero procuro que no se crucen nuestras miradas. El teléfono parece diminuto junto a su enorme<br />

cabeza. Los mechones desaliñados de su larga cabellera canosa le llegan a los hombros. El teléfono casi desaparece en su larga<br />

y espesa perilla, completamente gris. Sus ojos, rodeados de múltiples ojeras trigueñas, son oscuros y se mueven con rapidez. A<br />

menudo he pensado que debe de tener antepasados mediterráneos.<br />

Aunque le he servido a Bruiser millares de copas, nunca he mantenido una conversación con él. Jamás lo he deseado. Ni<br />

tampoco me apetece ahora aunque, evidentemente, mis opciones son limitadas.<br />

Refunfuña algunos comentarios breves y cuelga el teléfono. Prince hace las presentaciones y Bruiser asegura que me conoce<br />

bien.<br />

–Claro, hace mucho que conozco a Rudy––dice–¿Qué ocurre?<br />

Prince me mira y yo cuento todo lo sucedido.<br />

–Lo he visto en las noticias de esta mañana –agrega Bruiser cuando llego a la par–te del incendio– He recibido ya cinco<br />

llamadas relacionadas con el tema. No se necesita gran cosa para que los abogados empiecen a chismorrear.<br />

Sonrío y asiento, porque creo que es lo que se supone que debo hacer, y paso a hablar de la policía. Termino sin otra<br />

interrupción, y quedo a la espera del consejo y asesoramiento de mi abogado.<br />

–¿Pasante? –pregunta evidentemente perplejo.<br />

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