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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Nos miramos mutuamente unos segundos y consulto mi reloj, algo a lo que ya me he acostumbrado después de sólo tres días de<br />

trabajo.<br />

–Es viernes, señorita Birdie. Viernes. Hoy he de trabajar.<br />

–Es sábado –repite obstinadamente.<br />

Seguimos mirándonos unos instantes. Ella observa mis calzoncillos y yo sus zapatos enfangados.<br />

–Escúcheme, señorita Birdie –digo amablemente– Sé que hoy es viernes y me esperan en el despacho dentro de una hora y<br />

media. Nos ocuparemos del estiércol este fin de semana.<br />

Evidentemente sólo intento tranquilizarla. Mañana por la mañana había previsto quedarme en el despacho.<br />

–Se pudrirá.<br />

–No antes de mañana.<br />

¿Se pudre realmente el estiércol en los sacos? No lo creo.<br />

–Mañana quería ocuparme de las rosas.<br />

–Por qué no se ocupa hoy de las rosas mientras estoy en el despacho y mañana esparcimos el estiércol.<br />

Reflexiona unos instantes y de pronto se entristece. Baja los hombros y pone cara de pesar. Es difícil saber si se siente<br />

avergonzada.<br />

–¿Me lo prometes? –pregunta sumisamente.<br />

–Se lo prometo.<br />

–Me dijiste que te ocuparías del jardín si te rebajaba el alquiler.<br />

–Sí, lo Sé.<br />

¿Cómo podía haberlo olvidado? Me lo ha recordado ya una docena de veces.<br />

–Bien, de acuerdo –dice, como si hubiera conseguido exactamente lo que se proponía.<br />

Luego sale y baja por la escalera, sin dejar de musitar consigo misma. Cierro sigilosamente la puerta y me pregunto a qué hora<br />

me llamará mañana.<br />

Me visto y voy en mi coche al despacho, donde hay ya media docena de coches aparcados y el edificio parcialmente iluminado.<br />

Todavía no son las siete. Espero en mi coche hasta que veo llegar otro vehículo al aparcamiento y me acerco a la puerta para<br />

coincidir con un hombre de edad madura. En una mano lleva un maletín y una taza de café, mientras con la otra busca las<br />

llaves en el bolsillo.<br />

Parece sobresaltado por mi presencia. Ésta no es una zona particularmente peligrosa, pero está cerca del centro de Memphis y<br />

la gente desconfía.<br />

–Buenos días –digo amablemente.<br />

–Buenos días –refunfuña– ¿Qué se le ofrece?<br />

–Soy el nuevo pasante de Barry Lancaster, vengo a trabajar.<br />

–¿Cómo se llama?<br />

–Rudy Baylor.<br />

Deja de mover momentáneamente la mano y me mira con ceño. Su labio inferior se levanta, se dobla hacia fuera y mueve la<br />

cabeza.<br />

–No me suena. Yo soy el administrador general. Nadie me ha dicho nada.<br />

–Me ha contratado hace cuatro días, se lo juro.<br />

Introduce la llave en la cerradura mientras mira temerosamente por encima del hombro. Me toma por un ladrón o un asesino.<br />

Llevo chaqueta y corbata, y mi aspecto es bastante respetable.<br />

–Lo siento. El señor Lake tiene unas normas de seguridad muy rigurosas. Nadie entra en el edificio antes de la hora de<br />

apertura, a no ser que esté en nómina –dice antes de saltar al interior– Dígale a Barry que me llame esta mañana –agrega y me<br />

cierra la puerta en las narices.<br />

Decido no esperar en la puerta a que llegue la próxima persona que esté en nómina. Voy en mi coche hasta una cafetería a<br />

pocas manzanas, donde compro un periódico, una empanada y un café. Después de una hora respirando humo de cigarrillo y<br />

escuchando chismes, regreso al aparcamiento, donde encuentro más coches que antes: vehículos elegantes, modelos alemanes y<br />

otras lujosas marcas importadas. Aparco cuidadosamente junto a un Chevrolet.<br />

La recepcionista me ha visto ir y venir varias veces, pero me trata como a un perfecto desconocido. No pienso comunicarle que<br />

ahora soy un empleado, como ella. Llama a Barry y éste autoriza mi entrada en el laberinto.<br />

Lo esperan en el juzgado a las nueve para comparecer en un caso de responsabilidad de productos defectuosos, y está ajetreado.<br />

Estoy decidido a hablar con él de mi inclusión en la nómina de la empresa, pero es un mal momento. Puede esperar un día o<br />

dos. Momentáneamente, mientras introduce los sumarios en un grueso maletín, me ilusiono con la idea de acompañarlo esta<br />

mañana al juzgado.<br />

Pero él tiene otros planes.<br />

–Quiero que vea a los Black y regrese con un contrato firmado. Es preciso hacerlo ahora –dice con verdadero hincapié en la<br />

palabra «ahora», de modo que no me quepa la menor duda sobre lo que debo hacer, antes de entregarme una fina carpeta–.<br />

Aquí está el contrato. Lo preparé anoche. Examínelo. Deben firmarlo los tres: Dot, Buddy y Donny Ray, puesto que es adulto.<br />

Asiento confiadamente, pero preferiría que me azotaran antes de pasar la mañana con los Black. Por fin conoceré a Donny Ray,<br />

justo cuando ya creía poder postergar eternamente nuestro encuentro.<br />

–¿Y luego? –pregunto.<br />

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