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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Yo también. Hago caso omiso de los periódicos y me concentro en mis notas. De vez en cuando miro por la ventana al<br />

aparcamiento vacío e intento detectar la presencia de agentes en vehículos sin distintivos, fumando cigarrillos sin filtro y<br />

tomando café pasado, como en las películas. En algunas ocasiones Deck es perfectamente verosímil y en otras está tan loco<br />

como parece.<br />

También llega temprano. Le sirven su café pocos minutos después de las siete y se sienta frente a mí. El local está ahora medio<br />

lleno.<br />

–¿Y bien? –son sus primeras palabras.<br />

–Intentémoslo durante un año –respondo.<br />

He decidido que firmaremos un contrato válido por un año, que incluirá además una cláusula de rescisión a treinta días, en caso<br />

de que él o yo no estemos satisfechos.<br />

Aparecen inmediatamente sus relucientes dientes y no puede ocultar su emoción. Extiende su mano sobre la mesa, para que se<br />

la estreche. Éste es un gran momento para Deck. Ojalá sintiera yo lo mismo que él.<br />

También he decidido que intentaré canalizarlo, procurar que la vergüenza le impida acudir a todos los siniestros. Trabajando<br />

duro y sirviendo a nuestros clientes podremos ganarnos la vida cómodamente y probablemente progresar. Estimularé a Deck<br />

para que prepare su examen de colegiatura, apruebe y enfoquemos con mayor respeto la profesión.<br />

Eso, por supuesto, habrá que hacerlo gradualmente.<br />

Además, esperar que Deck se mantuviera alejado de los hospitales sería tan ingenuo como suponer que un borracho no acudiría<br />

a los bares. Pero como mínimo lo intentaré.<br />

–¿Has retirado tus sumarios? –susurra mientras mira hacia la puerta, por la que acaban de entrar dos camioneros.<br />

–Sí. ¿Y tú?<br />

–Hace una semana que empecé a llevarme cosas.<br />

Prefiero no hablar más del asunto. Cambio de tema para comentar la vista de los Black, pero Deck vuelve a nuestra aventura.<br />

Cuando a las ocho nos dirigimos a nuestros despachos, Deck escudriña todos los coches del aparcamiento como si estuvieran<br />

cargados de agentes especiales.<br />

A las ocho y cuarto Bruiser todavía no ha llegado. Deck y yo hablamos de los argumentos en los informes de Drummond.<br />

Aquí, donde los teléfonos están intervenidos y hay micrófonos en las paredes, hablamos exclusivamente de asuntos jurídicos.<br />

A las ocho y media, Bruiser brilla por su ausencia. Había dicho claramente que estaría aquí a las ocho para repasar el sumario.<br />

La sala del juez Hale está en el palacio de Justicia del condado de Shelby, en el centro de la ciudad, a unos veinte minutos.<br />

Deck llama con reticencia a casa de Bruiser, pero no obtiene respuesta alguna. Dru afirma que le esperaba a las ocho. Intenta en<br />

vano llamarle a su coche. Puede que se reúna con nosotros en el juzgado, dice la secretaria.<br />

Deck y yo guardamos el sumario en mi maletín y salimos del despacho a las nueve menos cuarto. Asegura conocer la mejor<br />

ruta, de modo que él conduce mientras yo sudo. Tengo las manos pegajosas y la garganta seca. Si Bruiser me deja colgado para<br />

esta vista nunca se lo perdonaré. Es más, le odiaré eternamente.<br />

–Tranquilízate –dice Deck, agachado sobre el volante, sorteando coches y cruzando semáforos en rojo, y consciente de lo<br />

asustado que estoy– Estoy seguro de que Bruiser estará ahí –agrega sin el menor vestigio de convicción– Y si no está, tú lo<br />

harás de maravilla. Es sólo una petición. Me refiero a que no habrá jurado en la sala.<br />

–Cierra la boca y conduce, ¿de acuerdo, Deck? Y procura no matamos.<br />

–No seas tan susceptible.<br />

Estamos en el centro de la ciudad, en pleno tráfico, cuando consulto horrorizado mi reloj. Son las nueve en punto. Deck obliga<br />

a dos peatones a cederle el paso y cruza un pequeño aparcamiento.<br />

–¿Ves esa puerta? –pregunta al tiempo que señala una esquina del palacio de Justicia del condado de Shelby, que es un edificio<br />

masivo que ocupa toda la manzana.<br />

–Sí.<br />

–Entra por ella, sube un piso, y la sala es la tercera puerta a tu derecha.<br />

–¿Crees que Bruiser estará ahí? –pregunto con una voz bastante débil.<br />

–Por supuesto –miente, e inmediatamente da un frenazo junto a la acera y yo salto del vehículo– Me reuniré contigo en cuanto<br />

aparque –exclama.<br />

Subo un tramo de escaleras de hormigón, cruzo una puerta, otro tramo y me encuentro de pronto en pleno juzgado.<br />

El palacio de Justicia del condado de Shelby es antiguo, regio y muy bien conservado. Sus suelos y paredes son de mármol, y<br />

sus dobles puertas de reluciente caoba. El vestíbulo es ancho, oscuro, silencioso y está rodeado de bancos de madera, bajo<br />

retratos de distinguidos juristas.<br />

Dejo de correr hasta detenerme frente a la sala de su señoría Harvey Hale, tribunal del circuito división ocho, según indica la<br />

placa de bronce que hay junto a la puerta.<br />

No hay señal de Bruiser en el vestíbulo y cuando empujo lentamente la puerta y miro hacia el interior de la sala, lo primero que<br />

no veo es su corpulenta figura. No está aquí.<br />

Pero la sala no está vacía. Miro a lo largo de la alfombra roja del pasillo, más allá de las hileras de bancos pulidos y acolchados<br />

y de una pequeña puerta basculante, y veo a un grupo de personas que me esperan. En las alturas, con una toga negra, en un<br />

enorme sillón de cuero color borgoña y mirando con ceño hacia mí, hay un desagradable personaje que supongo que debe de<br />

ser el juez Harvey Hale. Un reloj a su espalda indica que pasan doce minutos de las nueve. Con una de sus manos se sostiene la<br />

barbilla, mientras que con los dedos de la otra tamborilea impacientemente.<br />

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