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legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...

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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />

el caso durante las declaraciones, pero mi vasta experiencia me aconseja conservar lo bueno para el jurado. En realidad, lo he<br />

leído en algún libro. Además, es la estrategia que utiliza Jonathan Lake.<br />

Kermit Aldy, vicepresidente de contratación, es tan lúgubre e impreciso como Lufkin. El proceso de contratación consiste en<br />

recibir y analizar la propuesta del agente, y finalmente decidir si extender o no una póliza. Es mucho papeleo con pocas<br />

recompensas y Aldy parece la persona perfecta para dicha misión. Termino con él en menos de dos horas y sin causarle ningún<br />

daño.<br />

Bradford Barnes es el vicepresidente administrativo y tardamos casi una hora en averiguar exactamente lo que hace. Estamos a<br />

miércoles por la mañana. Estoy harto de esa gente. Los muchachos de Trent & Brent, a menos de dos metros, con los mismos<br />

trajes oscuros y ceño de autosuficiencia que exhiben desde hace varios meses, me producen náuseas. Incluso la taquígrafa me<br />

da asco. Barnes no sabe nada de nada. Lo ataco y se agacha, sin recibir un solo golpe. No declarará en el juicio porque no tiene<br />

ni idea.<br />

El miércoles por la tarde llamo al último testigo, Richard Pellrod, encargado decano de reclamaciones que escribió por lo<br />

menos dos cartas de denegación a los Black. Ha esperado sentado en el vestíbulo desde el lunes por la mañana y odia mis<br />

entrañas. Me levanta varias veces la voz durante las primeras preguntas y eso refuerza mi ánimo. Le muestro sus cartas de<br />

denegación y se pone quisquilloso. Según su criterio, que es todavía el de Great Benefit, los trasplantes de médula son<br />

sencillamente demasiado experimentales para aceptarlos como método de tratamiento. Pero una de sus denegaciones se basaba<br />

en el hecho de que Donny Ray no había declarado una condición preexistente. Se lo atribuye a otro, un simple lapso. Es un<br />

cabrón mentiroso y decido hacerle sufrir. Cojo un montón de documentos y los repasamos uno por uno. Lo obligo a<br />

explicármelos y a responsabilizarse de cada uno de ellos. Él era, después de todo, el supervisor de Jackie Lemancyzk que,<br />

evidentemente, ya no está con nosotros. Según él, puede que haya regresado a su ciudad natal, en algún lugar del sur de<br />

Indiana. Periódicamente le formulo alguna pregunta puntual, relacionada con su dimisión, y eso realmente le molesta. Más<br />

documentos. Más culpabilidad transferida a otros. Persisto. Puedo preguntar lo que quiera y cuando se me antoje, y nunca sabe<br />

lo que viene. Después de cuatro horas de bombardeo constante, solicita un descanso.<br />

Concluimos con Pellrod a las siete y media del miércoles por la tarde, y las declaraciones de los ejecutivos han terminado. Tres<br />

días, diecisiete horas, probablemente mil páginas de testimonio. Las declaraciones, al igual que los documentos, habrá que<br />

leerlas docenas de veces.<br />

Mientras sus muchachos guardan los documentos en sus maletines, Leo F. Drummond me llama a un lado.<br />

–Buen trabajo, Rudy –dice sin levantar la voz, como si realmente le hubiera impresionado pero prefiriera mantener discreta su<br />

evaluación.<br />

–Gracias.<br />

Respira hondo. Estamos los dos agotados y hartos de vernos<br />

las caras.<br />

–¿Quién nos falta? –pregunta.<br />

–Yo he terminado –respondo, sin que se me ocurra nadie a quien quiera tomarle declaración.<br />

–¿Y el doctor Kord? –Declarará en el juicio.<br />

Eso le sorprende. Me mira atentamente, al tiempo que sin duda se pregunta cómo puedo permitirme pagar a un médico para<br />

que declare ante el jurado.<br />

–¿Qué dirá?<br />

–Ron Black era perfectamente compatible para efectuarle un trasplante a su hermano gemelo. El trasplante de médula es un<br />

tratamiento rutinario. Se le podía haber salvado la vida al muchacho. Su cliente lo mató.<br />

Se lo toma bien y es evidente que no le sorprende. –Probablemente nosotros le tomaremos declaración –dice. –Quinientos por<br />

hora.<br />

–Sí, lo sé. Escúcheme, Rudy, ¿quiere tomar una copa conmigo? Hay algo de lo que me gustaría hablar con usted. –¿Qué?<br />

No se me ocurre nada peor en este momento que tomar una copa con Drummond.<br />

–Negocios. La posibilidad de llegar a un acuerdo. ¿Podría pasarse por mi despacho, tal vez dentro de unos quince minutos?<br />

Estamos a la vuelta de la esquina.<br />

Es tentadora la perspectiva de «llegar a un acuerdo». Además, siempre he querido ver su bufete.<br />

–Tendré que darme prisa –respondo, como si me esperara un harén de hermosas e importantes mujeres.<br />

–De acuerdo. Vamos ahora mismo.<br />

Le digo a Deck que me espere en la esquina y camino con Drummond tres manzanas, hasta el edificio más alto de Memphis.<br />

Charlamos del tiempo mientras subimos al cuadragésimo piso. Las salas son todas de mármol y bronce, y están llenas de gente<br />

como en pleno día. Es una fábrica en cuya decoración predomina el buen gusto. Intento ver a mi viejo amigo Loyd Beck, el<br />

mequetrefe de Broadnax & Speer, con la esperanza de no encontrarme con él.<br />

El despacho de Drummond está elegantemente decorado, pero no es excesivamente grande. En este edificio se pagan los<br />

alquileres más altos de la ciudad y aprovechan el espacio. –¿Qué le apetece? –pregunta después de arrojar su maletín y la<br />

chaqueta sobre la mesa.<br />

No quiero tomar alcohol. Además, estoy tan cansado que bastaría una copa para derribarme.<br />

–Una Coca–cola –respondo.<br />

Le decepciona momentáneamente mi elección. Él se prepara un whisky con agua en la barra de un rincón de su despacho.<br />

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