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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

–No habrá pretextos, retrasos, ni prórrogas. Se desplazarán evidentemente por cuenta propia. Se pondrán a disposición de la<br />

acusación para declarar y sólo podrán retirarse a discreción del señor Baylor. Todos los gastos de las declaraciones, incluidos<br />

los de taquigrafía y copias, correrán a cargo de Great Benefit. Anticipemos que dichas declaraciones durarán tres días.<br />

»Además, el miércoles de la semana próxima a lo más tardar, cinco días antes de la fecha fijada para las declaraciones, le serán<br />

entregadas a la acusación copias de todos los documentos. Dichas copias deberán ser pulcras y estar en orden cronológico. En<br />

caso de incumplimiento, se impondrán severas sanciones.<br />

»Y, a propósito de sanciones, por la presente condeno al acusado, Great Benefit, a pagarle al señor Baylor los gastos de su<br />

inútil desplazamiento a Cleveland. Señor Baylor, ¿cuánto cuesta el billete de ida y vuelta en avión a Cleveland?<br />

–Setecientos dólares –respondo sin mentir.<br />

–¿En primera clase o turista?<br />

–Turista.<br />

–Señor Drummond, ustedes mandaron a cuatro abogados a Cleveland. ¿Viajaron en primera clase o turista?<br />

Drummond mira fugazmente a T. Pierce, que agacha la cabeza como un chiquillo sorprendido sisando.<br />

–Primera clase –responde.<br />

–Lo suponía. ¿Cuánto cuesta el billete de primera clase?<br />

–Mil trescientos dólares.<br />

–¿Cuánto gastó en comida y alojamiento, señor Baylor?<br />

A decir verdad, menos de cuarenta dólares. Pero sería terriblemente embarazoso reconocerlo ante el público de la sala. Ojalá<br />

me hubiera hospedado en uno dedos mejores hoteles.<br />

–Unos sesenta dólares –respondo con cierta incomodidad, pero sin ser avaricioso.<br />

Estoy seguro de que sus habitaciones costaron ciento cincuenta dólares por noche. Kipler lo anota todo con mucho melodrama,<br />

sin dejar de calcular mentalmente.<br />

–¿Cuánto tiempo pasó viajando? ¿Un par de horas en cada desplazamiento?<br />

–Aproximadamente –respondo.<br />

–A doscientos dólares por hora, eso son ochocientos dólares. ¿Algún gasto adicional?<br />

–Doscientos cincuenta para la taquígrafa.<br />

Toma nota, suma y verifica sus cifras.<br />

–Ordeno al acusado a pagarle al señor Baylor la suma de dos mil cuatrocientos diez dólares como sanción, en un plazo máximo<br />

de cinco días. En el caso de que transcurridos los cinco días el señor Baylor no lo haya recibido, dicha suma se duplicará<br />

automáticamente a diario hasta que el cheque obre en su poder. ¿Lo ha comprendido, señor Drummond?<br />

No puedo reprimir una sonrisa.<br />

Drummond se levanta despacio, ligeramente doblado por la cintura y las manos abiertas. Está furioso, pero se controla.<br />

–Protesto –exclama.<br />

–Se toma nota de su protesta. Su cliente dispone de cinco días.<br />

–No hay ninguna prueba de que el señor Baylor viajara en primera clase.<br />

Es propio del abogado defensor oponerse a todo, e instintivo buscarle cinco patas al gato. También es rentable. Pero la cantidad<br />

es insignificante para su cliente y Drummond debería comprender que está perdiendo el tiempo.<br />

–Es evidente, señor Drummond, que el viaje de ida y vuelta a Cleveland cuesta mil trescientos dólares. Y eso es lo quede<br />

ordeno pagar a su cliente.<br />

–El señor Baylor no recibe una tarifa horaria –responde. –¿Sugiere que su tiempo carece de valor? –No.<br />

Lo que pretende decir es que no soy más que un abogado novato de poca monta y que mi tiempo es mucho menos valioso que<br />

el suyo o el de sus colegas.<br />

–En tal caso, le pagará doscientos dólares por hora. Y considérese afortunado, porque había pensado en obligarle a pagar todas<br />

las horas que pasó en Cleveland.<br />

¡Por los pelos!<br />

Drummond agita los brazos frustrado y vuelve a sentarse. Kipler lo mira fijamente. A los pocos meses de su nombramiento, es<br />

ya famosa su repulsión por las grandes empresas. Se ha mostrado pródigo con las sanciones en otros casos y no dejan de correr<br />

las voces por los círculos jurídicos. Con poco basta.<br />

–¿Algo más? –exclama el juez en dirección a la <strong>defensa</strong>.<br />

–No, señor –respondo en voz alta, sólo para que todos sepan que sigo ahí.<br />

Se produce un movimiento colectivo de cabezas entre los conspiradores al otro lado del pasillo y Kipler golpea su martillo.<br />

Recojo rápidamente mis papeles y abandono la sala.<br />

Para cenar me como un bocadillo de tocino con Dot. El sol se oculta lentamente tras los árboles del jardín, más allá del Fairlane<br />

donde Buddy está sentado y del que se niega a salir para comer. Dot me cuenta que cada día pasa más tiempo en el vehículo, a<br />

causa de Donny Ray. Le quedan pocos días de vida, y Buddy lo encaja ocultándose en el coche y emborrachándose. Se sienta<br />

con su hijo unos minutos todas las mañanas, suele salir de su habitación llorando y procura evitar a todo el mundo el resto del<br />

día.<br />

Además, no acostumbra a salir cuando hay alguien de visita en la casa. No me importa. Ni tampoco a Dot. Hablamos del pleito,<br />

de la conducta de Great Benefit y de la increíble ecuanimidad del juez Tyrone Kipler, pero ha perdido interés. La enérgica<br />

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