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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–Tú no lo comprendes.<br />

–Por supuesto que no. Pero veo el cuadro. Si no te deshaces de ese cretino, puedes estar muerta en menos de un mes. Tengo los<br />

nombres y números de teléfono de tres grupos de apoyo a mujeres maltratadas.<br />

–¿Maltratadas?<br />

–Efectivamente, maltratadas. Tú eres una mujer maltratada, Kelly. ¿No te has dado cuenta? Ese clavo en tu tobillo significa que<br />

te maltratan. Esa contusión en tu mejilla es una prueba evidente de que tu marido te apalea. Hay gente que puede ayudar–te.<br />

Solicita el divorcio y deja que te ayuden.<br />

Reflexiona unos instantes. La habitación está silenciosa.<br />

–El divorcio no funcionará. Ya lo he intentado.<br />

–¿Cuándo?<br />

–Hace unos meses. ¿No lo sabes? Estoy segura de que–consta en el juzgado. ¿Qué ha ocurrido con las huellas del papeleo?<br />

–¿Qué ocurrió con el divorcio?<br />

–Retiré la petición.<br />

–Por qué?<br />

–Porque me cansé de recibir golpes. Iba a matarme si no la retiraba. Dice que me quiere.<br />

–Eso está muy claro. ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Vive tu padre, o tienes algún hermano?<br />

–Por qué?<br />

–Porque si tuviera una hija y su marido la maltratara, le rompería la crisma.<br />

–Mi padre no lo sabe. Tanto él como mi madre siguen disgustados por el embarazo. Nunca lo superarán. Detestaron a Cliff<br />

desde el momento en que puso pie en casa y cuando estalló el escándalo, no quisieron saber nada de nosotros. No he hablado<br />

con ellos desde que abandoné la casa.<br />

–¿Ningún hermano?<br />

–No. Nadie que me proteja. Hasta ahora.<br />

Sus palabras me producen un fuerte impacto y tardo unos instantes en asimilarlas.<br />

–Haré cuanto esté en mi mano –respondo– Pero debes solicitar el divorcio.<br />

Se seca las lágrimas con los dedos y le ofrezco un pañuelo de papel de la mesilla.<br />

–No puedo hacerlo.<br />

–Por qué no?<br />

–Me matará. Me lo repite constantemente. Cuando lo intenté por primera vez, tenía un abogado desastroso, que encontré en las<br />

páginas amarillas o en algún lugar parecido. Imaginé que eran todos iguales. Y a él se le ocurrió la ingeniosa idea de entregarle<br />

a Cliff los papeles del divorcio en su lugar de trabajo, en presencia de su pandilla, sus compañeros de copas, con quienes juega<br />

al béisbol. Evidentemente, Cliff se sintió humillado. Fue entonces cuando ingresé por primera vez en el hospital. Al cabo de<br />

una semana retiré la petición de divorcio y desde entonces no ha dejado de amenazarme permanentemente. Me matará.<br />

El miedo y el terror son palpables en su mirada. Cambia ligeramente de posición y hace una mueca, como si hubiera sentido un<br />

pinchazo en el tobillo.<br />

–¿Puedes colocarme una almohada debajo de la pierna? –pregunta con un gemido.<br />

–Por supuesto –respondo al tiempo que salto inmediatamente de la cama y cojo unas almohadas que ella señala sobre la silla.<br />

–Dame también el camisón –agrega al cabo de unos segundos, después de mirar a su alrededor.<br />

Me acerco con indecisión a la mesilla y le entrego el camisón limpio.<br />

–¿Quieres que te ayude? –pregunto.<br />

–No, pero date la vuelta –responde cuando ya está quitándose la bata.<br />

Me vuelvo con mucha lentitud.<br />

No se apresura. Sin motivo alguno arroja la bata manchada a mis pies. Ahí está, a un metro escaso, completamente desnuda a<br />

excepción de unas braguitas y la escayola. Estoy convencido de que podría volver la cabeza, mirarla y no le importaría. Me<br />

mareo sólo de pensar en ello.<br />

Cierro los ojos y me pregunto: ¿qué estoy haciendo aquí?<br />

–Rudy, ¿te importaría traerme la esponja? –susurra<br />

Está en el cuarto de baño. Mójala con agua caliente. Y dame<br />

también una toalla, por favor.<br />

Vuelvo la cabeza y la veo sentada en medio de la cama, cubierta hasta el pecho con una fina sábana. No ha tocado el camisón.<br />

La contemplo embaucado.<br />

–Allí –dice, e indica la puerta del cuarto de baño con la cabeza.<br />

Entro, cojo la esponja y mientras la mojo en el lavabo, la miro por el espejo. A través de la rendija de la puerta veo su espalda<br />

desnuda. Su piel es suave y morena, pero tiene un cardenal entre los hombros.<br />

Decido que me ocuparé yo del baño. Estoy seguro de que ella lo desea. Está dolida y vulnerable. Le gusta coquetear y quiere<br />

que vea su cuerpo. Siento escalofríos.<br />

Luego oigo voces. La enfermera ha regresado y circula por la habitación cuando salgo del baño. Se detiene y me sonríe, como<br />

si casi nos hubiera sor–prendido.<br />

–Ha llegado la hora de marcharse –dice– Son casi las once y media. Esto no es un hotel –agrega, y me quita la esponja de la<br />

mano– Yo la lavaré. Ahora debes marcharte –concluye, fingiéndose enfadada.<br />

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