13.09.2013 Views

legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

Ahora son doscientos dólares. Supongo que al conocerlo personalmente agrega otros cincuenta. Sería muy fácil censurar–lo<br />

ahora, pero algo me dice que Molk no es susceptible de ser humillado.<br />

–No, gracias –respondo y sigo mi camino.<br />

El descenso es lento y penoso. El ascensor está lleno de abogados, todos mal vestidos, con maletines desvencijados y zapatos<br />

mugrientos. No dejan de hablar de exenciones y bienes embargables. Una jerga jurídica insufrible. Discusiones terriblemente<br />

importantes. Parecen incapaces de abandonarlas.<br />

Se me ocurre cuando estamos a punto de llegar a la planta baja. No tengo ni idea de lo que estaré haciendo dentro de un año y<br />

no es improbable, sino todo lo contrario, que me dedique a subir y bajar en este ascensor, discutiendo trivialidades con estas<br />

mismas personas. Con toda probabilidad seré exactamente como ellos, suelto por las calles, intentando sacarles dinero a<br />

quienes no pueden pagar y acechando en los juzgados en busca de trabajo.<br />

Esa terrible idea me produce náuseas. En el ascensor hace calor y falta aire. Creo que voy a vomitar. Se detiene, desembocan<br />

todos apresuradamente en el vestíbulo y se dispersan, sin dejar de hablar y negociar.<br />

El aire fresco me aclara la cabeza cuando paseo por MidAmerica Mall, una avenida peatonal con un ingenioso coche para<br />

trasladar a los borrachos de un lado para otro. Solía llamarse calle Mayor y es todavía la sede de muchos abogados. Los<br />

juzgados están a pocas manzanas. Paso frente a los altos edificios del centro de la ciudad Y me pregunto qué ocurrirá en sus<br />

incontables bufetes: asociados ajetreados, trabajando dieciocho horas diarias porque el compañero trabaja veinte, jóvenes<br />

socios hablando entre sí para elaborar la estrategia del bufete, y socios decanos atrincherados en sus opulentos despachos de las<br />

esquinas, mientras centurias de jóvenes abogados esperan sus instrucciones.<br />

Eso era sinceramente lo que yo deseaba cuando ingresé en la Facultad de Derecho. Anhelaba la presión y el poder que genera<br />

trabajar con personas listas y altamente motivadas, todas ellas sometidas a tensiones, presiones y fechas límite. El bufete en el<br />

que trabajé como pasante el año pasado es pequeño, sólo había doce abogados, pero con muchos pasantes, administrativos y<br />

secretarias, y a veces el caos me resultaba estimulante. Yo era un miembro insignificante del equipo, pero soñaba con ser algún<br />

día su capitán.<br />

Compro un helado en la calle y me siento en un banco de Court Square. Las palomas me contemplan. Tengo delante el<br />

imponente First Federal Building, el edificio más alto de Memphis, donde se encuentra el bufete de Trent & Brent. Me gustaría<br />

trabajar aquí. Es fácil para mí y mis amigos hablar mal de Trent & Brent. Lo hacemos porque no tenemos el nivel necesario<br />

para ellos. Los odiamos porque no les importamos, no están dispuestos a tomarse la molestia de concedernos una entrevista.<br />

Supongo que existe un Trent & Brent en todas las ciudades, en todos los campos. Yo no he alcanzado su nivel, no pertenezco a<br />

su mundo, de modo que me limitaré a odiarlos toda la vida.<br />

Hablando de bufetes, y puesto que estoy en el centro de la ciudad, he decidido pasar unas horas llamando a sus puertas. Tengo<br />

una lista de abogados que trabajan solos, o que han formado sociedad con otros dos o tres letrados. El único factor alentador al<br />

entrar en un campo tan horriblemente saturado es la enorme cantidad de puertas a las que uno puede llamar. Cabe la esperanza,<br />

no dejo de repetirme a mí mismo, de que en el momento oportuno encuentre el bufete que nadie ha hallado todavía y conozca a<br />

un abogado ajetreado que necesite desesperadamente a un novato que se ocupe de la parte más monótona de su trabajo.<br />

También puede tratarse de una mujer. No me importa.<br />

Camino unas manzanas hasta el edificio Sterick, el primer rascacielos de Memphis, donde actualmente tienen sus bufetes<br />

centenares de abogados. Charlo con algunas secretarias y les entrego copias de mi currículum. Me asombra la cantidad de<br />

bufetes donde trabajan recepcionistas temperamentales, e incluso mal educadas. Mucho antes de que se mencione el tema del<br />

empleo me tratan a menudo como a un pordiosero. Un par de ellas me han arrebatado el currículum de las manos y lo han<br />

arrojado a un cajón. Siento la tentación de presentarme como cliente potencial, el apenado marido de una joven que acaba de<br />

ser arrollada por un enorme camión, con una póliza de seguros muy completa. Y el conductor iba borracho. Tal vez un camión<br />

Exxon. Sería divertido ver a esas zorras incorporarse de un brinco, sonreír de oreja a oreja y salir corriendo para ofrecerme un<br />

café.<br />

Voy de despacho en despacho, sonriendo cuando me apetecería blasfemar, repitiendo las mismas palabras a las mismas<br />

mujeres:<br />

–Sí, me llamo Ruby Baylor y estoy en el último curso de la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Memphis.<br />

Desearía hablar con el señor mengano o zutano acerca de un posible trabajo.<br />

–¿Un qué? –preguntan a menudo.<br />

Sigo sonriendo cuando les entrego mi currículum y pregunto de nuevo por el jefazo, que siempre está demasiado ocupado, y<br />

ellas se deshacen de mí con la promesa de que alguien se pondrá en contacto conmigo.<br />

La zona Granger de Memphis está al norte de la ciudad. Sus abigarradas hileras de casas de ladrillo en calles arboladas son<br />

prueba irrefutable de un barrio nacido durante el auge de la construcción, inmediatamente después de la segunda guerra<br />

mundial. Sus habitantes trabajaban en fábricas cercanas, plantaron árboles delante de las casas y construyeron jardines en la<br />

parte trasera. Con el transcurso del tiempo, sus habitantes originales se trasladaron al este, donde construyeron casas más<br />

bonitas, y Granger se convirtió lentamente en un barrio de jubilados y blancos y negros de clase baja.<br />

La casa de Dot y Buddy Black tiene el mismo aspecto que otras muchas. Está en una parcela llana, de setecientos cincuenta<br />

metros cuadrados a lo sumo. Los indispensables árboles frente a la casa han sufrido algún percance. En un garaje para un solo<br />

coche descansa un viejo Chevrolet. El césped y los arbustos están muy pulcros.<br />

Aparco detrás del Chevrolet y los doberman, a escasos metros, gruñen.<br />

33

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!