legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
–Setenta y cinco mil.<br />
–¡Diantre! –exclama boquiabierto– Escúcheme, hijo, sería un error no aceptarlo.<br />
–¿Usted cree? –pregunto para seguirle el juego.<br />
–Setenta y cinco. Caramba, eso es mucho dinero. No parece propio de Leo.<br />
–Es una gran persona.<br />
–Coja el dinero, hijo. Hace mucho tiempo que me dedico a esto y le aseguro que le conviene seguir mi consejo.<br />
Se abre la puerta y Leo se reúne con nosotros. Su señoría lo mira y exclama:<br />
–¡Setenta y cinco mil!<br />
Se diría que el dinero sale del presupuesto de Hale.<br />
–Eso ha sido lo que ha dicho mi cliente –aclara Leo.<br />
Sus manos están atadas. Carece de poder de decisión.<br />
Insisten un poco más. Yo no razono con claridad y apenas hablo. Salgo del despacho con el brazo de Leo sobre mis hombros.<br />
Veo a Deck en el vestíbulo hablando por teléfono, y me siento en un banco para ordenar mis pensamientos. Esperaban a<br />
Bruiser. ¿Habrían intentado convencerlo a dúo del mismo modo? No, no lo creo. ¿Cómo se las han arreglado para elaborar con<br />
tanta rapidez la emboscada que me han tendido? Probablemente tenían otra estratagema preparada para él.<br />
Hay dos cosas de las que estoy convencido. En primer lugar, Hale está realmente dispuesto a sobreseer el caso. Es un viejo<br />
enfermizo que ejerce desde hace mucho tiempo, e inmune a la presión. No le importa en lo más mínimo tener o no razón. Y<br />
puede resultar muy difícil que otro tribunal admita el caso. Las perspectivas del pleito son sumamente precarias. En segundo<br />
lugar, Drummond está demasiado ansioso por llegar a un acuerdo. Tiene miedo porque su cliente ha sido sorprendido con las<br />
manos en la masa haciendo algo muy perverso.<br />
Deck ha hecho once llamadas telefónicas en los últimos veinte minutos y no hay rastro de Bruiser. De regreso al bufete le<br />
cuento la peculiar escena en el despacho de Hale Deck, que se adapta inmediatamente a las circunstancias, es partidario de<br />
coger el dinero y darse por satisfecho. Señala con toda la razón que, a estas alturas, ninguna suma de dinero logrará salvarle la<br />
vida a Donny Ray, y que nos conviene aceptar lo que ofrezcan, facilitándoles un poco la vida a Dot y Buddy.<br />
Asegura haber oído muchas sórdidas historias de pleitos mal conducidos en la sala de Hale. Para ser un juez en activo, es<br />
inusual el apoyo que manifiesta pro reforma de la ley de los agravios. Detesta a los demandantes, repite Deck en más de una<br />
ocasión. No será fácil obtener un juicio justo. Insiste en que agarremos el dinero y zanjemos el caso.<br />
Cuando llegamos, Dru está llorando en el vestíbulo. Está histérica porque todo el mundo busca a Bruiser. Se le ha corrido el<br />
rimel por las mejillas, y no deja de gemir y sollozar. No es propio de él, repite una y otra vez. Algo malo debe haberle ocurrido.<br />
Como maleante que es, Bruiser frecuenta la compañía de personas peligrosas de dudosa reputación. No me sorprendería que se<br />
descubriera su voluminoso cuerpo en el maletero de un coche en el aeropuerto, ni tampoco a Deck. Los maleantes lo persiguen.<br />
Yo también lo busco. Llamo a Yogi's para hablar con Prince. Él sabrá dónde encontrar a Bruiser. Hablo con Billy, el director<br />
del local, con quien tengo una buena amistad, y a los pocos minutos descubro que Prince también ha desaparecido. Han<br />
llamado en vano a todas partes. Billy está nervioso y preocupado. Los federales acaban de marcharse. ¿Qué ocurre?<br />
Deck va de despacho en despacho organizando la tropa. Nos reunimos en la sala de conferencias: yo, Deck, Toxer y Ridge,<br />
cuatro secretarias y dos subalternos a los que nunca había visto. Nicklass, el otro abogado, ha salido de la ciudad. Todos<br />
comparamos notas de nuestro último encuentro con Bruiser: ¿Algo sospechoso? ¿Qué se suponía que debía hacer hoy? ¿Quién<br />
habló con él por última vez? Hay una sensación de pánico en el ambiente, un aire de confusión que no mitiga el incesante<br />
llanto de Dru. Sabe que algo nefasto ha sucedido.<br />
Se levanta la sesión, regresamos en silencio a nuestros despachos y cerramos las puertas con llave. Deck, evidentemente, me<br />
sigue. Charlamos un rato de temas superficiales, cuidando de no decir nada que no queramos que oigan por si realmente hay<br />
micrófonos en las dependencias. A las once y media nos escabullimos por una puerta trasera y vamos a almorzar.<br />
Nunca volveremos a pisar el lugar.<br />
VEINTICUATRO<br />
Dudo que nunca llegue a saber si Deck estaba realmente al corriente de lo que se avecinaba, o si se limitó a ser<br />
asombrosamente profético. Es una persona sencilla y la mayoría de sus pensamientos están cerca de la superficie. Pero hay en<br />
él algo insólito, aparte de su aspecto, oculto en lo más recóndito de su ser. Tengo fundadas sospechas de que entre él y Bruiser<br />
había mucha más intimidad de lo que daban a entender, que su generosidad en el caso Van Landel era el resultado de ciertas<br />
presiones por parte de Deck, y que Bruiser anunciaba discretamente su inminente desaparición.<br />
En todo caso, cuando mi teléfono suena a las tres y veinte de la madrugada, no me sorprende demasiado. Es Deck, con la doble<br />
noticia de que los federales han hecho una redada en nuestro bufete poco después de la medianoche y que Bruiser ha huido de<br />
la ciudad. Eso no es todo. Nuestros antiguos despachos han sido precintados por orden judicial y es probable que los federales<br />
quieran hablar con todos los empleados del bufete. Y, lo más sorprendente, Prince Thomas parece haber huido con su amigo y<br />
abogado.<br />
Imagínate a esos dos gorilas, dice Deck por teléfono con una risita, con sus barbas y su largo pelo canoso, intentando pasar de<br />
incógnito por los aeropuertos.<br />
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