legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
Es evidente que hace horas que están aquí. Sus conflictivas huellas están patentes en la cocina y sala de estar adjunta. Veo la<br />
nuca de la señorita Birdie, pero no sé si nos escucha o está pendiente del televisor. El volumen está bajo.<br />
–Procuro ser amable –responde Delbert, como si fuera el propietario.<br />
Vera no encuentra nada en el frigorífico y decide reunirse con nosotros.<br />
–Me ha levantado la voz –solloza en dirección a Delbert–. Me ha ordenado salir de su casa con muy malos modales.<br />
–¿Es cierto? –pregunta Delbert.<br />
–Maldita sea, claro que es cierto. Yo vivo aquí y les advierto a ambos que no entren en mi casa. Es una residencia privada.<br />
Echa los hombros atrás. Es evidente que ese individuo ha peleado muchas veces en los bares.<br />
–Mi madre es la propietaria –responde.<br />
–Y yo su inquilino. Pago el alquiler todos los meses.<br />
–¿Cuánto?<br />
–Eso, caballero, no es de su incumbencia. Su nombre no figura en la escritura.<br />
–Yo diría que vale unos cuatrocientos, tal vez quinientos dólares mensuales.<br />
–Estupendo. ¿Alguna otra opinión?<br />
–Sí, es usted un listillo.<br />
–De acuerdo. ¿Algo más? Su esposa me ha dicho que la señorita Birdie deseaba verme –digo con el volumen necesario para<br />
que la señorita Birdie me oiga, pero permanece impasible.<br />
Vera coge una silla y se instala junto a Delbert. Intercambian significativas miradas. Él levanta el borde de una hoja de papel,<br />
se ajusta las gafas y me mira.<br />
–¿Ha estado alterando el testamento de mamá? –pregunta.<br />
–Eso es confidencial entre la señorita Birdie y yo.<br />
Al mirar hacia la mesa, apenas logro ver la parte superior del documento y me parece que se trata de su testamento más<br />
reciente, redactado por su anterior abogado. Esto es muy desconcertante, porque la señorita Birdie siempre ha asegurado que<br />
ninguno de sus hijos, ni Delbert ni Randolph, conocían la existencia de su dinero. Pero en dicho testamento se habla claramente<br />
de la distribución de unos veinte millones de dólares. Delbert ahora lo sabe. Lo ha estado leyendo durante las últimas horas. En<br />
el párrafo tercero, si mal no recuerdo, se le otorgan dos millones.<br />
Lo más preocupante es cómo se las ha arreglado Delbert para obtener dicho documento. La señorita Birdie nunca se lo habría<br />
entregado voluntariamente.<br />
–Un auténtico listillo –afirma–. Y hay quien se pregunta por qué odia la gente a los abogados. Vengo a ver cómo está mamá y,<br />
maldita sea, tiene a un repugnante abogado viviendo con ella. ¿No es como para preocuparse?<br />
Probablemente.<br />
–Yo vivo en este piso –respondo–. Es un domicilio privado con una puerta cerrada con llave. Si vuelve a entrar en el mismo<br />
llamaré a la policía.<br />
De pronto recuerdo que guardo una copia del testamento de la señorita Birdie, en una carpeta debajo de la cama. No la habrán<br />
encontrado allí. De repente siento náuseas ante la idea de que haya sido yo, y no la señorita Birdie, el responsable de que se<br />
divulgara un asunto tan confidencial.<br />
No me asombra que me ignore.<br />
Desconozco por completo el texto de sus anteriores testamentos, de modo que no sé si Delbert y Vera están encantados ante la<br />
perspectiva de convertirse en millonarios o enojados porque recibirán menos de lo que esperaban. Además, no puedo en modo<br />
alguno revelarles la verdad. Para ser sincero, realmente no quiero hacerlo.<br />
Delbert se mofa de mi amenaza de llamar a la policía.<br />
–Se lo preguntaré otra vez –dice, a guisa de mala imitación de Brando en El padrino–. ¿Ha redactado un nuevo testamento para<br />
mi madre?<br />
–Es su madre. Pregúnteselo a ella.<br />
–No dice palabra –interrumpe Vera.<br />
–Estupendo. Tampoco lo haré yo. Es estrictamente confidencial.<br />
Delbert no lo comprende plenamente, ni es lo suficientemente listo para atacar desde otro ángulo. A su entender puede que, en<br />
realidad, esté quebrantando la ley.<br />
–Espero que no se esté entrometiendo, muchacho –dice, con la mayor agresividad posible.<br />
–¡Señorita Birdie! –exclamo, dispuesto a retirarme. Permanece unos segundos inmóvil, luego levanta el control remoto y sube<br />
el volumen del televisor.<br />
Me parece bien, en lo que a mí concierne.<br />
–Si vuelven a acercarse a mi piso llamaré a la policía.<br />
¿Comprendido? –exclamo, mientras señalo con el dedo a Delbert y a Vera.<br />
Delbert fuerza una carcajada y Vera aporta inmediatamente una risita. Doy un portazo.<br />
No puedo determinar si alguien ha tocado los documentos de debajo de mi cama. El testamento de la señorita Birdie está en la<br />
carpeta, creo que tal como lo había dejado. Han transcurrido varias semanas desde que lo miré por última vez. Todo parece<br />
estar en orden.<br />
Cierro la puerta con llave y la atranco con una silla.<br />
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