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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Yo también. Farfullo unos segundos y sugiero que hay alguna confusión. Se me forma un enorme nudo en el estómago.<br />

–Es un gran bufete, Dot, y yo soy nuevo, compréndalo. Probablemente se ha olvidado de mí.<br />

–No. Sabe exactamente quién es. Dice que antes trabajaba allí, pero ahora ya no. Es todo muy confuso, ¿sabe?<br />

Lo sé. Me desplomo en una silla y procuro pensar con claridad. Son casi las nueve.<br />

–Tranquilícese, Dot. Permítame que llame al señor Lancaster para enterarme de lo que ocurre. Volveré a llamarla dentro de un<br />

minuto.<br />

–Quiero saber qué sucede. ¿Ha demandado ya a esos cabrones?<br />

–La llamaré dentro de un minuto, ¿de acuerdo? Hasta luego.<br />

Cuelgo el teléfono y marco inmediatamente el número del bufete Lake. Tengo la desagradable sensación de que eso ya me ha<br />

sucedido.<br />

La recepcionista de guardia me conecta con Barry X. Decido ser cordial, seguirle la corriente, esperar a ver qué dice.<br />

–Barry, soy yo, Rudy. ¿Ha visto los resultados de mi investigación?<br />

–Sí, tiene muy buen aspecto –responde, aparentemente cansado– Escúcheme, Rudy, puede que tengamos un pequeño problema<br />

con su empleo.<br />

El nudo avanza a zarpazos hasta mi garganta. Me da un vuelco el corazón. Se me paraliza la respiración.<br />

–¿Ah, sí? –logro exclamar.<br />

–Sí. No pinta bien. Esta noche he hablado con Jonathan Lake y no está dispuesto a autorizar su empleo.<br />

–Por qué no?<br />

–No le gusta la idea de que un abogado ocupe el puesto de un pasante. Y pensándolo bien, a mí tampoco me parece una buena<br />

idea después de todo. El caso es que el señor Lake cree, y coincido con él, que la tendencia natural de un abogado en dicha<br />

posición sería la de intentar ocupar la próxima vacante que emergiera como miembro asociado. Y ésa no es nuestra forma de<br />

funcionar. Es un mal negocio.<br />

Cierro los ojos y me entran ganas de llorar.<br />

–No lo comprendo –digo.<br />

–Lo siento. He hecho todo lo posible, pero no he logrado convencerlo. Dirige el bufete con mano férrea y tiene cierta forma de<br />

hacer las cosas. Para serle sincero, me ha metido un buen rapapolvo por el mero hecho de pensar en contratarlo.<br />

–Quiero hablar con Jonathan Lake –declaro con toda la firmeza posible.<br />

–Imposible. Está demasiado ocupado y, además, él no desea hablar con usted. Por otra parte, no cambiará de opinión.<br />

–Es usted un hijo de puta.<br />

–Oiga, Rudy, nosotros...<br />

–¡Hijo de puta! –chillo por teléfono y me siento bien.<br />

–Cálmese, Rudy.<br />

–¿Está Lake ahora en su despacho?<br />

–Probablemente. Pero no le...<br />

–Estaré ahí en cinco minutos –exclamo e inmediatamente cuelgo el teléfono.<br />

Al cabo de diez minutos doy un frenazo, chirrían los neumáticos y paro el coche frente al almacén. Hay tres coches en el<br />

aparcamiento y las luces del edificio están encendidas. Barry no está esperándome.<br />

Llamo a la puerta, pero no aparece nadie. Sé que pueden oírme, pero son demasiado cobardes para acudir. Probablemente<br />

llamarán a la policía si no desisto.<br />

Pero no puedo desistir. Me dirijo a la fachada norte y llamo a otra puerta, para repetir luego la misma operación en una salida<br />

de emergencia de la parte trasera. Me acerco a la ventana del despacho de Barry y lo llamo a voces. Tiene las luces encendidas,<br />

pero no me hace caso. Vuelvo a la puerta principal y sigo llamando.<br />

Emerge de las tinieblas un guardia de seguridad uniformado y me agarra por el hombro. Me tiemblan las rodillas del susto.<br />

Levanto la cabeza para mirarlo. Mide por lo menos metro noventa, es negro y lleva una gorra negra.<br />

–Debes marcharte, hijo –dice amablemente con una voz grave– Retírate antes de que llame a la policía.<br />

Sacudo su mano de mi hombro y me alejo.<br />

Permanezco mucho tiempo sentado a oscuras en el destartalado sofá que la señorita Birdie me ha prestado e intento poner las<br />

cosas en cierta perspectiva. No tengo mucho éxito. Me tomo un par de cervezas calientes. Blasfemo y lloro. Me propongo<br />

vengarme. Pienso incluso en matar a Jonathan Lake y a Barry X. Esos perversos cabrones se han confabulado para robarme el<br />

caso. ¿Qué les cuento ahora a los Black? ¿Cómo les explico lo sucedido?<br />

Camino por el piso a la espera del alba. Anoche llegué incluso a reírme cuando pensé en sacar de nuevo mi lista de bufetes y<br />

volver a llamar de puerta en puerta. Siento escalofríos ante la perspectiva de llamar a Madeline Skinner.<br />

–Soy yo, Madeline. Aquí estoy de nuevo.<br />

Por fin me quedo dormido en el sofá y alguien me despierta poco después de las nueve. No es la señorita Birdie, sino dos<br />

policías de paisano. Me muestran sus placas en la puerta y los invito a que entren. Llevo un pantalón corto deportivo y una<br />

camiseta. Me escuecen los ojos, me los froto, e intento descubrir por qué he atraído de pronto a la policía.<br />

Podrían ser gemelos, ambos de unos treinta años, no mucho mayores que yo. Visten vaqueros, zapatillas, los dos tienen un<br />

bigote negro y actúan como un par de actores secundarios por televisión.<br />

–Podernos sentarnos? –pregunta uno de ellos al tiempo que agarra una silla y se sienta.<br />

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