legítima defensa (the rainmaker) - john grisham - Juventud ...
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John Grisham Legítima <strong>defensa</strong><br />
No tengo ninguna prisa. Me siento muy orgulloso de mi caballerosidad. Me encanta que los hombres vuelvan la cabeza para<br />
mirarla cuando avanzamos por el pasillo.<br />
Pasamos unos momentos a solas en el ascensor y me agacho junto a ella.<br />
–¿Estás bien? –pregunto.<br />
Ha dejado de llorar. Sus ojos están todavía húmedos y ligeramente irritados, pero ha recuperado la compostura.<br />
–Sí, gracias –asiente inmediatamente antes de agarrarme la mano y apretarla– Muchas gracias.<br />
El ascensor da una sacudida y se detiene. Entra un médico y Kelly me suelta rápidamente la mano. Me coloco detrás de la silla<br />
de ruedas, como un fiel marido. Quiero que nos cojamos de nuevo de la mano.<br />
Son casi las once, según el reloj de pared del quinto piso. A excepción de algunas enfermeras y auxiliares, el pasillo está<br />
silencioso y desierto. Una enfermera en su puesto de guardia me mira dos veces al verme pasar. La señora Riker ha salido con<br />
un hombre y ahora regresa con otro.<br />
Giramos a la izquierda y ella señala una puerta. Me llevo una agradable sorpresa al descubrir que dispone de una habitación<br />
privada, con su propia ventana y cuarto de baño. Las luces están encendidas.<br />
No estoy seguro de saber hasta qué punto puede realmente moverse, pero en este momento está completamente desvalida.<br />
–Tienes que ayudarme –dice.<br />
Sin necesidad de que lo repita me agacho cuidadosamente y ella me rodea el cuello con los brazos. Aprieta y estruja más de lo<br />
necesario, pero no me quejo. Su bata está manchada de CocaCola, pero no me importa. Está pegada a mi cuerpo y me percato<br />
inmediatamente de que no lleva sujetador. La aprieto contra mí.<br />
La levanto suavemente de la silla con mucha facilidad, puesto que no pesa más de cincuenta kilos, incluida la escayola. La<br />
traslado con la mayor lentitud posible, cuidando en todo momento de su frágil pierna y ajustando su posición mientras la<br />
deposito parsimoniosamente sobre la cama. Nos soltamos con reticencia. Nuestras caras están a pocos centímetros de distancia<br />
cuando irrumpe en la habitación la enfermera, con el crujido de sus suelas de goma en las baldosas del suelo.<br />
–¿Qué ha ocurrido? –pregunta al tiempo que señala la bata<br />
manchada.<br />
Todavía estamos desatando nuestros brazos e intentando separarnos.<br />
–Ah, eso. Un pequeño accidente –responde Kelly.<br />
La enfermera se detiene. Abre un cajón debajo del televisor y saca un camisón doblado.<br />
–Tendrás que cambiarte –dice después de arrojar el camisón sobre la cama, junto a Kelly– Y hay que darte un baño de esponja<br />
–agrega, y mueve la cabeza hacia mí– Dile que te ayude.<br />
Respiro hondo y me siento mareado.<br />
–Puedo arreglármelas sola –responde Kelly, al tiempo que coloca el camisón sobre la mesilla de noche.<br />
–La hora de visita ha terminado, amigo –dice la enfermera y antes de abandonar la habitación agrega–: Ahora tenéis que<br />
despediros.<br />
Cierro la puerta y vuelvo junto a su cama, donde nos observamos mutuamente.<br />
–¿Dónde está la esponja?<br />
–pregunto, y ambos nos reímos. Al sonreír se le forman unos hermosos hoyuelos en las mejillas. –Siéntate aquí –dice dando<br />
unos golpecitos al borde de la cama.<br />
Me siento junto a ella, con las piernas colgando. No nos tocamos. Se cubre con la sábana hasta los sobacos, como para ocultar<br />
las manchas.<br />
Soy perfectamente consciente de las apariencias. Una esposa maltratada sigue estando casada hasta que se divorcia, o hasta que<br />
asesina al cabrón de su marido.<br />
–¿Qué te ha parecido Cliff? –pregunta.<br />
–Tú querías que lo viera, ¿no es cierto?<br />
–Supongo.<br />
–Merece que le peguen un tiro.<br />
–Parece un castigo muy severo para un pequeño enfado, ¿no crees?<br />
Hago una pausa y desvío la mirada. He decidido no fingir con ella. Puesto que estamos hablando, hagámoslo sinceramente.<br />
¿Qué estoy haciendo aquí?<br />
–No, Kelly, no es severo. Cualquier hombre que apalee a su esposa con un bate de aluminio merece que le peguen un tiro –<br />
respondo sin dejar me mirarla atentamente y compruebo que no se altera.<br />
–¿Cómo lo sabes? –pregunta.<br />
–Las huellas del papeleo. Informes de la policía, de la ambulancia y del hospital. ¿Cuánto vas a esperar hasta que decida<br />
golpearte en la cabeza con su bate? ¿Te das cuenta de que podría matar–te? Un par de golpes certeros en el cráneo...<br />
–¡Cállate! No me recuerdes cómo se siente una –dice después de volver la cara hacia la pared y, cuando me mira de nuevo, se<br />
le han llenado los ojos de lágrimas– No sabes de qué estás hablando.<br />
–Entonces, cuéntamelo.<br />
–Si hubiera querido hablar de ello, lo habría hecho. No tienes derecho a hurgar en mi vida.<br />
–Presenta una petición de divorcio. Mañana te traeré los papeles. Hazlo ahora, mientras estás en el hospital recibiendo<br />
tratamiento por la última agresión. ¿Qué mejor prueba? Será cosa de coser y cantar. En tres meses, serás una mujer libre.<br />
Mueve la cabeza, como si yo fuera un perfecto imbécil. Probablemente lo soy.<br />
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