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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–¿Qué quieren de mí?<br />

–Saber dónde estabas, qué hacías, horas, lugares, coartadas, cosas por el estilo.<br />

–No puedo responder a todo, pero puedo decir la verdad.<br />

–Entonces por la verdad alcanzarás la libertad –sonríe Bruiser.<br />

–Permíteme que tome nota.<br />

–Lo haremos a las dos de esta tarde.<br />

Asiento sin decir palabra. Es extraño que en este estado de<br />

vulnerabilidad confíe plenamente en Bruiser Stone, cuando no lo haría en ninguna otra circunstancia.<br />

–Necesito tiempo libre, Bruiser –digo.<br />

Sus manos quedan paralizadas en el aire y me mira fijamente. Dru, desde un rincón donde examina un fichero, para y me mira.<br />

Uno de los tiburones parece haberme oído.<br />

–Acabas de empezar –responde Bruiser.<br />

–Sí, lo sé. Pero falta muy poco para el examen de colegiatura y voy retrasado con mis estudios.<br />

Ladea la cabeza y se acaricia la perilla. Su mirada es dura cuando bebe y se divierte. Ahora, sus ojos parecen rayos láser.<br />

–¿Cuánto tiempo?<br />

–Me gustaría venir por las mañanas y trabajar hasta eso de las doce del mediodía. Luego, si me lo permiten mis compromisos<br />

en los juzgados y citas con los clientes, querría retirarme a estudiar en la biblioteca.<br />

Mi supuesto chiste pasa completamente inadvertido.<br />

–Podrías estudiar con Deck –sonríe Bruiser y yo suelto una sonora carcajada– Te diré lo que vamos a hacer –prosigue con<br />

seriedad–. Trabajarás hasta el mediodía, recogerás tus libros y te instalarás en la cafetería de Saint Peter. Estudiarás como un<br />

condenado, pero también mantendrás los ojos abiertos. Quiero que apruebes el examen, pero en este momento me preocupa<br />

mucho más conseguir nuevos casos. Llévate un teléfono móvil para que pueda ponerme en contacto contigo en cualquier<br />

momento. ¿Te parece bien?<br />

¿Por qué lo habré hecho? Podía haberme mordido la lengua en lugar de mencionar el examen.<br />

–Por supuesto –respondo con el entrecejo fruncido.<br />

Anoche en la hamaca pensé que tal vez, con un poco de suerte, podría olvidarme de Saint Peter. Ahora va a convertirse en mi<br />

segunda morada.<br />

Los dos mismos agentes que vinieron a mi casa se presentan a Bruiser para que les conceda permiso para interrogarme. Nos<br />

sentamos los cuatro alrededor de una mesilla redonda, en un rincón de su despacho. En el centro de la misma se colocan dos<br />

magnetófonos, ambos conectados.<br />

Pronto empieza a ser aburrido. Les repito a esos payasos lo mismo que les conté cuando nos conocimos y pierden una enorme<br />

cantidad de tiempo reconstruyendo cada pequeño detalle. Intentan obligarme a que me contradiga en algún aspecto<br />

perfectamente insignificante («me parecía haber entendido que su camisa era azul marino, ahora dice que era simplemente<br />

azul»), pero me limito a contarles la pura verdad. No hay ninguna mentira que ocultar y, al cabo de una hora, parecen<br />

percatarse de que no soy su hombre.<br />

Bruiser se enoja con ellos y en varias ocasiones les ordena que prosigan. Durante algún tiempo le obedecen. Sinceramente, creo<br />

que le temen.<br />

Por fin se marchan y Bruiser me asegura que ya no volverán a molestarme. He dejado de ser sospechoso y no hacen más que<br />

cubrir el expediente. Por la mañana hablará con su teniente y se olvidarán de mí.<br />

Le doy las gracias. Me entrega un diminuto teléfono, que cabe en la palma de mi mano.<br />

–Llévalo siempre contigo –dice– Especialmente cuando estés estudiando. Puede que te necesite con urgencia.<br />

El minúsculo artilugio crece de pronto. A través del mismo estaré sujeto a su voluntad día y noche.<br />

Me manda a mi despacho.<br />

Regreso a la cafetería próxima a la sala ortopédica, firmemente decidido a ocultarme en un rincón, dedicarme a estudiar, tener<br />

ese maldito teléfono móvil a mano, pero hacer caso omiso de la gente a mi alrededor.<br />

La comida no está mal. Después de comer siete años en cantinas universitarias, cualquier cosa sabe bien. Como un bocadillo de<br />

pimiento con queso y patatas fritas para cenar, y distribuyo mi material de estudio para el examen sobre la mesa del rincón ' de<br />

espaldas a la pared.<br />

Primero devoro mi bocadillo mientras veo comer a los demás. Casi todos los presentes llevan algún tipo de indumentaria<br />

médica: médicos con mono blanco, enfermeras de uniforme y técnicos con bata de laboratorio. Se sientan en pequeños grupos<br />

y hablan de enfermedades y tratamientos que nunca he oído. Para personas supuestamente interesadas por la salud y la<br />

nutrición, comen la peor basura imaginable: patatas fritas, hamburguesas, nachos, pizza... Observo a un grupo de médicos<br />

concentrados en su comida y me pregunto qué pensarían si supieran que entre ellos se encontraba un abogado que estudiaba<br />

para su examen de colegiatura a fin de poderlos demandar algún día.<br />

Dudo que les importe. De vez en cuando aparece algún paciente con muletas, o en una silla de ruedas empujada por un auxiliar.<br />

No detecto a ningún otro abogado al acecho.<br />

Pago mi primer café a las seis de la tarde y me sumerjo en un doloroso repaso de contratos y transacciones inmobiliarias, que<br />

me recuerdan el horror de mi primer curso en la facultad. Persisto. Lo he postergado hasta ahora y ya no dispongo de un<br />

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